domingo, 25 de septiembre de 2016

(Día 399) No solo muere ALVARADO: BERNAL cuenta el catastrófico destino de gran parte de su familia. Su viuda firmaba como Doña Beatriz, la Sin Ventura. Los dos están enterrados en la antigua Iglesia Mayor de Guatemala. Y, lo que son las cosas, BERNAL también.

(151) –Es así, jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.
     -Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces, te reparten gozos o dolores ‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un contenedor entero. Así  quedó dividida en dos partes la epopeya de Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le siguió la grisura de una larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de Alvarado?
     -A eso vamos, melancólico poeta. Fue, probablemente, el más carismático de los capitanes de Cortés. Ya vimos que Cristóbal de Olid trató de usurparle a Cortés la conquista de Honduras, y fue degollado. Por el contrario (qué contraste), Pedro de Alvarado consiguió hacerse gobernador de Guatemala sin problemas con ‘el jefe’. Hemos visto que murió aplastado por un caballo luchando generosamente para salvar a una tropa en serios apuros. Bernal no solo nos cuenta la fatal muerte de ese eterno triunfador, sino que va a añadir las toneladas de desgracias que cayeron sobre su familia. Pedro se había casado años antes con Francisca de la Cueva, y ya le golpeó el destino: la recién casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz. Cuando consiguió la gobernación de Guatemala, repitió boda con una hermana de la fallecida, Beatriz de la Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente, llegando al borde de la locura al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún que  no se pudiese quitar. Y muchos caballeros iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, porque dello fue servido. Y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y, como las mujeres son tan lastimosas por los que bien quieren, deseaba morirse y  no estar en este mundo con estos trabajos”. Con esto, Bernal se anticipa a la torcida interpretación que el cronista Gómara hizo de otro espanto inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya Nuestro Señor no le podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una tormenta de agua, cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, y, estando rezando con sus doncellas (y su hija de menos de un año), las tomó todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que la causa fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día antes, la habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó: “Doña Beatriz, la Sin Ventura”. Lo que no  nos ahorra Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en 1540 en Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y  nunca más se supo dellos, porque se pensó que se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro Señor los lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado y enterrarle en uno dellos; y el otro  para que, cuando Dios sea servido llevar desta presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean enterrados en él”. Termina  Bernal diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que, fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y  un año después, el virrey Mendoza tomó los tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también  Beatriz fue enterrada junto a su marido, y alguien más que Bernal supondría, pero  no lo pudo saber: él mismo.

     Foto.- El monstruo  de esta historia tiene el nombre de Volcán de Agua, situado a corta distancia de la antigua capital de Guatemala. Paradójicamente era un volcán apagado, pero con el cráter lleno de agua; la espantosa tormenta agrietó sus paredes, despeñándose una enorme riada que arrasó la población. Fue necesario desplazarla a un lugar próximo, y lo que vemos en la foto son las ruinas de una vieja iglesia del nuevo emplazamiento, derribada por las sacudidas de uno de los terremotos tan frecuentes en la zona. Junto al viejo altar mayor hay una lápida que completa lo que Bernal, regidor de la ciudad, no pudo certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a ilustres personajes de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y su esposa Doña Beatriz de la Cueva; el primer Obispo Francisco Marroquín; y el soldado e historiador Bernal Díaz del Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a su santa gloria, amén’

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