(295) Se les acabó la pesadilla, pero
confiesa don Alonso Enríquez de Guzmán que la angustia fue constante, como les
ocurría a Hernando Pizarro y a su hermano Gonzalo en manos de Almagro, unos y
otros muy conscientes de que los podían ejecutar en cualquier momento: “Cumplimos
veintisiete días padeciendo aquella prisión, así con la soledad como con el
peligro que oíamos de los guardianes al decir que, si los nuestros les
apretasen y venciesen, nos habían de poner fuego. De mí os digo que temí más la
muerte, pues, además de estar preso, me habían amenazado porque yo había estado
en contra de Hernando Pizarro, y, si Almagro lo ajusticiase, me habían de matar
a mí. Y cada vez que entraban a deshora, pensaba que me iban a dar garrote, especialmente
porque me tengo en tanto, que creía que, el haberme ellos humillado en gran
manera, bastaría para que me matasen por temor a que, si quedaba libre, los
matase yo a ellos después (Enríquez
siempre tan bravucón). Y así nos vinimos al Cuzco todos con nuestra
victoria, y los dichos Alonso de
Alvarado y Gómez de Tordoya presos”.
Era dramática la situación de Pizarro y
Almagro, ya viejos, enfermos, y encarnizados en las batallas, cuando, de haber
sabido resolver sensatamente los conflictos, estarían entonces disfrutando del
grandioso éxito conseguido tras tantos años de enormes dificultades y
maravillosa colaboración. Aunque Diego de Almagro comienza victorioso, su
avance triunfal se va a torcer pronto.
Continuando ahora con Cieza, nos sitúa en
la calma que siguió a la derrota de Alonso de Alvarado: “Sabido por Don Diego
de Almagro que Pedro de Lerma no aparecía, temiendo que le matasen los indios,
mandó al inca Paullo que algunos de sus servidores le fuesen a buscar, y vino al
cabo de dos días con los pies agrietados por las piedras. Lo recibió muy bien,
y de allí adelante lo tuvo por su muy fiel amigo. Los hombres de Alonso de
Alvarado, viendo que sus capitanes estaban presos, se vinieron adonde estaba
Almagro, al que hallaron muy alegre por ver que se había acabado aquel negocio
sin que muriesen tantos como se pensó, y que su ejército quedaba engrosado para
lo que hubiese que hacer”.
Como sus hombres se habían apropiado de
muchos bienes de los derrotados, Almagro obligó a hacer muchas devoluciones, e
incluso los compensó con su propio dinero. El balance de muertos de esta
batalla fue muy bajo (en las siguientes será terrible), y solamente falleció un
soldado de Almagro, aquel que se llevó el río. También quiso convencer a los
rendidos pizarristas de que él se vio
obligado a iniciar la guerra porque Alonso de Alvarado no quiso reconocer sus
justos derechos como Gobernador de aquella tierra: “Y les pidió que de allí
adelante le quisiesen tener como amigo verdadero e seguirle en lo que se le
ofreciese, porque les prometía que los honraría a todos e les daría grandes
provechos y encomiendas de indios en tierra muy rica. Les dijo estas palabras y
otras muy graciosas (agradables), e
le respondieron que le serían amigos fieles e que le seguirían en todo lo que
les mandase. E les dijo más, que tuviesen por su capitán a Pedro de Lerma, e
que los enviaría con él a conquistar e hacer la guerra a Manco Inca”.
(Imagen) La imagen anterior mostraba que Diego de
Alvarado le pidió al Rey que apartara del juicio contra Hernando Pizarro al
obispo de Lugo Juan Suárez de Carvajal porque les debía muchos favores a los
hermanos Pizarro. Veo otros datos que confirman los temores de Diego. Francisco
Pizarrro había favorecido enormemente a Benito y a Illán, hermanos del obispo.
Al primero, haciéndole su teniente de Gobernador. Tal y como lo dice Alvarado,
podría entenderse que de toda la gobernación de Perú; en realidad era solamente
de la ciudad de Lima. Pero lo de Illán fue el no va más: le confió, aunque
temporalmente, la extensísima gobernación que le había correspondido al
ejecutado Almagro. Los dos hermanos tuvieron sus peripecias en las guerras
civiles, con los típicos cambios de bando que se producían en aquel
desbarajuste. Benito advirtió a Pizarro un día antes de su asesinato de la
conjura que le amenazaba (y no le hizo caso), pero después (‘sálvese quien
pueda’) se pasó al bando de los almagristas, luchando más tarde contra ellos al
servicio de las fuerzas leales al Rey. ILLÁN SUÁREZ DE CARVAJAL había sido
almagrista, pero se puso a las órdenes de Pizarro tras la ejecución de Almagro,
atraído por la oferta de hacerse cargo de la gobernación del difunto. Más
tarde, este historial de vaivenes le costaría caro. El virrey Blasco Núñez Vela
tuvo sospechas de la sinceridad de su obediencia al Rey, supuso que era un
traidor, y lo mató él mismo a cuchilladas. De nada le sirvió ser hermano del
todopoderoso obispo Juan Suárez de Carvajal. Pero el horror continuó: su
hermano Benito lo vengó cortándole la cabeza al virrey.
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