miércoles, 21 de septiembre de 2016

(Día 395) CORTÉS VUELVE A MÉXICO. No es el mismo. Financia 2 expediciones trágicamente fracasadas, como había ocurrido ya con otra anterior.

(147) –Por fin vuelve Cortés a México, secre, pero para sufrir.
     -Siguió tan inquieto y emprendedor como siempre, eminente abad, pero la buena racha se acabó: “Como Cortés hacía mucho tiempo que estaba en Castilla (2 años) e ya casado, tuvo gran deseo de se volver a la Nueva España. Y llegado a México (año 1530) tuvo buen recibimiento, mas no tanto como solía (mal augurio)”. Trasladó su domicilio definitivamente a otra población en la que ya había construido un palacio: “una villa de su marquesado que se llama Cuernavaca (el asombroso Humboldt la llamó ‘la ciudad de la eterna primavera’), y se llevó a la marquesa, doña Juana de Zúñiga, haciendo allí su asiento. Como había capitulado con la serenísima emperatriz Isabel enviar armadas por la Mar del Sur a descubrir tierras, y todo a su costa, comenzó a hacer navíos en varios puertos. En esto de las armadas,  nunca tuvo ventura en cosa que pusiese la mano, sino que todo se le tornaba espinas”. De pasada, Bernal habla de otra expedición organizada anteriormente por Cortés con tristes resultados. “Envió  navíos, bien abastecidos y con 250 soldados, bajo el mando de un primo suyo, Álvaro Saavedra Cerón, hacia las Molucas”.
     -Expliquemos a nuestros queridos tertulianos, noble cronista, que, entre otras misiones, el rey le ordenó a Saavedra que le echara una mano al navegante García de Loaysa, porque parecía perdido por las Islas Salomón. No dieron con él. Saavedra intentó ¡tres  veces! volver a las costas mexicanas, pero los vientos se lo impidieron y murió en el empeño. Tendrían que pasar muchos años hasta que el gran Urdaneta encontrara, por fin, la ruta del tornaviaje (el camino de vuelta de Filipinas a México). Pongamos en el debe de Cortés este primer fracaso. Sigamos anotando desastres (cuánta pasta tenía el tío): “En mayo de 1532, bajo el mando del capitán Diego Hurtado de Mendoza, envió dos navíos desde el puerto de Acapulco a descubrir por la costa del Mar del Sur; se amotinaron más de la  mitad de los soldados y se volvieron a Jalisco con un navío, de lo cual le pesó mucho a Cortés. Y, del Diego Hurtado, nunca más se oyó hablar, ni jamás apareció”. ¿Se daría por vencido Cortés? Ni hablar: “Despachó otros dos navíos con el capitán Diego Becerra para que buscaran al Diego Hurtado, y, si no lo hallasen, que descubrieran tierras nuevas”. Como era de suponer, la expedición al mando de Becerra no encontró el menor rastro de Hurtado de Mendoza. Y, además, todo terminaría de la peor manera, como en las tragedias griegas, siendo los principales protagonistas Becerra, “un vizcaíno llamado Ortuño Jiménez, piloto mayor y gran cosmógrafo”, y Hernando de Grijalva capitaneando la segunda nave. Digamos, de pasada, que, no en esta, sino en otra expedición posterior, Grijalva no conseguía encontrar el camino de tornaviaje desde Las Molucas, su tripulación le exigió desistir, él quiso continuar la búsqueda, y lo asesinaron. Pero ahora lo que va a hacer Grijalva es separarse del otro navío aprovechando la excusa de que un temporal les había alejado, “porque el Becerra era muy soberbio y mal acondicionado, y también porque quería ganar honra por sí mismo”. Hizo algún descubrimiento geográfico y volvió sano y salvo, pero con rentabilidad cero para Cortés. Lo del otro barco fue peor: “Como Becerra iba mal quisto con la mayoría de los soldados, se concertó el Ortuño (el piloto vizcaíno) con ellos y con marineros vizcaínos, y lo mataron durante la noche; llegaron a una isla a la que llamaron Santa Cruz, y cuando saltaron en tierra, los naturales los mataron”. Quedó algún marinero en el navío y se volvieron a casita. ¿Escarmentaría Cortés?

     Foto: En medio de tanto perro rabioso, Cortés ya había acotado bien sus propios dominios familiares. Con el flamante título de Marqués del Valle de Oaxaca, procuró alejarse de la caldera hirviendo de  México, y, en la primaveral Cuernavaca, se construyó este palacio, instalando allí a su joven esposa, doña Juana de Zúñiga. Conservaron vivos cuatro hijos, y el obsesivo afán de Cortés intentando una empresa nueva cada vez que fracasaba en otra, fue la desesperación de su angustiada mujer, empeñada en convencerle de que ya había conseguido la máxima grandeza. Resulta llamativo que su estatua siga en pie a pesar de la mala imagen que se le ha cultivado en México.


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