(297) Sus asesores le estaban aconsejando
bien, porque Almagro ya había perdido antes gran parte de su legitimidad al
apoderarse del Cuzco por la fuerza, y hacer lo mismo con Lima sería arruinar
totalmente su prestigio ante el Rey: una flagrante rebeldía que le costaría
cara. Le pidieron, pues, que desistiera: “Que no procurase otra cosa más que
verse como Gobernador de la provincia que Su Majestad le asignaba. Don Diego de
Almagro, siguiendo su parecer, aprobó su consejo (también renunció a ejecutar a los dos hermanos de Pizarro, a Alvarado y
a Tordoya)”. Lo que, una vez más, sacará de quicio a su capitán general:
“Rodrigo Orgóñez vino por la mañana a ver si se partiría hacia la Ciudad de los
Reyes para hacer lo que se había hablado. Almagro le dijo que no pensaba guiar
las cosas con tanto rigor, pues Su Majestad sería de ello muy deservido. Cuando
lo oyó Orgóñez, le dijo que no lo acababa de entender, pues lo que se
concertaba de noche, se olvidaba por la mañana, y que se reía con ganas de su
justificación”.
Orgóñez Le dijo también que Pizarro no iba
a tener tantas contemplaciones con él, y
que no creyese que seguía viva la amistad que se habían tenido los dos, “porque
ignorarlo era de muy poco juicio”. Le insistió en que aprovechara el tiempo,
“porque, en los casos de honra, no ha de haber inconvenientes para que se deje
de poner en ejecución lo que conviene”. Y luego quiso hacerle entender que el
pragmatismo más absoluto hace que el ganador de las batallas salga limpio de
toda culpa, para lo que le puso impresionantes ejemplos, que todos en Indias
conocían, de cómo hasta los que habían desobedecido al rey, al conseguirle
ricas tierras, recibieron su perdón y grandes títulos: “Le dijo también que se
acordase del (terrible) Pedrarias
Dávila y de la muerte que le dio al Adelantado Vasco Núñez de Balboa, siendo su
yerno, e lo mismo hizo con Francisco Hernández de Córdoba, e que si él (Almagro) no hiciese lo mismo con
Hernando Pizarro y los otros, solo Dios sabía el fin que sus negocios tuvieran,
porque, en esta parte de Indias, aquel que se adelantaba y quedaba superior,
siempre prevalecía; e que, cuando Cortés prendió a Narváez, este era Gobernador
del Rey y nunca aquella muerte le costó nada a Cortés”. Cieza comete dos
errores (sin duda por despiste), y hay que precisar que Narváez no era
gobernador, sino que había sido enviado contra el amotinado Cortés por el
gobernador de Cuba, Don Diego Velázquez, y que tampoco murió a manos de Cortés,
sino en una expedición posterior. Pero todos conocían la historia: Cortés fue
un rebelde contra la autoridad de Velázquez, o sea, en último término, contra
el Rey. Eso suponía pena de muerte. Al derrotar a Narváez y conseguir la
victoria definitiva contra los aztecas, el rey, sumamente agradecido, lo colmó
de honores (aunque siempre lo tuvo bajo sospecha). Esa era la moraleja de
Orgóñez: haz lo necesario para vencer, por cualquier medio, y, si lo consigues,
conservarás lo obtenido con la bendición de todos.
(Imagen)
RODRIGO ORGÓÑEZ va a morir pronto.
Resulta deprimente que, marginado por rebelde a la Corona, la
documentación en la que aparece en PARES se refiera solo al pleito por su
herencia, cuando, entre otros grandes méritos, había sido el bravo Mariscal del
ejército de Almagro. A poco de morir Rodrigo, se consideró heredera su madre,
Beatriz de Dueñas, como se ve en el documento de la imagen, en el cual se
precisa lo siguiente: El procurador Tristán Calbete, en nombre de Beatriz de
Dueñas, pide la herencia de su hijo Rodrigo Orgóñez. Deja constancia de que era
viuda de Alonso Jiménez, sin hacer mención a que Rodrigo fuera hijo del
linajudo Juan Orgoños. Presenta una demanda contra Diego Méndez, otro hijo
suyo, que vivía entonces en el Cuzco como regidor de la ciudad y se había
apropiado de todos los bienes de su fallecido hermano. Afirma que todos los
derechos le corresponden a ella porque Rodrigo Orgóñez murió sin hijos y sin
nombrar herederos, “y el dicho Diego
Méndez entró e ocupó todos los bienes y herencia que quedaron del dicho
difunto, así oro como plata”. El pleito se enconó por la oposición de Méndez y
una hermana suya. Hubo maniobras sucias; se buscó alguna relación de Beatriz,
judía conversa, con un proceso en el que dos hechiceras fueron ejecutadas, y,
dado que Rodrigo Orgóñez afirmaba ser hijo de Juan Orgoños, fue acusada también
de adulterio. Más adelante veremos cómo Diego Méndez, acompañado de otros
españoles, mató al gran Manco Inca, siendo a su vez masacrados cruelmente por
un grupo airado de sus indios.
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