(301) Impresiona pensar en la complicada
situación en que se encontraban Pizarro y Almagro, dos ancianos, después de
tantos años de penalidades, de estrecha amistad y de haber llegado a triunfar
en su grandiosa empresa común, pero ahora peleados y dispuestos a matarse el
uno al otro, no solo por su ambición personal, sino empujados también por los
acuciantes intereses de sus respectivos partidarios. En aquel tablero de
ajedrez, empezó ganando Almagro, si bien es cierto que atacando sin previo
aviso y rompiendo las treguas establecidas. Ahora ya no podrá repetir la
estrategia del ataque ventajista.
En medio de esas angustias, Pizarro, al que
se le añadía la de tener a sus hermanos presos, no perdió el tiempo: “Mirando
que Almagro estaba asentado en la ambición de mandar, pero queriendo todavía la
conformidad con él, o que, mientras andaban en tratos, pudiese él volver a la
Ciudad de los Reyes e juntar la mayor fuerza de gente posible, determinó enviar
a la ciudad del Cuzco al Licenciado Espinosa, al licenciado de la Gama, a Diego
de Fuenmayor, al factor Illán Suárez de Carvajal e a otros que les acompañasen,
para que, viendo las provisiones suyas y las de Diego de Almagro, señalasen
cuáles les parecían los límites de las gobernaciones, hasta tanto que Su
Majestad otra cosa mandase, y que le pidiesen que, para que no hubiese más
escándalos de los habidos, dejase libres a sus hermanos, al capitán Alonso de
Alvarado y a los demás que tenía presos. Ellos le respondieron que irían por le
servir, e que con todas sus fuerzas procurarían tratar la paz lo mejor que
pudiesen”.
Recordemos que el licenciado Gaspar de
Espinosa había hecho alguna importante aportación económica para financiar
parte de la ‘loca’ aventura de Pizarro y Almagro en pos de la conquista de
Perú. Así que era un viejo amigo de los dos, y, por lo mismo, el mediador ideal
para poner fin a sus enfrentamientos.
Pero nadie se fiaba de nadie, y cualquiera podía ser sospechoso de estar
sobornado por la parte contraria. De manera que vamos a asistir, una y otra
vez, al espectáculo de unos patéticos intentos de soluciones diplomáticas
fracasadas, que desembocarán, ya sin freno, en las siguientes guerras civiles.
Los enviados partieron para el Cuzco y, en
el camino, se encontraron con Nicolás de Ribera, que les puso al corriente de
que su gestión ante Almagro había fracasado. Ellos siguieron su marcha de forma
acelerada. Llegaron el día ocho de agosto de 1537, a solo un mes de terminada
la batalla de Abancay: “Sabiendo Almagro que llegaban, mandó salirlos a
recibir, e que les fuese hecha mucha honra, pues eran personas que se lo
merecían. Cuando supo a lo que habían venido, se juntó con sus capitanes
insistiendo en que los límites de su gobernación llegaban hasta Lima. Orgóñez
le reprochó no haber ido a tomar Lima en
cuanto acabó la batalla de Abancay, como le había aconsejado, porque ahora Pizarro
“se reharía con más gente en aquella ciudad”.
(Imagen) GASPAR DE ESPINOSA llegó con el
cruel Pedrarias Dávila a las Indias en 1514, siendo uno de sus más files
capitanes, lo que suponía quedar mancillado por la dureza con que se trató a
los indios en los territorios del Darién (costa atlántica de Colombia y
Panamá). Hombre de letras y militar, Espinosa sentenció a muerte a Vasco Núñez
de Balboa, pero no sin antes exigirle, para salvar responsabilidades, a Pedrarias
(que estaba a punto de ser suegro del condenado) que diera por escrito la orden
de su ejecución. El documento de la imagen muestra parte de una concesión que
la reina Isabel (esposa de Carlos V) le hizo a Espinosa. En él se ve que era
vecino de Panamá. Explica la Reina que Espinosa “tenía deseo de pacificar y
poblar la tierra que hay desde el río San Juan hasta la provincia de Catámez,
que es hasta donde comienzan los límites de la gobernación que tenemos
encomendada al Adelantado Don Francisco Pizarro, nuestro Gobernador y Capitán
General de la provincia de Nueva Castilla, llamada Perú”. El texto es del año
1536. Espinosa obtuvo la concesión, siendo nombrado Gobernador de Río de San
Juan, y hasta le dieron permiso para mercadear llevando gente a Perú con dos
barcos suyos, pero, al saber que Pizarro se veía en serias dificultades con
Almagro, abandonó el proyecto y fue en su ayuda. Estamos ya en el año 1538, Gaspar
de Espinosa fracasará en su plan de reconciliar a sus dos antiguos socios, y
morirá de inmediato inesperadamente.
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