(292) En ese momento, decidió Almagro
unirse al ataque que ya estaba iniciando
Orgóñez: “El Adelantado Almagro, sabiendo que los de Orgóñez ya habían pasado
el río, arremetió con los sesenta de a caballo que llevaba y con otros soldados
para ganar el puente. Gómez de Tordoya, que oyó el ruido, mandó tocar una
pequeña campana que tenía por señal, para que todos los suyos se retirasen.
Muchos de los que estaban con Luis Valera se pasaron a los de Almagro, e lo
mismo hacían los que estaban con Juan Pérez de Guevara. Un caballero que se
llamaba D. Pedro de Luna, queriendo defenderse de los de Almagro, fue muerto, y
dicen que fue con una pelota de arcabuz soltada por los que estaban en el río.
Era mucho el temor de los de Alvarado, y no tenían ningún orden”.
Con gran empuje, los que estaban con Almagro
lograron atravesar el río Abancay: “Pasaron a la otra parte nadando, e otros a
caballo, y un español se ahogó llevándolo el río con su furia. Alonso de
Alvarado, con la gente que pudo recoger, se puso frente a los fuertes cimientos
del puente, haciendo rostro a los enemigos con sus picas y ballestas. Orgóñez
ya venía adonde estaban Alvarado y
Tordoya, y gritaba el nombre del Rey e de Almagro; los de Alvarado también
decían ‘viva el Rey y Pizarro (los
soldados de ambos bandos presumían de ser los leales al Rey). Rodrigo
Orgóñez, a grandes voces, decía: ‘Rendíos, caballeros, daos a prisión, e no
deis lugar a que ensangrentemos nuestras lanzas en vosotros. Los de Almagro
traían tantas ganas, que ya habían rendido a muchos de los de Alvarado. Llegando
Rodrigo Orgóñez, uno de los contrarios le dio con una piedra un golpe en la
boca, que malamente le hirió, e a Juan Gutiérrez Malaver lo hirieron con una
saeta. Orgóñez, no embargante que de la herida le salía mucha sangre, arremetió
hacia los enemigos, y se metió en medio de ellos con la espada en la mano,
diciendo a los suyos que los rindiesen o matasen”.
La situación de Alvarado era penosa: “Alvarado
conocía claramente su perdición por los pocos que le asistían, e queriendo
defenderse, vio que los de Almagro ya andaban mezclados con los suyos, e habían
muerto dos de ellos y herido a algunos otros. Orgóñez decía a los soldados que
prendiesen e no matasen, porque no venían sino a soltar a los presos y a que
las provisiones reales fueran obedecidas. Gómez de Tordoya fue preso enseguida.
Alonso de Alvarado, encima de su caballo, subió la cuesta de la sierra,
llevando todavía su lanza, sin saber qué hacer, pensando algunas veces en
hacerse fuerte en alguna parte, y otras, volver al río a ver si los suyos
estaban vencidos. Determinó subir a lo alto a recoger a la gente que allí
tenía, e irse a juntar con Garcilaso de la Vega. Queriéndolo así hacer, Rodrigo
Orgóñez, que no perdía punto en lo que era necesario, mandó que lo siguieran e
procurasen prenderle. Le fueron siguiendo los que tenían los caballos menos
fatigados. Como aquel camino era tan malo, Alvarado no pudo desviarse, ni dejar de ser alcanzado, y siendo muchos
los que le alcanzaron, y él solo, le prendieron y le llevaron adonde Almagro”.
(Imagen). Hemos visto lo que ocurrió en
Abancay, a 186 km del Cuzco. Fue la segunda y última victoria de Almagro contra
Pizarro (en la primera, ocupó la ciudad del Cuzco por sorpresa y sin
dificultades). El fracaso de ALONSO DE ALVARADO fue un terrible mazazo para
capitán tan ejemplar y valeroso. Siempre lo recordó con amargura. No obstante,
le veremos seguir luego batallando con éxito y honor, pero, como ya indiqué
hace tiempo, le dio la definitiva puntilla moral años después, en 1554, ser
vencido (siempre al servicio del emperador) por un nuevo rebelde, Francisco
Hernández Girón (a quien otros se encargaron más tarde de eliminarlo). Quizá le
jugara una mala pasada su ya avanzada edad. Murió al poco tiempo, y tan
deprimido que algunos opinaron que se había trastornado. Su venida a España,
donde le colmaron de honores, explica la trayectoria final del gran Alonso de
Alvarado. Convencido de que la lealtad a la Corona estaba muy por encima de la
que siempre había tenido a los Pizarro, volvió a las Indias decidido a frenar
el insensato empuje de los rebeldes. Sin duda su vivencia más dramática fue la
de tener que juzgar y condenar a muerte a su viejo amigo Gonzalo Pizarro. Nos
va a quedar muy lejos en el tiempo la guerra provocada por Hernández Girón,
aunque llegará el momento de contarla. Nada tuvo que ver con los conflictos
anteriores, sino con el levantamiento contra leyes que recortaban a los
españoles el derecho a disponer de los indios. También será sofocada, y supondrá el fin definitivo de las guerras civiles.
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