miércoles, 31 de agosto de 2016

(Día 374) LA DESASTROSA CAMPAÑA va minando el prestigio de CORTÉS, que llega a quemar a un cacique acompañante por antropofagia. Los soldados, torturados por el hambre, reniegan del inútil lujo de la música. Un conflicto en unas naos que iban a por bastimentos provoca la muerte de todos los enviados. Los soldados no respetan ni la comida de CORTÉS, quien consigue alimentos casi mendigando a BERNAL.

(126) –Me pregunto, my son, si un líder ha de ser masoquista.
     -Somos un misterio, daddy; la verdad es que el poder resulta una carga muy pesada. En su marcha, Cortés no dejaba de tener complicaciones: “Pareció ser que ciertos caciques mexicanos que venían con nosotros apañaron tres indios, y por el hambre que traíamos, los mataron y se los comieron. Sabiéndolo Cortés, riñó malamente con ellos, y mandó por justicia quemar a uno de ellos, disimulando que sabía que todos eran culpables”. Sigue Bernal con algo cómico, que  no deja de ser una crítica al boato de Cortés: “Los que tocaban las chirimías y sacabuches y dulzainas, como en Castilla estaban acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y, con el hambre, habían adolecido, no le daban música a Cortés, excepto uno, y renegábamos todos los soldados de lo oír, y decíamos que aullaba como los zorros y adives (chacales), que valiera más tener maíz para comer que música”. Y allá va otro puyacito  a Cortés: “Algunas personas me han preguntado por qué no comíamos la manada de puercos que traía Cortés, ya que, a la necesidad de hambre, no hay ley. A esto digo que su mayordomo  hacía creer que, al pasar los ríos, se los habían comido los lagartos, y, para que no los viésemos, los traían siempre cuatro jornadas rezagados, y, además, para tantos soldados como éramos, no habrían durado un día”.
     De inmediato, nuevo desastre, y bien estúpido. Mandó Cortés al capitán Francisco de Medina al encuentro de Simón de Cuenca, que había ido antes con dos navíos a buscar vituallas. Al verse, “tuvieron palabras sobre el mandar ambos capitanes, vinieron a las armas y murieron casi todos los soldados del capitán Cuenca; cuando los indios de los poblados vieron aquella revuelta, dieron en ellos y acabáronlos de matar a todos, e quemaron los navíos, y nunca supimos cosa alguna hasta dos años y medio después”. El hambre iba dañando la autoridad de Cortés. Cuéntalo, reve.
     -Y hasta Bernal se puso algo respondón, secre; aunque sin faltarle al respeto: “Cortés me mandó a mí que fuese con ciertos indios principales a unos poblados para tomar todo el mayor bastimento posible; volví con 130 cargas de maíz y otras  muchas cosas. Y así que llegué, como era de  noche y los soldados me estaban esperando, cargaron con ello y lo tomaron todo, que no dejaron a Cortés ni a ningún capitán cosa alguna”. Lamentable situación. Y siguió el desmadre: “El despensero de Cortés les decía que dejaran siquiera una carga, y, como era de  noche, le replicaban los soldados: ‘Buenos puercos habéis comido vos y Cortés’, y todo lo apañaban. Cuando supo Cortés que  no le dejaron cosa alguna, renegaba de la paciencia y pateaba, y estaba tan enojado que decía que quería hacer pesquisa de quién lo tomó. Cuando vio que el enojo era dar voces en el desierto, me mandó llamar a mí, y muy enojado me dijo que cómo dejé hacer eso con el bastimento; yo le dije que su merced debería haber enviado guardas para eso, y que, aunque él hubiera estado guardándolo, se lo habrían tomado. Y, como vio que no había remedio y él tenía mucha necesidad, me halagó con palabras melosas, diciéndome que, si dejé algo escondido por el camino, que lo partiese con él. Y desque vi sus palabras y de la manera que lo dijo, hube pena de él”. Cortés estaba en los cierto: Bernal, por si acaso, había retenido en el camino  doce cargas de maíz, y le dijo a Cortés que las traería de noche para repartirlas con él y con su gran amigo Sandoval. “Y Cortés se holgó en el alma y me abrazó, y el Sandoval dijo que quería ir conmigo por el bastimento, y lo trajimos, de manera que así pasaron aquella hambre (lo que quiere decir que Cortés y su entorno de capitanes ya se habían comido los puercos). He traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo se ponen los capitanes en tierras nuevas, que hasta a Cortés, que era muy temido,  no le dejaron maíz que comer”.

     Foto: Da la impresión de que la desmedida ambición de Cortés terminó mezclada con una buena dosis de vanidad, propia del  más refinado estilo aristocrático. Se fue de campaña  militar a una de las zonas más inhóspitas de Centroamérica con aires de príncipe borgoñón, rodeado de capitanes, criados y hasta titiriteros. El no va más del amaneramiento fue el primoroso grupo de músicos que, dadas las circunstancias, provocaron el desprecio y la rabia de los hambrientos soldados.


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