lunes, 3 de diciembre de 2018

(Día 691) Alonso de Alvarado recibe bien a los embajadores de Almagro. Ante su pretensión de que traicione a Pizarro, les rechaza la idea. Luego le ordenan, si no acata la autoridad de Almagro, que salga de su gobernación. Se niega de nuevo. Tras consultar a sus capitanes, Alvarado apresa a los embajadores.


      (281) Se produjo el encuentro al lado del río. Al verse, se abrazaron, y tras invitarles Alvarado, subieron juntos a su campamento. Alonso Enríquez de Guzmán, siempre tan charlatán, le preguntó a un soldado llamado Beltrán de Salto si tenían muchos barriles de conservas. La respuesta fue desafiante: “Sí, señor, muy buenos y gustosos barriles llenos de afinada pólvora y redondas pelotas de arcabuz por si traéis buenas ganas”. Pero el pendenciero Enríquez le replicó a su estilo: “Tan buenas ganas traemos de eso como de lo otro”.
     Como era de prever, el encuentro terminó en fracaso, y además poniendo de relieve que el envío de la embajada había sido una increíble imprudencia. La tensión alcanzó niveles extremos y los de Almagro pagaron un alto precio. Le entregaron a Alonso de Alvarado las cartas de su Gobernador, y trataron de conseguir que traicionara a Pizarro: “Pero no tenía tal pensamiento, e respondioles que él era capitán general del Gobernador Don Francisco Pizarro, y por ninguna codicia o cualquier otra cosa negaría la amistad que tenía puesta en él. Tratando estas cosas, comieron todos en mucha paz, aunque los corazones de muchos deseaban verse ya al servicio de Almagro”. Luego los emisarios dieron un paso más atrevido: “Mandaron a su escribano que notificase al General Alonso de Alvarado y a sus capitanes las provisiones de Su Majestad que traían (recordemos que eran muy imprecisas), requiriéndoles que las obedeciesen y que se pusiesen bajo el mando del Adelantado Don Diego de Almagro, pues estaban dentro de los términos y jurisdicción de su gobernación, y si no, que saliesen fuera e la dejasen libre. Alonso de Alvarado respondió que, sabidas las cosas que habían pasado en el Cuzco, él venía solamente a traer aquellas provincias al servicio de Su Majestad por mandato de Don Francisco Pizarro, a quien él tenía por Gobernador y Capitán General”. También le dijo que había comunicado a Pizarro lo que ocurría y que no se movería de allí hasta que recibiera sus órdenes.
     La situación era ya clara para todos, pero los de Almagro, ingenuamente, habían caído en una trampa: “Sus capitanes y sus hombres más principales estaban junto a Alonso de Alvarado, y tomó parecer con algunos de ellos sobre lo que haría de Diego de Alvarado y de los que habían venido con él; le dijeron que sería muy bueno prenderlos, pues, ya que tenían preso a Hernando Pizarro (también lo estaba Gonzalo Pizarro), con gran riesgo de que le quitaran la vida, servirían de rehenes para su seguridad. Alonso de Alvarado, teniéndose por bien aconsejado, mandó prenderlos, quitarles las armas y echarles grillos. Diego de Alvarado y Gómez de Alvarado mostraron gran sentimiento, diciendo que aquello no era cosa que fuera tolerable hacerse entre caballeros”. Y se cruzaron palabras desafiantes: “Al tiempo en que les quitaban las armas, Diego de Alvarado, vuelta atrás la cabeza, dio su espada a un negro que vio entre los españoles, diciendo contra el capitán: ‘Por mi vida que, si yo puedo, no me la quitaréis otra vez’. Alonso de Alvarado respondió: ‘Sed ahora preso y dadla a quien quisiéredes, que después será lo que Dios quisiere”.
 
     (Imagen) Hablemos del drama personal de DIEGO DE ALVARADO, tan fiel a sus principios morales, que su honradez le va a costar una catástrofe a Almagro. Y ello porque Diego de Alvarado tuvo un peso decisivo en la deriva que tomó el curso de las negociaciones entre los dos bandos,  ganando ‘los malos’ (es decir, los que tuvieron menos escrúpulos) el primer capítulo importante de este culebrón. Fue un noble personaje digno de una biografía que exponga el drama íntimo de alguien que supo mantener inmaculada su integridad moral en medio de uno de los escenarios más sucios de la historia de las Indias. Fue sensible y, al mismo tiempo, bravo y luchador, con grandes logros, como la refundación de San Salvador el año 1528. Hizo cuanto pudo por evitar la guerra civil entre Pizarro y Almagro, pero se impuso la locura. Cuando Hernando Pizarro ejecutó a Almagro, el equilibrado y humano Diego de Alvarado, sacudido por el fracaso de su estrategia pacificadora, solo tuvo un objetivo en la vida: lograr que la justicia castigara a Hernando Pizarro como se merecía, para que la memoria de su respetado líder, Diego de Almagro, quedara purificada. Y solo para eso se trasladó a España. Pleiteó contra Hernando Pizarro, muriendo en el trascurso del proceso. Incluso se dice que lo envenenó su enemigo, pero, aunque no llegara a verlo, fueron en gran medida sus acusaciones las que consiguieron que estuviera en la cárcel más de veinte años.



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