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–Y ahora, mancebito, Bernal se hace
cronista de sociedad.
-La ocasión lo merecía, vecchio dottore.
Además, nos da un respiro en medio de tanta calamidad, y veremos a la crème de
la crème colonial inmersa en festejos. Arriba el telón: “En el año 1538 vino
noticia a México de que nuestro cristianísimo emperador, de gloriosa
memoria (expresión que confirma lo que tardó Bernal en escribir su libro:
Carlos V murió en 1558), fue recibido en Aguas Muertas (Aigues Mortes) por el rey
de Francia don Francisco (vaya pájaro),
donde se hicieron las paces y se abrazaron los reyes estando presente madama
Leonor, mujer del rey francés y hermana de nuestro emperador”. Se trataba de la
tregua de Niza, que debería haber supuesto una calma de diez años: Francisco I,
menos fiable que un trilero, la rompió a los cuatro. La celebración que
hicieron en México revela la angustia que producían aquellas guerras europeas:
“E por alegría de aquellas paces, el virrey don Antonio de Mendoza, el Marqués
del Valle (Cortés), la Real Audiencia
y ciertos caballeros conquistadores hicieron grandes fiestas, y fueron tales
que como ellas no las he visto hacer en Castilla, con justas y juegos de cañas,
correr de toros y grandes disfraces. La plaza mayor de México amaneció hecha un
bosque, con árboles tan naturales como si allí hubieran nacido”. Se hicieron
representaciones de caza y de batallas. “Y al otro día amaneció la plaza mayor
hecha como la ciudad de Rodas, con sus torres, almenas y troneras, estando 100
comendadores con sus ricas encomiendas de oro y perlas, y, por capitán general
dellos y gran maestro de Rodas, el marqués Cortés. Estaban a las ventanas de la
gran plaza muchas señoras de conquistadores y otros vecinos, con grandes
riquezas de carmesí, sedas, damascos, oro, plata y pedrería. El marqués y el
virrey hicieron cada uno un solemnísimo banquete”. ¿Seguimos describiendo,
reve?
-Habrá que parar, secre. Dejemos a la
imaginación de nuestros tertulianos todo aquel ostentoso derroche. Bernal se
solaza recordando lo que vio, que, más o menos, fue un desfile de comida y
bebida como el de los banquetes de los gotosos tragaldabas de Roma o de los
tiempos feudales. O sea: el polo opuesto del hambre enloquecedora que
sufrieron, por ejemplo, en Honduras. Terminadas las bacanales, Cortés, que ya
había renunciado a seguir jugando como explorador, decidió partir para España. “El
marqués (ya le llamará así con frecuencia)
apercibió navíos y matalotaje (su riqueza
era inagotable) para ir a Castilla”. En México, el virrey no le resolvía varios asuntos económicos, y
decidió tratarlo directamente con el rey. Pero, oh sorpresa: va a venir también
Bernalito, después de ¡28 años de ausencia!
“Y entonces Cortés me rogó que fuese con él para demandar mejor mis
pueblos de indios. Y me embarqué (Cortés
partió dos meses después), y fui a Castilla en el año de 1540. Como el
primero de mayo de 1539 había muerto en Toledo nuestra emperatriz, doña Isabel (esposa y gran amor de Carlos V), yo,
como regidor de la villa de Coatzacoalcos, me puse grandes lutos. Y en aquel
tiempo también vino a la Corte Hernando Pizarro cargado de luto, con más de 40
hombres”. Hernando, el más presuntuoso de los Pizarro, fue apresado después por
sus responsabilidades en las revueltas de Perú; su carrera política terminó, pero
se salvó de morir degollado en Indias como su hermano Gonzalo, y vivió muchos
años. “Y luego llegó Cortés con luto, él y sus criados”. Pronto se dio cuenta
Cortés de que su viaje fue una equivocación, y resultó la perfecta encerrona:
quiso volverse a México y, a pesar de sus viejas influencias, no le dejaron,
probablemente porque el rey seguía sin fiarse de su lealtad. “Y desde entonces,
nunca más volvió a la Nueva España”. Su declive se irá acelerando, aunque
todavía participará en una fracasada batalla contra los turcos al lado del rey,
que apenas le tuvo en cuenta. Razón tenía Bernal cuando dijo: “Cortés en cosa
ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.
Foto: ¡Que penuca, hijo mío!: se nos está acabando el libro de Bernal. Nos ha
contado su vuelta a España, y seguro que visitó su pueblo natal, Medina del
Campo, del que vemos en la foto el Ayuntamiento, y, pegando a los arcos, el
palacio en el que murió Isabel la Católica; la excepcional reina tuvo entre sus
grandes amores patrios, aparte Granada, Arévalo (donde se crio) y Madrigal de
las Altas Torres (donde nació), esta población, famosa por su mercado en la Europa de aquel tiempo.
Demos la bienvenida al gran Bernal, llamado “el Galán”, lo mismo que su padre, regidor
de Medina, como él lo fue de Coatzacoalcos y de la capital de Gautemala. No ha
podido existir indiano alguno que haya vuelto con la cabeza más alta y el
corazón más caliente a su querido terruño.
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