(296) Si algo van a tener las guerras
civiles, además del horror, será la confusión por los continuos cambios de
bando, a veces por simple ambición, apostando por el probable ganador, pero
también, entre otros motivos, por salvar la vida evitando el enfrentamiento con
capitanes justicieros, como el sanguinario Francisco de Carvajal, especialista
en ejecutar a los contrarios en lugar de hacerlos prisioneros. Ya sabemos que
el caso del gran capitán Pedro de Lerma fue diferente. Se había pasado al
ejército de Almagro por resentimiento, al haberle quitado el mando supremo
Pizarro para dárselo a Alonso de Alvarado. Ahora Cieza nos dice que Almagro lo
recibió de mil amores; la prueba evidente es que, de inmediato, le puso al
frente de aquellos hombres que, ahora derrotados y engrosando su tropa, ya lo
habían tenido como capitán (aunque desplazado del primer puesto) en el ejército
de Alonso de Alvarado.
Como dije, también Rodríguez Orgóñez podía
tener un corazón de piedra, pero no con cualquier enemigo, sino con los
personajes relevantes que eran extremadamente peligrosos para el resultado
final de las batallas. Y, una vez más, se muestra intransigente convenciendo a
todos en una reunión en la que, incluso, se acordó el disparate legal de
apropiarse también de Lima: “Almagro llamó a todos los capitanes para
considerar lo que había que hacer. Dijeron que, como su gobernación se extendía
a la Ciudad de los Reyes, sería bueno ir con toda la gente que se pudiese hasta
allá, y esperar a que Su Majestad fuese informado e proveyese lo que más a su
servicio conviniese. Y también que Diego de Alvarado llevase una autorización
de Almagro para que cortase la cabeza en el Cuzco a Hernando Pizarro, Gonzalo
Pizarro, Alonso de Alvarado y Goméz de Tordoya. Este parecer lo dio Rodrigo
Orgóñez, dando razones del provecho que se obtendría, y de que, si no se hacía,
les vendría gran daño. Y Don Diego de Almagro acordó hacerlo así, mandando a su
capitán Sosa que hiciese el mandamiento para llevárselo a Diego de Alvarado”.
El hecho de que le llevasen a Diego de
Alvarado la orden podría deberse a que, aunque era un hombre muy respetado y
buen militar, no figurara entre los capitanes con más mando; pero quizá lo más
lógico sea pensar que, aunque estuviera al máximo nivel, lo dejaron al margen
de la consulta en la que se fraguó la decisión porque sabían que estaría en
contra. Lo absurdo es que no esperaran ninguna oposición suya. Nosotros, como
simples lectores que ya hemos visto antes a Almagro dubitativo entre Orgóñez y
Diego de Alvarado, adivinamos lo que va a pasar cuando reciba el ‘encarguito’: “Después,
aquella noche, juntándose Diego de Alvarado, Gómez de Alvarado, el arcediano
Rodrigo Pérez y el capitán Salcedo, hablaron con Don Diego de Almagro, e le
dijeron que dónde estaba su juicio para querer mandar cosa tan fea y que tan
mala fama le daría, como era ir contra el Gobernador Don Francisco Pizarro
estando quieto y pacífico en su gobernación, e que supiese que, si lo hacía,
sería para siempre tenido como caso feo, y todos sus hechos se oscurecerían e
se le tendría por hombre muy cruel”.
(Imagen) Hay personajes de Indias que se
prestan a confusiones por la similitud de sus nombres. Ocurre frecuentemente
con los Alvarado. Está el gran Pedro de Alvarado, fácil de identificar por su
extraordinaria biografía, pero sus muchos hermanos provocan dudas. El más
pequeño se llamaba Gómez de Alvarado (Gómez era nombre propio), fundó la ciudad
de Huánuco y falleció en 1542, pero, a veces, los historiadores se lo atribuyen
a quien hoy nos interesa. Opino que, entre los que, por iniciativa de Diego de Alvarado,
convencieron a Almagro de que no matara a Hernando y Gonzalo Pizarro, había
otro GÓMEZ DE ALVARADO. Por dos razones: Diego y este Gómez eran sin duda muy
amigos, porque nacieron los dos en Zafra (Badajoz); además, Cieza no menciona
que fuera hermano de Pedro de Alvarado. Veo en PARES varios datos sobre él.
Cambió de bando algunas veces en las guerras civiles, pero su decisión
definitiva fue servir a las fuerza reales. En 1550, “el Rey manda que no se consienta que hagan esclavos a los 150
indios que llegaron con sus mujeres e hijos desde la costa de Brasil, y que el
capitán Gómez de Alvarado, Juan Pérez de Guevara y otros se repartieron (documento que prueba el control de esos
abusos por parte de la Corona)”. En 1552, el Rey le impidió que fuera de
campaña a la zona del Río de la Plata, para evitar que hubiera conflictos con
los españoles que ya estaban por allí. En 1554, el Rey le permite que vuelva a
España por cuatro años, y exige que nadie le quite su encomienda de indios.
Pero murió antes de partir. Otro documento lo prueba, y también que le ocurrió
luchando contra el rebelde Francisco Hernández de Girón en la última de las
guerras civiles.
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