martes, 27 de septiembre de 2016

(Día 402) Como va llegando al final de su magnífico e impagable libro, BERNAL nos muestra su lado más humano recordando con detalle a sus compañeros, y hasta habla de sí mismo.

(154) -Habrá que resumir, secre, porque quizá resulte un tostón.
     -Estamos de acuerdo, sabio doctor. Es de mucho valor humano la relación que hace Bernal de los  clérigos, capitanes y soldados que su prodigiosa memoria recuerda, a vuelapluma, entre los que participaron en las campañas de México. Pero estamos ya entrando en la última estación, se acaba el viaje, y, como el mismo Bernal diría, ‘sería demasiado prolijo’ copiarlo íntegro. Cita unos 350 nombres de los protagonistas de tan increíble epopeya, y de cada uno hace un comentario breve, de dónde era, algún dato anecdótico y cómo murió (casi todos habían fallecido cuando lo escribió el longevo cronista). Escaseaban los que “murieron de su muerte (de forma natural)”; recuerda a los que fallecieron “en los puentes, en poder de los indios” o fueron sacrificados. Vuelve a emocionarse recordando a su paisano y pariente, el Cristóbal de Olea que dio la vida por Cortés la segunda vez que lo salvó. Le dedica bastante espacio a “Martín López, muy buen soldado, que fue el maestro que hizo los trece bergantines, siendo gran ayuda para ganar México, donde ahora vive (otro longevo)”. Ejemplos de lo anecdótico: “Y un Juan Pérez, que mató a su mujer, a la que decían la hija de la Vaquera; murió de su  muerte. Y Pedro Escudero e Juan Cermeño, a los que ahorcó Cortés por alzarse con un navío para ir a Cuba con intención de dar avisos al gobernador Velázquez; y por querer irse con ellos, le cortó los dedos de los pies a Gonzalo de Umbría. E Pedro de Guzmán, muy buena persona, que fue luego a Perú e hubo fama de que murieron helados él y su mujer”. Habla de tres con el apellido Espinosa, “e uno dellos era natural de Espinosa de los Monteros”. Menciona a un soldado transformado en místico: “Se llamaba Sindos de Portillo, tenía muy buenos indios y estaba rico; vendió sus bienes, lo repartió a los pobres e se metió fraile franciscano; en México era público que murió santo e que hizo milagros”. Añade otros siete casos de soldados que profesaron como religiosos. Uno tan espiritual que vivió como ermitaño. Otro, Francisco de Aguilar, hizo una importante crónica de México; y hasta hubo un tal Burguillos que “después se salió de la Orden, e no fue tan buen religioso como debiera”. Luego recoge la reacción de un orgulloso: “Un esforzado e osado soldado que se llamaba Lerma se fue entre los indios como aburrido porque Cortés le afrentó sin culpa”. Tu turno, buen abad.
     -Bernal va por tandas, querido socio. De repente recuerda a varios pilotos, algunos famosos: Antón de Alaminos, Camacho de Triana, Juan Álvarez el Manquillo, Cárdenas, Sopuesta del Condado, “ya hombre anciano”, Galdín, Gonzalo de Umbría (al que Cortés le dejó los pies sin dedos) “e otros cuyos nombres no recuerdo”. Menciona a un “Cervantes el Loco, que era chocarrero y truhán; murió en poder de los indios. Había un soldado llamado Álvaro, que dicen que tuvo con indias de la tierra 30 hijos; murió entre indios en Honduras. Y Jerónimo de Aguilar, que fue nuestra lengua; murió de mal de bubas. El soldado Escobar fue bien esforzado, mas tan bullicioso y de malas maneras que murió ahorcado por forzar a una mujer, y por revoltoso”. Saca del baúl de los recuerdos otro dato que no sabíamos, y que me entristece, secre: “E pasó otro soldado anciano que trajo un su hijo, que se decía Orteguilla, paje que fue del gran  Moctezuma; los dos murieron en poder de indios”. Cita a “Guillén de Loa, que murió de un cañazo en México durante un juego de cañas. E un tal Porras, muy bermejo e gran cantor; murió en poder de indios”. Bernal se pone en último lugar, y da algunos datos personales que vamos a copiar casi textualmente (en su honor), para terminar este brevísimo resumen: “También me quiero yo poner en esta relación, puesto que vine a descubrir dos veces antes que don Hernando Cortés, y por tercera vez, con él mismo. Mi nombre es Bernal Díaz del Castillo (gloria a ti, sencillo héroe), e soy vecino e regidor de la ciudad de Santiago de Guatemala (la antigua capital), e natural de la muy noble, insigne e muy nombrada villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor della, al que llamaban el Galán, que haya santa gloria. E doy muchas gracias a Nuestro Señor y a  Nuestra Señora, su bendita madre, que me han guardado de que sea sacrificado como en aquellos tiempos se sacrificaron a todos los más de  mis compañeros que nombrados tengo, para que agora se vea muy claramente nuestros heroicos hechos, y quiénes fueron los valerosos capitanes e fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo Mundo, y  no se refiera la honra de todos a un solo capitán”. Sobra cualquier comentario. Amén.

     Foto: Esa es la portada de la primera edición que se hizo de la gran obra de Bernal. La tenía terminada hacia 1568, circuló en manuscritos, intentó publicarla, y murió en 1585 sin conseguirlo. Fíjate, pequeñín, en la fecha en que salió de la imprenta: ¡año 1632! Esta maravilla estuvo a punto de terminar en un vertedero. Quién le iba a decir a Bernal que íbamos a estar tertuliando con ella, en nuestro pequeño rincón, casi cuatrocientos años después.


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