martes, 11 de diciembre de 2018

(Día 698) Gracias a un chivatazo, los almagristas apresan a Perálvarez Holguín y a casi todos sus hombres. Alonso de Alvarado, temeroso de que lo traicionen más soldados, los anima con buenos argumentos. Cieza lamenta los males que las traiciones trajeron al Perú.


     (288) Los traidores que se habían pasado de bando ya le habían avisado a Chaves de cuánta gente llevaba Perálvarez Holguín y de la mejor forma de reducirlos: “Se hizo como aconsejaron, de manera que Perálvarez, al ver a los enemigos, quiso ponerse en defensa y aun hacerles frente, pero se vio cercado por todas partes, y al no poder tener ningún provecho, suspendió el herir con las lanzas, e retuvo su brazo no cobarde, sino de español valeroso. E como fuesen tan pocos los que venían con Perálvarez, los cercaron e los prendieron, aunque se escaparon tres que, por tener caballos ligeros, pudieron salir de las manos de sus enemigos. Llegaron adonde Alonso de Alvarado, le contaron lo corrido e dijéronle que los de Almagro los estaban aguardando encubiertos en la bajada de un cerro, y que no sabían por quién les pudo ir aviso de su salida de Abancay”.
     Alonso de Alvarado disimuló  su decepción y se ocupó de lo más importante. Reforzó la defensa del puente de Abancay enviando varios hombres bajo el mando de Villalba y del capitán Gómez de Tordoya (al que, como acabamos de ver, le tenía un ‘cariño’ especial D. Alonso de Enríquez), y, sabiendo que algunos de sus soldados coqueteaban con pensamientos traicioneros, insistió en las justas razones de la causa del Gobernador Pizarro: “Les dijo que, si él viera que Almagro tenía razón en lo que pedía, y que Su Majestad ordenaba darle la ciudad del Cuzco, ya habría ido a entregarle las banderas y a meterse debajo de su estandarte, mas, puesto que conocían al Gobernador Pizarro e lo tenían por tal, no sería cosa justa desechar al verdadero para recibir al movedor de las guerras. Y añadió: ‘Ya que el Adelantado Don Diego de Almagro ha querido romper la amistad y la alianza que tenía con el Gobernador, yo prometo que  ni sus prometimientos ni sus exhortaciones harán que yo deje de servir al Emperador ni de cumplir el mandato de mi Gobernador, pues está puesto en esta tierra como su lugarteniente”. Respondieron los capitanes y los soldados que estaba muy bien hacer lo que decía, e que todos le servirían; mas no hablaban aquello con verdad, pues los ánimos de muchos estaban puestos en la buena o mala fortuna de la guerra”.
     A medida que lo relata Cieza, se llena de indignación y lástima por lo que va a ocurrir. Y se desahoga con grandes verdades: “¡Oh gente del Perú! (se refiere a almagristas y pizarristas). Cuánta gracia y merced le ha hecho Dios al Virrey, a los gobernadores y a los capitanes, que podrían vivir sin tener necesidad de personas tan inconstantes como vosotros, pues jamás guardasteis mucho tiempo vuestra fidelidad. Y estos de quienes vamos hablando, por una parte le decían a su capitán que le habían de servir lealmente, y por otra le enviaban ofrecimientos al que venía, para pasarse a él”.

     (Imagen) Veo en PARES algo que ocurrió en 1548, cuando el grueso de las guerras civiles ya había terminado (años después se inició la última). Aunque sucedió diez años más tarde de lo que nos está contando Cieza, es muy revelador de la enrarecida convivencia social de aquellos tiempos revueltos. Ya sabemos que Alonso de Alvarado y el licenciado (y juez) Cianca fueron encargados de juzgar al derrotado Gonzalo Pizarro, y  que lo condenaron a muerte. Pues bien: solo unos meses después, Cianca estuvo a punto de cortarle la cabeza a Alvarado por un asunto menor, y eso que era Mariscal (el poder de los jueces era enorme). La sensatez del gran Pedro de la Gasca lo impidió. Un funcionario real lo cuenta en una carta dirigida a Carlos V. La imagen muestra parte de su texto, y nos  aclara los hechos: “Dicen que el licenciado Cianca tenía preso en el Cuzco al Mariscal Alonso de Alvarado, y que, si este no acudiera al presidente Gasca, le habría cortado la cabeza a causa de dos criados suyos, por lo que hicieron a una mujer honrada, viuda, por cierta cosa que hubo sobre (la preeminencia de) los asientos en la iglesia con la mujer del dicho Alvarado, y a la madre de esta viuda le cortaron los cabellos, y a una hermana, las faldas por encima de la rodilla, y sacaron los huesos del marido de la viuda de la sepultura y los echaron por ahí, cosa que dicen dio grande escándalo. Y que la causa por la que tan recio se mostró el licenciado Cianca, fue porque, reprendiéndole este negocio, Alvarado había dicho ciertas palabras, y porque un criado de Alvarado dijo muchas palabras contra el oidor (Cianca) de grande escándalo, al que el oidor lo prendió, y dicen que lo ahorcó”.



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