sábado, 10 de septiembre de 2016

(Día 384) CORTÉS supera el miedo y RESUCITA: decide volver a MÉXICO, y lo reciben apoteósicamente. Indios y españoles se sienten felices y aliviados. CORTÉS piensa hacer justicia con lo que alborotaron MÉXICO, pero desiste, lo que BERNAL considera una perjudicial debilidad.

(136) –Tranquilicemos a nuestros queridos tertulianos, baby.
     -Falta hará, daddy, porque  nos han acompañado un largo y áspero trecho. Un poquito más de esfuerzo y remataremos la escalada hasta la cima del maravilloso libro que escribió Bernal. ¿Lo harán?
     -¿Por qué lo dudas, hombre de poca fe? Ellos saben que en aquellas próximas alturas tendrán, de un solo golpe, la visión completa de la Nueva España y de cuanto hicieron por esas tierras Cortés y los suyos en tan grandiosa epopeya. Así que, prosigamos y demos ejemplo, pusilánime mancebo. ¿Llegó el fraile?
     -Vale, Sancho. Me agarraré a la manita de Bernal: “Fray Diego Altamirano llegó al puerto de Trujillo, y desque salió a tierra con los que traía en su compañía, Cortés conoció a algunos que había visto en México, e fueron a besarle las manos, y el fraile le abrazó. Luego le contó todo lo acaecido en  México, según lo tengo escrito más largamente. Y Cortés mostró gran sentimiento dello, y dijo que Nuestro Señor Dios fue servido de que aquello pasase así y de que México estuviese ya en paz. Luego dijo que quería ir allá presto, y se embarcó con sus amigos para llegar a Nueva España desde el puerto de La Habana”. Así que, reverendo, por fin resucitó Cortés.
     -Y parece, secre, que con fuerza; afortunadamente, porque la iba a necesitar, aunque no de momento. En cuanto puso pie en territorio de la Nueva España, quedó sorprendido de la buena acogida que le hicieron, y, después, el viaje hasta México fue un paseo triunfal lleno de loores: llegaba, por fin, ‘el deseado’. “En el puerto de Veracruz le hicieron muchas fiestas y regocijos; y, desque lo supieron todos los indios de la redonda, le trajeron muchos presentes de oro y bastimentos, y, según hacía el viaje, le tenían los caminos limpios y hechos aposentos. Y, en llegando a la laguna de México, todos los indios hicieron alegrías, y le enviaron a decir que, de que vaya, harán todo lo que son obligados, y le servirán como a su capitán que los conquistó. Los de Tlaxcala salieron a recibirle con danzas y bailes y mucho bastimento”. Y el no va más: un traidor le hizo la pelota: “De Texcoco, salió el contador Albornoz para estar a bien con él, y juntó a muchos españoles y caciques, y, con grandes invenciones de juegos y danzas fueron a recibir a Cortés; de lo cual se holgó”. Pero  no fue nada para lo que le tenían preparado en México. Cortés vivió de nuevo la ebriedad de la mitificación. Algo había en Cortés, coleguita, que le hacía demasiado sensible a la adulación y al deseo de hacerse querer. Seguro que al entrar en México babeaba de placer. Hubo hipócritas que fingieron alegría, pero el entusiasmo general era sincero: “Salió el (honrado) tesorero Estrada con todos los caballeros y todos los caciques, y la laguna estaba llena de canoas con indios guerreros como cuando peleaban con nosotros en el tiempo de Cuauhtémoc, y durante todo el día hubo bailes y danzas por las calles de México; y, cuando Cortés entró en sus aposentos, allí era servido y tenido por todos como un príncipe”. Nada más llegar, quiso mostrar su autoridad haciendo dura justicia sobre los responsables de los alborotos pasados, pero, al final, el cañonazo fue de fogueo, quizá en otro acceso de debilidad: “Desque Cortés hubo descansado, mandó prender a los bandoleros y comenzó a hacer pesquisas sobre los tratos del factor (Salazar) y el veedor (Almírez Chirinos): tenía pensamiento de hacer proceso contra ellos y por justicia despacharlos (pero  no lo hizo); y, si de presto lo hiciera, no habría en Castilla quien dijera ‘mal hizo’, y Su Majestad lo habría tenido por bien hecho”. Ese parecer debió de ser general, porque permaneció muy fresco tras largo tiempo: “Y yo les oí decir a los del Real Consejo de Indias el año 1540, cuando allá fui sobre mis pleitos, que Cortés se descuidó mucho en ello, e se lo tuvieron como flojedad y descuido”.

     Foto: Con mucho amor, muy queridos tertulianos, vos suplicamos que sigáis con la crus a cuestas fasta la cumbre bernaliana. Falta poco y merese la pena. Fased como Diego de Ordaz, tomando un reposo poco antes de alcansar la cumbre maxestuosa del Popocatépetl, e, cuando lleguéis, se vos fará la mersed de ver Tenochtitlán y entender totalmente lo que fue su imperio e la sublime locura de un puñado de españoles.


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