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–Hay refranes que no fallan, baby: la
avaricia rompe el saco.
-Así fue, daddy: se le nubló la vista a
Cortés, y ofendió al rey. Como diría Bernal, ‘fue un gran pelmazo’ con sus
peticiones de que le hiciera gobernador de la Nueva España, aunque sin duda lo
merecía. “Su Majestad le contestó a Cortés que se contentase, porque ya le
había dado el marquesado de más renta. Y, de allí adelante, comenzó a decaer la
gran privanza que tenía, porque, según dijeron, al cardenal y a los demás señores del Real Consejo de
Indias les pareció que no debía ser
gobernador. También se habló de que el comendador (mal enemigo) y su mujer, doña María de Mendoza, le fueron algo
contrarios porque no les tenía en cuenta. Entonces fue Su Majestad a embarcarse
en Barcelona para pasar a Flandes”. Hasta el puerto catalán fue Cortés tras el
rey, como perrillo mendicante, con la misma cantinela, “echando siempre por
intercesores a aquellos duques y marqueses, y Su Majestad le respondió al conde
de Nasau que no le hablasen más del asunto de la gobernación (se acabó la monserga)”. Pero el
insumergible Cortés tenía otros asuntos importantes entre manos. Se formalizó
con grandes fiestas su matrimonio con Juana de Zúñiga, a la que cubrió de
joyas, sintiéndose algo desairada la reina Isabel (el gran amor de Carlos V)
porque las que le regaló a ella no eran de la misma calidad; sin embargo “mandó
a los del Real Consejo de Indias que le ayudaran en todo”. O sea, luz verde al
uso que iba a hacer Cortés de sus competencias como capitán general de la costa
del Pacífico: “Y entonces capituló Cortés el envío durante dos años por la mar
del Sur de dos navíos bien abastecidos, con 64 soldados y capitanes a su costa,
para descubrir otras tierras”. No podía parar: fracasó en Honduras, y fracasará
en esta capitulación, perdiendo dinero a borbotones. Como tocaba música
embriagadora donde hiciera falta, “envió a Roma a un hidalgo que se llamaba
Juan de Herrada, como embajador suyo, con un rico presente y a besar los santos
pies al papa Clemente (Adriano ya había
muerto)”. El Santo Padre quedó impresionado de lo que le contó Herrada
sobre México, valorando mucho la labor evangélica: “Y nos mandó una bula para
nos absolver a los conquistadores de culpa y pena de nuestros pecados”. Ya
siento, querido Sancho, que tengas que sufrir ahora un ratito, porque ahí asoma
Juan Ortiz de Matienzo.
-¿Por
qué me saldría tan ful ese sobrino al que quise como a un hijo? Y mira que era
listo y trabajador… Menos mal que su única hija, Juana, fue un tesoro de mujer.
Vamos allá con la comedia: “Estando Cortés en Castilla, llegó la Real Audiencia
a México. Y vino por presidente Nuño de Guzmán (el sanguinario), y cuatro licenciados por oidores, que se llamaban
(Juan Ortiz de) Matienzo, del que
decían que era de Vizcaya o cerca de Navarra (casi acierta), y Delgadillo, granadino, y un Maldonado, de
Salamanca, y el licenciado Parada. Cuando llegaron, les hicieron gran
recibimiento, y se mostraron muy justificados en hacer justicia”. Bien, hijos
míos: aclaremos algo. Se ve que empezaron con buenas maneras, pero todo se iría
complicando, y hay que tener en cuenta que, para el rey, lo más importante era
que frenaran el auge del carismático Cortés. Bernal va a ser muy crítico con
ellos, pero, sin embargo, saltará a la vista que estaba contento con el reparto
de indios que hicieron, porque fue más justo que el de Cortés. A quien, con su
típica sinceridad, lo va a defender ahorita mismo: “Los oidores Maldonado y
Parada, poco después de llegar a la ciudad, fallecieron de mal de costado; y,
si allí estuviera Cortés, habiendo tantos maliciosos, también le infamaran y
dijeran que él los había muerto”. Terminaré hoy diciendo que, si bien yo le
conseguí a mi sobrino, Juan Ortiz de Matienzo, el puesto en la audiencia de
Santo Domingo, nada tuve que ver en su llegada a México, porque entré en el
Reino de la Risa siete años antes. Sus andanzas en La Española habían sido
esperpénticas, pero muy útiles para encorsetar a Diego Colón; quizá eso bastó
para que el rey le confiara hacer lo mismo con Cortés en la Nueva España.
Foto.-
Ya que abunda lo odioso en Nuño de Guzmán, digamos algo bueno: cumpliendo sus
órdenes, Cristóbal de Oñate, en 1532, fundó Guadalajara (Nuño era oriundo de la
de España), al oeste de la capital de México y cerca del Pacífico. Antes de ser
la hermosa ciudad que vemos en la foto, sufrió varios traslados; ahí es donde
se canta el “Jalisco, no te rajes”.
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