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–Veamos, caro investigatore, un bonito ejemplo de ‘albricias’.
-Ha quedado, querido maestro, como
exclamación de alegría, pero no era exactamente eso, sino el premio por una
buena noticia, y da la sensación de que se consideraba obligatorio. “El soldado
Alonso Ortiz suplicó a Sandoval que le diese licencia para adelantarse a llevar
las noticias (la ejecución de Olid, etc.)
a Cortés y a todos nosotros, para que le diésemos albricias. Y se lo concedió,
de las cuales nuevas se holgó Cortés, y todo el real, creyendo que acabaríamos
de pasar tantos trabajos como pasábamos (ya,
ya), pero se nos doblaron mucho más. E Cortés le dio un caballo muy bueno (gran regalo), que se llamaba Cabeza de
Moro, y todos le dimos de lo que entonces teníamos”. Quiso Cortés ir el
primero, con poca compañía, al poblado en el que estaban los soldados de Gil
González Dávila, fundado como San Gil de la Buena Vista, “e desque supieron que
el que llegaba era él, que tan mentado era en todas las partes de las Indias e
en Castilla, no sabían qué se hacer de placer”. Satisfecho de lo que vio, mandó
recado Cortés al resto de la expedición para que se pusieran en marcha, pero
con precaución al atravesar un río
peliagudo. Y hubo otro pique, daddy.
-Pero Sandoval, my dear son, lo solucionó
a la brava, sin ninguna diplomacia. Cortés le había encargado dirigir la
peligrosa maniobra, y, por respeto, Sandoval mandó que unos frailes pasaran en
primer lugar; entonces, un tal Saavedra le exigió que él y sus hermanos, parientes
de Cortés, lo hicieran antes, pero no lo permitió. En mala hora: “Y como la
envidia de mandar vino desde Lucifer (‘¡non
serviam!’), no quiso que Sandoval le pusiera impedimento, y le respondió no
tan bien mirado como correspondía. Como Sandoval no se lo sufría, tuvieron
palabras, de manera que el Saavedra echó mano a su puñal, y aunque Sandoval
estaba dentro del río, arremetió al Saavedra y le derrocó en el agua, y, si de
presto no los separáramos, ciertamente Saavedra se librara mal”. El paso del río
no era ninguna broma: “Se ahogó un soldado que se llamaba Tarifa, con su
caballo. Y otros dos caballos, uno de ellos de un soldado que se llamaba Solís
Casquete, que hacía bramuras por su pérdida, e maldecía a Cortés e su viaje”.
Entretanto, la situación de los vecinos de San Gil de la Buena Vista era
lamentable, debido a una sola causa: ¡el hambre!: “eran 40 hombres, 4 mujeres
de Castilla y 2 mulatas, todos dolientes y muy amarillos”. Había que
remediarlo. Solo se explica la situación desesperada de los vecinos de San Gil
de la Buena Vista por un círculo vicioso de abatimiento y dejadez. Cuando vio
el problema, Cortés recurrió a su herramienta preferida: la acción. “Como no
teníamos qué comer nosotros ni ellos, mandó que saliésemos con el capitán Luis
Marín a buscar maíz. En unos poblados que estaban a 8 leguas, hallamos mucho
maíz, frijoles y otras legumbres, y volvimos con diez fanegas dello,
repartiéndose también a los vecinos de la villa; como se hartaron de tortillas
de maíz, se les hincharon las barrigas, e, por estar dolientes, se murieron
siete. Aportó entonces en la villa un navío que venía cargado de Cuba con
puercos y pan cazabe; Cortés lo compró todo fiado, repartió dello a los
vecinos, y se hartaron tanto de carne salada, que a muchos les dio cámaras (diarrea), de lo que murieron catorce”.
Cortés, cuyo prestigio y riqueza le daban una solvencia absoluta, podía comprar
a crédito lo que quisiera; dueño ya del navío recién llegado, incluidos los
marineros, y alistando en sus tropas a los pocos que quedaron vivos en San Gil
después de las “hartazgas” de comida, abandonó el poblado costero por la misma
razón que, poco antes, Francisco de las Casas: no reunía condiciones. “En ocho
días de navegación fue a desembarcar adonde ahora llaman Puerto Caballos, y que
él llamó Natividad”. En realidad, el
nombre de Puerto Caballos había sido ya el primero, pues se lo había puesto Gil
González Dávila cuando, para aligerar un barco que hacía agua, se vio obligado
en aquella zona a echar varios caballos al mar. La carambola final se produjo
en el siglo XIX, porque, para darle más lustre a la población, se la denominó
Puerto Cortés.
Foto.- ¡Eeepaaa..!: no se me confundan
vuesas mersedes. Lo de la foto no es una reproducción de Tenochtitlán. Estamos
en Honduras. Ahí dio Cortés, a una población ya existente, el nombre de
Natividad durante su farragosa expedición tras los pasos de Cristóbal de Olid.
Como hemos visto, volvió a llamarse, durante siglos, Puerto Caballos. En la
actualidad tiene el nombre de Puerto
Cortés. Residen en la ciudad unos 130.000 habitantes, y, con su hermosa bahía,
constituye la zona portuaria más importante de Honduras.
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