(288) Los traidores que se habían pasado
de bando ya le habían avisado a Chaves de cuánta gente llevaba Perálvarez
Holguín y de la mejor forma de reducirlos: “Se hizo como aconsejaron, de manera
que Perálvarez, al ver a los enemigos, quiso ponerse en defensa y aun hacerles
frente, pero se vio cercado por todas partes, y al no poder tener ningún
provecho, suspendió el herir con las lanzas, e retuvo su brazo no cobarde, sino
de español valeroso. E como fuesen tan pocos los que venían con Perálvarez, los
cercaron e los prendieron, aunque se escaparon tres que, por tener caballos
ligeros, pudieron salir de las manos de sus enemigos. Llegaron adonde Alonso de
Alvarado, le contaron lo corrido e dijéronle que los de Almagro los estaban
aguardando encubiertos en la bajada de un cerro, y que no sabían por quién les
pudo ir aviso de su salida de Abancay”.
Alonso de Alvarado disimuló su decepción y se ocupó de lo más importante.
Reforzó la defensa del puente de Abancay enviando varios hombres bajo el mando
de Villalba y del capitán Gómez de Tordoya (al que, como acabamos de ver, le
tenía un ‘cariño’ especial D. Alonso de Enríquez), y, sabiendo que algunos de
sus soldados coqueteaban con pensamientos traicioneros, insistió en las justas
razones de la causa del Gobernador Pizarro: “Les dijo que, si él viera que
Almagro tenía razón en lo que pedía, y que Su Majestad ordenaba darle la ciudad
del Cuzco, ya habría ido a entregarle las banderas y a meterse debajo de su
estandarte, mas, puesto que conocían al Gobernador Pizarro e lo tenían por tal,
no sería cosa justa desechar al verdadero para recibir al movedor de las
guerras. Y añadió: ‘Ya que el Adelantado Don Diego de Almagro ha querido romper
la amistad y la alianza que tenía con el Gobernador, yo prometo que ni sus prometimientos ni sus exhortaciones harán
que yo deje de servir al Emperador ni de cumplir el mandato de mi Gobernador,
pues está puesto en esta tierra como su lugarteniente”. Respondieron los
capitanes y los soldados que estaba muy bien hacer lo que decía, e que todos le
servirían; mas no hablaban aquello con verdad, pues los ánimos de muchos
estaban puestos en la buena o mala fortuna de la guerra”.
A medida que lo relata Cieza, se llena de
indignación y lástima por lo que va a ocurrir. Y se desahoga con grandes
verdades: “¡Oh gente del Perú! (se
refiere a almagristas y pizarristas). Cuánta gracia y merced le ha hecho
Dios al Virrey, a los gobernadores y a los capitanes, que podrían vivir sin
tener necesidad de personas tan inconstantes como vosotros, pues jamás
guardasteis mucho tiempo vuestra fidelidad. Y estos de quienes vamos hablando,
por una parte le decían a su capitán que le habían de servir lealmente, y por
otra le enviaban ofrecimientos al que venía, para pasarse a él”.
(Imagen) Veo en PARES algo que ocurrió en
1548, cuando el grueso de las guerras civiles ya había terminado (años después
se inició la última). Aunque sucedió diez años más tarde de lo que nos está
contando Cieza, es muy revelador de la enrarecida convivencia social de
aquellos tiempos revueltos. Ya sabemos que Alonso de Alvarado y el licenciado
(y juez) Cianca fueron encargados de juzgar al derrotado Gonzalo Pizarro, y que lo condenaron a muerte. Pues bien: solo unos
meses después, Cianca estuvo a punto de cortarle la cabeza a Alvarado por un
asunto menor, y eso que era Mariscal (el poder de los jueces era enorme). La sensatez
del gran Pedro de la Gasca lo impidió. Un funcionario real lo cuenta en una
carta dirigida a Carlos V. La imagen muestra parte de su texto, y nos aclara los hechos: “Dicen que el licenciado
Cianca tenía preso en el Cuzco al Mariscal Alonso de Alvarado, y que, si este
no acudiera al presidente Gasca, le habría cortado la cabeza a causa de dos
criados suyos, por lo que hicieron a una mujer honrada, viuda, por cierta cosa
que hubo sobre (la preeminencia de)
los asientos en la iglesia con la mujer del dicho Alvarado, y a la madre de
esta viuda le cortaron los cabellos, y a una hermana, las faldas por encima de
la rodilla, y sacaron los huesos del marido de la viuda de la sepultura y los
echaron por ahí, cosa que dicen dio grande escándalo. Y que la causa por la que
tan recio se mostró el licenciado Cianca, fue porque, reprendiéndole este
negocio, Alvarado había dicho ciertas palabras, y porque un criado de Alvarado
dijo muchas palabras contra el oidor (Cianca)
de grande escándalo, al que el oidor lo prendió, y dicen que lo ahorcó”.
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