(281) Se produjo el encuentro al lado del
río. Al verse, se abrazaron, y tras invitarles Alvarado, subieron juntos a su
campamento. Alonso Enríquez de Guzmán, siempre tan charlatán, le preguntó a un
soldado llamado Beltrán de Salto si tenían muchos barriles de conservas. La
respuesta fue desafiante: “Sí, señor, muy buenos y gustosos barriles llenos de
afinada pólvora y redondas pelotas de arcabuz por si traéis buenas ganas”. Pero
el pendenciero Enríquez le replicó a su estilo: “Tan buenas ganas traemos de
eso como de lo otro”.
Como era de prever, el encuentro terminó
en fracaso, y además poniendo de relieve que el envío de la embajada había sido
una increíble imprudencia. La tensión alcanzó niveles extremos y los de Almagro
pagaron un alto precio. Le entregaron a Alonso de Alvarado las cartas de su
Gobernador, y trataron de conseguir que traicionara a Pizarro: “Pero no tenía
tal pensamiento, e respondioles que él era capitán general del Gobernador Don Francisco
Pizarro, y por ninguna codicia o cualquier otra cosa negaría la amistad que
tenía puesta en él. Tratando estas cosas, comieron todos en mucha paz, aunque
los corazones de muchos deseaban verse ya al servicio de Almagro”. Luego los
emisarios dieron un paso más atrevido: “Mandaron a su escribano que notificase
al General Alonso de Alvarado y a sus capitanes las provisiones de Su Majestad
que traían (recordemos que eran muy
imprecisas), requiriéndoles que las obedeciesen y que se pusiesen bajo el
mando del Adelantado Don Diego de Almagro, pues estaban dentro de los términos
y jurisdicción de su gobernación, y si no, que saliesen fuera e la dejasen
libre. Alonso de Alvarado respondió que, sabidas las cosas que habían pasado en
el Cuzco, él venía solamente a traer aquellas provincias al servicio de Su
Majestad por mandato de Don Francisco Pizarro, a quien él tenía por Gobernador
y Capitán General”. También le dijo que había comunicado a Pizarro lo que
ocurría y que no se movería de allí hasta que recibiera sus órdenes.
La situación era ya clara para todos, pero
los de Almagro, ingenuamente, habían caído en una trampa: “Sus capitanes y sus
hombres más principales estaban junto a Alonso de Alvarado, y tomó parecer con
algunos de ellos sobre lo que haría de Diego de Alvarado y de los que habían
venido con él; le dijeron que sería muy bueno prenderlos, pues, ya que tenían
preso a Hernando Pizarro (también lo
estaba Gonzalo Pizarro), con gran riesgo de que le quitaran la vida,
servirían de rehenes para su seguridad. Alonso de Alvarado, teniéndose por bien
aconsejado, mandó prenderlos, quitarles las armas y echarles grillos. Diego de
Alvarado y Gómez de Alvarado mostraron gran sentimiento, diciendo que aquello no
era cosa que fuera tolerable hacerse entre caballeros”. Y se cruzaron palabras
desafiantes: “Al tiempo en que les quitaban las armas, Diego de Alvarado,
vuelta atrás la cabeza, dio su espada a un negro que vio entre los españoles,
diciendo contra el capitán: ‘Por mi vida que, si yo puedo, no me la quitaréis
otra vez’. Alonso de Alvarado respondió: ‘Sed ahora preso y dadla a quien
quisiéredes, que después será lo que Dios quisiere”.
(Imagen) Hablemos del drama personal de
DIEGO DE ALVARADO, tan fiel a sus principios morales, que su honradez le va a costar
una catástrofe a Almagro. Y ello porque Diego de Alvarado tuvo un peso decisivo
en la deriva que tomó el curso de las negociaciones entre los dos bandos, ganando ‘los malos’ (es decir, los que
tuvieron menos escrúpulos) el primer capítulo importante de este culebrón. Fue
un noble personaje digno de una biografía que exponga el drama íntimo de
alguien que supo mantener inmaculada su integridad moral en medio de uno de los
escenarios más sucios de la historia de las Indias. Fue sensible y, al mismo
tiempo, bravo y luchador, con grandes logros, como la refundación de San
Salvador el año 1528. Hizo cuanto pudo por evitar la guerra civil entre Pizarro
y Almagro, pero se impuso la locura. Cuando Hernando Pizarro ejecutó a Almagro,
el equilibrado y humano Diego de Alvarado, sacudido por el fracaso de su
estrategia pacificadora, solo tuvo un objetivo en la vida: lograr que la
justicia castigara a Hernando Pizarro como se merecía, para que la memoria de
su respetado líder, Diego de Almagro, quedara purificada. Y solo para eso se
trasladó a España. Pleiteó contra Hernando Pizarro, muriendo en el trascurso
del proceso. Incluso se dice que lo envenenó su enemigo, pero, aunque no
llegara a verlo, fueron en gran medida sus acusaciones las que consiguieron que
estuviera en la cárcel más de veinte años.
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