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–Es así, jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.
-Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces,
te reparten gozos o dolores ‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un
contenedor entero. Así quedó dividida en
dos partes la epopeya de Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le
siguió la grisura de una larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de
Alvarado?
-A eso vamos, melancólico poeta. Fue,
probablemente, el más carismático de los capitanes de Cortés. Ya vimos que
Cristóbal de Olid trató de usurparle a Cortés la conquista de Honduras, y fue
degollado. Por el contrario (qué contraste), Pedro de Alvarado consiguió
hacerse gobernador de Guatemala sin problemas con ‘el jefe’. Hemos visto que
murió aplastado por un caballo luchando generosamente para salvar a una tropa
en serios apuros. Bernal no solo nos cuenta la fatal muerte de ese eterno
triunfador, sino que va a añadir las toneladas de desgracias que cayeron sobre
su familia. Pedro se había casado años antes con Francisca de la Cueva, y ya le
golpeó el destino: la recién casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz.
Cuando consiguió la gobernación de Guatemala, repitió boda con una hermana de
la fallecida, Beatriz de la Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente,
llegando al borde de la locura al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se
entintasen todas las paredes de las casas con un betún que no se pudiese quitar. Y muchos caballeros
iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían
que diese gracias a Dios, porque dello fue servido. Y ella, como buena
cristiana, decía que así se las daba; y, como las mujeres son tan lastimosas
por los que bien quieren, deseaba morirse y
no estar en este mundo con estos trabajos”. Con esto, Bernal se anticipa
a la torcida interpretación que el cronista Gómara hizo de otro espanto
inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya Nuestro Señor no le
podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una tormenta de agua,
cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la mayor parte de
las casas donde vivía aquella señora, y, estando rezando con sus doncellas (y su hija de menos de un año), las tomó
todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que la causa
fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día antes, la
habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó: “Doña Beatriz, la
Sin Ventura”. Lo que no nos ahorra
Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en 1540 en
Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de
Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me
acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se
llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y nunca más se supo dellos, porque se pensó que
se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el menor,
como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro Señor los
lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de Guatemala
dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don
Pedro de Alvarado y enterrarle en uno dellos; y el otro para que, cuando Dios sea servido llevar
desta presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean
enterrados en él”. Termina Bernal
diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que,
fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y un año después, el virrey Mendoza tomó los
tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la
ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también Beatriz fue enterrada junto a su marido, y
alguien más que Bernal supondría, pero
no lo pudo saber: él mismo.
Foto.- El monstruo de esta historia tiene el nombre de Volcán de
Agua, situado a corta distancia de la antigua capital de Guatemala.
Paradójicamente era un volcán apagado, pero con el cráter lleno de agua; la
espantosa tormenta agrietó sus paredes, despeñándose una enorme riada que
arrasó la población. Fue necesario desplazarla a un lugar próximo, y lo que
vemos en la foto son las ruinas de una vieja iglesia del nuevo emplazamiento,
derribada por las sacudidas de uno de los terremotos tan frecuentes en la zona.
Junto al viejo altar mayor hay una lápida que completa lo que Bernal, regidor
de la ciudad, no pudo certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a ilustres personajes
de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y su esposa Doña Beatriz de la Cueva; el primer Obispo Francisco Marroquín; y el
soldado e historiador Bernal Díaz del
Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a su
santa gloria, amén’
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