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–Y siguieron los sainetes, picaruelo: no nos vamos a aburrir.
-Dice Bernal, alegre canónigo, que, en
medio de ese barullo, llegaron a México Francisco de las Casas y Gil González
de Ávila negándose a admitir que Cortés hubiese
muerto, “y dijeron que no se podían consentir aquellas revueltas y que
era mal hecho nombrar por gobernador al factor Salazar, e que, en cualquier
caso, más méritos tenía Pedro de Alvarado para serlo; e, secretamente, le
escribieron a Alvarado para que se viniese con todos los soldados que tenía, y
que le procurarían de le dar la gobernación hasta saber si Cortés era vivo. E
cuando ya Pedro de Alvarado se venía para México, tuvo temor del factor por las
amenazas que le envió de que le mataría, y también porque habían ahorcado a Rodrigo de Paz (pariente de Cortés, su mayordomo y alguacil
mayor de la ciudad), y apresado al licenciado Zuazo, de manera que se
volvió a su conquista. Y, después que el factor vio que el de las Casas y
González de Ávila no eran buenos amigos, los mandó prender, les hizo proceso
sobre la muerte de Olid, y los sentenció a degollar, pero luego los envió
presos a Castilla”. Con el que se había ensañado antes, a plena satisfacción,
reve, fue con Rodrigo de Paz.
-Ese Judas, amado secre, era un perro
rabioso: “El factor Salazar lo apresó y le pidió el oro y la plata de Cortés
porque era su mayordomo, y, porque no se lo dio, pues era claro que él no lo
tenía, le dio tormentos, y, con aceite y fuego, le quemó los pies y aun parte
de las piernas; y estaba en las prisiones tan flaco y malo como para morir; y
no contento con los tormentos, temiendo que se quejara a Su Majestad, lo mandó
ahorcar por revoltoso; y, a la mayoría de los soldados y vecinos que estaban
por Cortés, los mandaba prender, amparándose muchos en el convento de San
Francisco”. Mientras leía Cortés ante sus tropas la carta de tan deprimentes
noticias, “estábamos tristes y enojados, ansí del Cortés, que nos trajo con tantos trabajos, como del
factor, y echábamos dos mil maldiciones al uno y al otro, y se nos saltaban los corazones de tanto coraje.
Pero Cortés no pudo contener las
lágrimas, y, con la misma carta, se fue
a encerrar en su aposento, y no quiso
que le viéramos hasta más de mediodía. Y todos
nosotros le rogamos que presto se embarcase en tres navíos y que nos fuésemos a la Nueva España”. El hundido Cortés tendría que
enmendar sus errores. Bernal estaba
allí, y nos cuenta lo que les respondió Cortés: “¡Oh hijos y compañeros míos!;
veo que aquel mal hombre del factor está muy poderoso, y temo que si nos ve en
el puerto se atreva a matarme o echarme
preso, a mí y a vuestras personas. Yo iré a México muy secretamente con solo cinco de vuestras mercedes para que,
desconocidos, entremos en la ciudad. Conviene que vos, señor Luis Marín, con
los compañeros que vinisteis en mi busca, os juntéis en Naco con Sandoval y
vayáis camino de México”. Es como si despertara el oso dormido, porque le
empezó a renacer el ansia de intrigas. Le envió una carta y ayuda de
provisiones al capitán Pedro de Garro con destino a Francisco Hernández de
Córdoba, con el mensaje de que “haría por él todo lo que pudiese” para que
consiguiera alzarse contra el gobernador Pedrarias Dávila y conquistar
Nicaragua. En medio de situación tan dramática, Bernal no se resiste a contar una anécdota, también
dramática, o, más bien, tragicómica: “Estando que estábamos en aquella villa de
Trujillo, un hidalgo que se decía Rodrigo Mañueco, maestresala de Cortés, por
dar contento y alegrar a Cortés, que estaba, con razón, muy triste, apostó con
otros caballeros que subiría con todas sus armas a unas casas, las cuales
estaban en un cerro algo alto. Y, subiendo armado, reventó en la cuesta y murió
dello”.
Foto.- Queridos hijos míos: el cuadro
representa la rendición de Granada a los Reyes Católicos. Tuve el inmenso honor
de recibir, con el señor arzobispo y los demás canónigos de la catedral de
Sevilla, una carta que nos escribió de inmediato Fernando el Católico, de la
que extraigo un párrafo: “Fágoos saber que ha placido a N. Señor, después de
muchos y grandes trabajos, gastos y fatigas de nuestros Reinos, y derramamiento
de sangre de muchos de nuestros súbditos, dar bienaventurado fin a la guerra
que he tenido con el Rey y moros del Reino y Ciudad de Granada, la cual, tenida
y ocupada por ellos por más de 780 años, hoy, dos días de enero de este año de
1492, es venida en nuestro poder y señorío”. ¿Que a qué viene esto? Pues, simplemente,
a que poco después nació en Granada, de ilustre linaje, el primer niño
cristiano, un niño que, con el tiempo, llegaría a ser el retorcido traidor Gonzalo
de Salazar, también llamado “El Gordo”.
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