(284) Ya de entrada, muestra Don Alonso Enríquez
de Guzmán un total y tendencioso convencimiento de que el Cuzco le correspondía
por derecho a Almagro, cuando, en realidad, el asunto era sumamente confuso:
“El Gobernador Don Francisco Pizarro pretendía corresponderle esta provincia
del Cuzco por haberla descubierto y conquistado. Sin embargo, el que ahora era
Gobernador de ella (evita decir que la
ocupó por la fuerza), Don Diego de Almagro, colaboró en descubrirla y
conquistarla con su persona y hacienda, porque en trabajos e intereses han sido
compañeros desde hace mucho tiempo, y el Emperador nuestro señor le había hecho
gobernador de esta provincia a Don Diego de Almagro, declarando en su provisión
que se cumpliesen los límites con la gobernación de su compañero. Pero Don Francisco Pizarro creyó que Don Diego
había muerto cuando fue a descubrir a Chile, y quiso poseerlo todo, no solo por
lo que tengo dicho, sino también por la compañía con la que nos criamos, que es
la señora Codicia. Don Francisco Pizarro, por socorrer a sus hermanos, Hernando
y Gonzalo, y a los cristianos que estábamos en el Cuzco cercados por los indios
(Enríquez no había traicionado todavía a
los Pizarro), reunió gran cantidad de gente, y, quedándose él en Lima con
gran refuerzo porque la ciudad estaba rodeada y apretada por los indios, envió
quinientos hombres con un capitán montañés (cántabro)
y necio, cabezón sin medios ni remedio, como adelante veréis. Su nombre, Alonso
de Alvarado (en realidad, como vimos, era
uno de los más brillantes capitanes y de las mejores personas de la campaña de
Perú)”.
Y
sigue desprestigiando a Alonso de Alvarado: “Cuando Don Diego de Almagro supo
que este perezoso capitán y su gente estaban a veinticinco leguas del Cuzco,
acordó salir a recibirlos con otros quinientos hombres, y, a seis leguas de
ellos, envió a decirles que no era menester que socorrieran la dicha ciudad,
porque ya lo había hecho él, pero que eran bienvenidos. Para lo cual tomó como
mensajeros a Juan de Guzmán, Diego Mercado, el licenciado Francisco Prado,
Diego de Alvarado, Gómez de Alvarado, Hernando de Sosa, escribano, para que
diese fe de todo lo que pasara, y a mí. Caminamos una noche y llegamos donde ellos, que estaban en
una sierra muy fuerte, con un río de grandes corrientes (el Abancay), que se pasaba por un puente, en el cual tenían mucha
cantidad de artillería y gente. El capitán Alonso de Alvarado nos recibió con
gran cortesía y amor. Nos convidó a comer y después, estando presentes sus
principales, nos dijo: ‘Señores, yo venía a socorrer la ciudad del Cuzco por orden
del gobernador Don Francisco Pizarro, mi dueño, porque lo tiene como de su
gobernación, y porque creyó que don Diego de Almagro había muerto cuando fue a
descubrir Chile. Ahora hemos sabido que ha entrado por fuerza en dicha ciudad,
tomándola y haciéndose obedecer como gobernador de ella, apresando a Hernando y
Gonzalo Pizarro, hermanos de nuestro dueño, para cortarles la cabeza. Por lo
cual, nos ha parecido necesario prender a vuestra mercedes hasta que Su Señoría
nos los dé”.
(Imagen) La situación entre los
pizarristas y los almagristas se iba enturbiando tanto que hasta el intachable
Alonso de Alvarado, para evitar que fueran ejecutados Hernando y Gonzalo
Pizarro, dejó de lado su caballerosidad y apresó a los mensajeros que le había
enviado Almagro. Más tarde, todos se verían libres (también los Pizarro). Dos
de ellos eran JUAN DE GUZMÁN y HERNANDO DE SOSA. El primero fue siempre un almagrista
sin fisuras. Había sido uno de los que apresaron a Hernando Pizarro en su casa
del Cuzco. En la batalla de los Salinas fue encarcelado, y, aunque luego lo
dejaron libre, mantuvo su deseo de venganza hasta el punto de formar parte del
grupo que preparó el asesinato de Pizarro, por lo que el representante del rey,
Vaca de Castro, lo procesó, pero no fue condenado. Después pudo actuar dentro
de la ley luchando en las fuerzas leales a Carlos V contra Gonzalo, el único
que quedaba en las Indias de su odiada familia de los Pizarro. Por su parte, el
madrileño Hernando de Sosa, aunque era escribano, estuvo entre los soldados que
apresaron a Atahualpa. Había sido secretario de Pizarro, pero luego lo fue de
Almagro. Algo serio tuvo que ocurrir para que se cambiara de bando. Francisco
Pizarro lo expulsó después del Cuzco, y él se fue a España para dar una versión
muy crítica contra la actuación de los Pizarro en Perú, especialmente virulenta
en lo que se refería al comportamiento de Hernando Pizarro, a quien estas
denuncias, junto a otras, como las de Diego de Alvarado, le supondrían más de
veinte años de cárcel.
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