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–Me pregunto, my son, si un líder ha de ser masoquista.
-Somos un misterio, daddy; la verdad es
que el poder resulta una carga muy pesada. En su marcha, Cortés no dejaba de
tener complicaciones: “Pareció ser que ciertos caciques mexicanos que venían
con nosotros apañaron tres indios, y por el hambre que traíamos, los mataron y
se los comieron. Sabiéndolo Cortés, riñó malamente con ellos, y mandó por
justicia quemar a uno de ellos, disimulando que sabía que todos eran
culpables”. Sigue Bernal con algo cómico, que
no deja de ser una crítica al boato de Cortés: “Los que tocaban las
chirimías y sacabuches y dulzainas, como en Castilla estaban acostumbrados a
regalos y no sabían de trabajos, y, con el hambre, habían adolecido, no le
daban música a Cortés, excepto uno, y renegábamos todos los soldados de lo oír,
y decíamos que aullaba como los zorros y adives (chacales), que valiera más tener maíz para comer que música”. Y
allá va otro puyacito a Cortés: “Algunas
personas me han preguntado por qué no comíamos la manada de puercos que traía
Cortés, ya que, a la necesidad de hambre, no hay ley. A esto digo que su
mayordomo hacía creer que, al pasar los
ríos, se los habían comido los lagartos, y, para que no los viésemos, los
traían siempre cuatro jornadas rezagados, y, además, para tantos soldados como
éramos, no habrían durado un día”.
De inmediato, nuevo desastre, y bien
estúpido. Mandó Cortés al capitán Francisco de Medina al encuentro de Simón de
Cuenca, que había ido antes con dos navíos a buscar vituallas. Al verse,
“tuvieron palabras sobre el mandar ambos capitanes, vinieron a las armas y
murieron casi todos los soldados del capitán Cuenca; cuando los indios de los
poblados vieron aquella revuelta, dieron en ellos y acabáronlos de matar a
todos, e quemaron los navíos, y nunca supimos cosa alguna hasta dos años y
medio después”. El hambre iba dañando la autoridad de Cortés. Cuéntalo, reve.
-Y hasta Bernal se puso algo respondón,
secre; aunque sin faltarle al respeto: “Cortés me mandó a mí que fuese con
ciertos indios principales a unos poblados para tomar todo el mayor bastimento
posible; volví con 130 cargas de maíz y otras
muchas cosas. Y así que llegué, como era de noche y los soldados me estaban esperando,
cargaron con ello y lo tomaron todo, que no dejaron a Cortés ni a ningún
capitán cosa alguna”. Lamentable situación. Y siguió el desmadre: “El
despensero de Cortés les decía que dejaran siquiera una carga, y, como era
de noche, le replicaban los soldados:
‘Buenos puercos habéis comido vos y Cortés’, y todo lo apañaban. Cuando supo
Cortés que no le dejaron cosa alguna,
renegaba de la paciencia y pateaba, y estaba tan enojado que decía que quería
hacer pesquisa de quién lo tomó. Cuando vio que el enojo era dar voces en el
desierto, me mandó llamar a mí, y muy enojado me dijo que cómo dejé hacer eso
con el bastimento; yo le dije que su merced debería haber enviado guardas para
eso, y que, aunque él hubiera estado guardándolo, se lo habrían tomado. Y, como
vio que no había remedio y él tenía mucha necesidad, me halagó con palabras
melosas, diciéndome que, si dejé algo escondido por el camino, que lo partiese
con él. Y desque vi sus palabras y de la manera que lo dijo, hube pena de él”.
Cortés estaba en los cierto: Bernal, por si acaso, había retenido en el
camino doce cargas de maíz, y le dijo a
Cortés que las traería de noche para repartirlas con él y con su gran amigo
Sandoval. “Y Cortés se holgó en el alma y me abrazó, y el Sandoval dijo que
quería ir conmigo por el bastimento, y lo trajimos, de manera que así pasaron
aquella hambre (lo que quiere decir que
Cortés y su entorno de capitanes ya se habían comido los puercos). He
traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo se ponen los
capitanes en tierras nuevas, que hasta a Cortés, que era muy temido, no le dejaron maíz que comer”.
Foto: Da la impresión de que la desmedida
ambición de Cortés terminó mezclada con una buena dosis de vanidad, propia
del más refinado estilo aristocrático.
Se fue de campaña militar a una de las
zonas más inhóspitas de Centroamérica con aires de príncipe borgoñón, rodeado
de capitanes, criados y hasta titiriteros. El no va más del amaneramiento fue
el primoroso grupo de músicos que, dadas las circunstancias, provocaron el
desprecio y la rabia de los hambrientos soldados.
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