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-Habrá que resumir, secre, porque quizá resulte un tostón.
-Estamos de acuerdo, sabio doctor. Es de
mucho valor humano la relación que hace Bernal de los clérigos, capitanes y soldados que su
prodigiosa memoria recuerda, a vuelapluma, entre los que participaron en las
campañas de México. Pero estamos ya entrando en la última estación, se acaba el
viaje, y, como el mismo Bernal diría, ‘sería demasiado prolijo’ copiarlo
íntegro. Cita unos 350 nombres de los protagonistas de tan increíble epopeya, y
de cada uno hace un comentario breve, de dónde era, algún dato anecdótico y
cómo murió (casi todos habían fallecido cuando lo escribió el longevo
cronista). Escaseaban los que “murieron de su muerte (de forma natural)”; recuerda a los que fallecieron “en los puentes,
en poder de los indios” o fueron sacrificados. Vuelve a emocionarse recordando
a su paisano y pariente, el Cristóbal de Olea que dio la vida por Cortés la
segunda vez que lo salvó. Le dedica bastante espacio a “Martín López, muy buen
soldado, que fue el maestro que hizo los trece bergantines, siendo gran ayuda
para ganar México, donde ahora vive (otro
longevo)”. Ejemplos de lo anecdótico: “Y un Juan Pérez, que mató a su
mujer, a la que decían la hija de la Vaquera; murió de su muerte. Y Pedro Escudero e Juan Cermeño, a
los que ahorcó Cortés por alzarse con un navío para ir a Cuba con intención de
dar avisos al gobernador Velázquez; y por querer irse con ellos, le cortó los
dedos de los pies a Gonzalo de Umbría. E Pedro de Guzmán, muy buena persona,
que fue luego a Perú e hubo fama de que murieron helados él y su mujer”. Habla
de tres con el apellido Espinosa, “e uno dellos era natural de Espinosa de los
Monteros”. Menciona a un soldado transformado en místico: “Se llamaba Sindos de
Portillo, tenía muy buenos indios y estaba rico; vendió sus bienes, lo repartió
a los pobres e se metió fraile franciscano; en México era público que murió
santo e que hizo milagros”. Añade otros siete casos de soldados que profesaron
como religiosos. Uno tan espiritual que vivió como ermitaño. Otro, Francisco de
Aguilar, hizo una importante crónica de México; y hasta hubo un tal Burguillos
que “después se salió de la Orden, e no fue tan buen religioso como debiera”.
Luego recoge la reacción de un orgulloso: “Un esforzado e osado soldado que se
llamaba Lerma se fue entre los indios como aburrido porque Cortés le afrentó
sin culpa”. Tu turno, buen abad.
-Bernal va por tandas, querido socio. De
repente recuerda a varios pilotos, algunos famosos: Antón de Alaminos, Camacho
de Triana, Juan Álvarez el Manquillo, Cárdenas, Sopuesta del Condado, “ya
hombre anciano”, Galdín, Gonzalo de Umbría (al que Cortés le dejó los pies sin
dedos) “e otros cuyos nombres no recuerdo”. Menciona a un “Cervantes el Loco,
que era chocarrero y truhán; murió en poder de los indios. Había un soldado
llamado Álvaro, que dicen que tuvo con indias de la tierra 30 hijos; murió
entre indios en Honduras. Y Jerónimo de Aguilar, que fue nuestra lengua; murió
de mal de bubas. El soldado Escobar fue bien esforzado, mas tan bullicioso y de
malas maneras que murió ahorcado por forzar a una mujer, y por revoltoso”. Saca
del baúl de los recuerdos otro dato que no sabíamos, y que me entristece,
secre: “E pasó otro soldado anciano que trajo un su hijo, que se decía
Orteguilla, paje que fue del gran
Moctezuma; los dos murieron en poder de indios”. Cita a “Guillén de Loa,
que murió de un cañazo en México durante un juego de cañas. E un tal Porras,
muy bermejo e gran cantor; murió en poder de indios”. Bernal se pone en último
lugar, y da algunos datos personales que vamos a copiar casi textualmente (en
su honor), para terminar este brevísimo resumen: “También me quiero yo poner en
esta relación, puesto que vine a descubrir dos veces antes que don Hernando
Cortés, y por tercera vez, con él mismo. Mi nombre es Bernal Díaz del Castillo (gloria a ti, sencillo héroe), e soy
vecino e regidor de la ciudad de Santiago de Guatemala (la antigua capital), e natural de la muy noble, insigne e muy
nombrada villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo,
regidor della, al que llamaban el Galán, que haya santa gloria. E doy muchas
gracias a Nuestro Señor y a Nuestra
Señora, su bendita madre, que me han guardado de que sea sacrificado como en
aquellos tiempos se sacrificaron a todos los más de mis compañeros que nombrados tengo, para que
agora se vea muy claramente nuestros heroicos hechos, y quiénes fueron los
valerosos capitanes e fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo Mundo,
y no se refiera la honra de todos a un
solo capitán”. Sobra cualquier comentario. Amén.
Foto:
Esa es la portada de la primera edición que se hizo de la gran obra de Bernal.
La tenía terminada hacia 1568, circuló en manuscritos, intentó publicarla, y
murió en 1585 sin conseguirlo. Fíjate, pequeñín, en la fecha en que salió de la
imprenta: ¡año 1632! Esta maravilla estuvo a punto de terminar en un vertedero.
Quién le iba a decir a Bernal que íbamos a estar tertuliando con ella, en
nuestro pequeño rincón, casi cuatrocientos años después.
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