miércoles, 19 de diciembre de 2018

(Día 705) Don Alonso Enríquez confiesa el temor continuo que tuvo a que lo mataran mientras estuvo preso. Almagro mandó buscar a Pedro de Lerma y lo encontraron en malas condiciones. Tras la derrota, muchos hombres de Pizarro se integraron en el ejército de Almagro.


     (295) Se les acabó la pesadilla, pero confiesa don Alonso Enríquez de Guzmán que la angustia fue constante, como les ocurría a Hernando Pizarro y a su hermano Gonzalo en manos de Almagro, unos y otros muy conscientes de que los podían ejecutar en cualquier momento: “Cumplimos veintisiete días padeciendo aquella prisión, así con la soledad como con el peligro que oíamos de los guardianes al decir que, si los nuestros les apretasen y venciesen, nos habían de poner fuego. De mí os digo que temí más la muerte, pues, además de estar preso, me habían amenazado porque yo había estado en contra de Hernando Pizarro, y, si Almagro lo ajusticiase, me habían de matar a mí. Y cada vez que entraban a deshora, pensaba que me iban a dar garrote, especialmente porque me tengo en tanto, que creía que, el haberme ellos humillado en gran manera, bastaría para que me matasen por temor a que, si quedaba libre, los matase yo a ellos después (Enríquez siempre tan bravucón). Y así nos vinimos al Cuzco todos con nuestra victoria, y  los dichos Alonso de Alvarado y Gómez de Tordoya presos”.
     Era dramática la situación de Pizarro y Almagro, ya viejos, enfermos, y encarnizados en las batallas, cuando, de haber sabido resolver sensatamente los conflictos, estarían entonces disfrutando del grandioso éxito conseguido tras tantos años de enormes dificultades y maravillosa colaboración. Aunque Diego de Almagro comienza victorioso, su avance triunfal se va a torcer pronto.
     Continuando ahora con Cieza, nos sitúa en la calma que siguió a la derrota de Alonso de Alvarado: “Sabido por Don Diego de Almagro que Pedro de Lerma no aparecía, temiendo que le matasen los indios, mandó al inca Paullo que algunos de sus servidores le fuesen a buscar, y vino al cabo de dos días con los pies agrietados por las piedras. Lo recibió muy bien, y de allí adelante lo tuvo por su muy fiel amigo. Los hombres de Alonso de Alvarado, viendo que sus capitanes estaban presos, se vinieron adonde estaba Almagro, al que hallaron muy alegre por ver que se había acabado aquel negocio sin que muriesen tantos como se pensó, y que su ejército quedaba engrosado para lo que hubiese que hacer”.
     Como sus hombres se habían apropiado de muchos bienes de los derrotados, Almagro obligó a hacer muchas devoluciones, e incluso los compensó con su propio dinero. El balance de muertos de esta batalla fue muy bajo (en las siguientes será terrible), y solamente falleció un soldado de Almagro, aquel que se llevó el río. También quiso convencer a los rendidos pizarristas de que él  se vio obligado a iniciar la guerra porque Alonso de Alvarado no quiso reconocer sus justos derechos como Gobernador de aquella tierra: “Y les pidió que de allí adelante le quisiesen tener como amigo verdadero e seguirle en lo que se le ofreciese, porque les prometía que los honraría a todos e les daría grandes provechos y encomiendas de indios en tierra muy rica. Les dijo estas palabras y otras muy graciosas (agradables), e le respondieron que le serían amigos fieles e que le seguirían en todo lo que les mandase. E les dijo más, que tuviesen por su capitán a Pedro de Lerma, e que los enviaría con él a conquistar e hacer la guerra a Manco Inca”. 

     (Imagen) La imagen anterior mostraba que Diego de Alvarado le pidió al Rey que apartara del juicio contra Hernando Pizarro al obispo de Lugo Juan Suárez de Carvajal porque les debía muchos favores a los hermanos Pizarro. Veo otros datos que confirman los temores de Diego. Francisco Pizarrro había favorecido enormemente a Benito y a Illán, hermanos del obispo. Al primero, haciéndole su teniente de Gobernador. Tal y como lo dice Alvarado, podría entenderse que de toda la gobernación de Perú; en realidad era solamente de la ciudad de Lima. Pero lo de Illán fue el no va más: le confió, aunque temporalmente, la extensísima gobernación que le había correspondido al ejecutado Almagro. Los dos hermanos tuvieron sus peripecias en las guerras civiles, con los típicos cambios de bando que se producían en aquel desbarajuste. Benito advirtió a Pizarro un día antes de su asesinato de la conjura que le amenazaba (y no le hizo caso), pero después (‘sálvese quien pueda’) se pasó al bando de los almagristas, luchando más tarde contra ellos al servicio de las fuerzas leales al Rey. ILLÁN SUÁREZ DE CARVAJAL había sido almagrista, pero se puso a las órdenes de Pizarro tras la ejecución de Almagro, atraído por la oferta de hacerse cargo de la gobernación del difunto. Más tarde, este historial de vaivenes le costaría caro. El virrey Blasco Núñez Vela tuvo sospechas de la sinceridad de su obediencia al Rey, supuso que era un traidor, y lo mató él mismo a cuchilladas. De nada le sirvió ser hermano del todopoderoso obispo Juan Suárez de Carvajal. Pero el horror continuó: su hermano Benito lo vengó cortándole la cabeza al virrey.



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