viernes, 5 de agosto de 2016

(Día 348) Dos capitanes se disputan la honra de haber capturado a CUAUHTÉMOC. Media CORTÉS, pero, astutamente, será él quien lo hará figurar en su escudo de armas. El cerco a TENOCHTITLÁN había hecho estragos en la población. Los tlaxcaltecas obtienen, como premio, un buen botín.

(100) –Pero la vida sigue, my dear son, con el afán de cada día.
     -Y aunque de otra manera, caro dottore, el ritmo de Cortés y de los suyos, incluido Bernal, continuará trepidante. Ya sabemos que quien apresó a Cuauhtémoc fue el capitán García Holguín. Por ser un hecho tan excepcional, exigió que se le reconociera entre sus méritos personales como un supremo honor. Pero eran tiempos muy puntillosos en ese aspecto, y Sandoval le disputaba la distinción porque Holguín no había sido más que un “mandado” a sus órdenes. Intervino Cortés recordando culta y pomposamente una anécdota romana que parecía hecha a la medida: “Cuando Cornelio Sila trajo preso a Yugurta y entró el ejército triunfante en Roma, lo llevaba con una cadena de hierro al pescuezo, y Mario dijo que era él quien debía meterlo, por ser el capitán general, y finalmente nunca se determinó a quién correspondía la honra. Por lo que Cortés dijo que  haría relación dello a Su Majestad para que diese la merced de se lo dar por armas a quien fuese servido hacerlo”. Muy instructivo el ejemplo, pero Bernal no pierde ocasión de mostrar la afición que su gran jefe tenía a las ‘buenas promesas’ para terminar arramblando con todo: “Y pasados dos años, mandó Su Majestad que Cortés tuviese por armas  7 reyes, Moctezuma, Cacamatzin, los señores de Iztapalapa, Coyoacán, Tacuba y Mataltzingo, y este Cuauhtémoc, sobre el que era el pleito”.
     -No fue muy bonito, sensible jubileta, lo que vieron los españoles al ocupar los dominios perdidos por Cuauhtémoc: “Todo Tlatelolco estaba lleno de indios muertos, y hedía tanto que no se podía sufrir, de manera que presto nos volvimos a nuestros reales, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró en las narices e dolor de cabeza. Había tanta hedentina en aquella ciudad que Cuauhtémoc le rogó a Cortés que dejase a sus habitantes ir a los pueblos comarcanos, y se lo concedió. Durante tres días con sus noches no dejaron de salir, llenando las tres calzadas, hombres, mujeres y criaturas, tan flacos, amarillos, sucios y hediondos que era lástima de los ver”. Vacío ya Tlatelolco, lo inspeccionaron, “y aún estaban  entre los muertos algunos pobres mexicanos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como la de los puercos muy flacos que no comen más que yerba; y toda la ciudad estaba como arada, que  no quedaban ni raíces. También diré que no comían las carnes de sus mexicanos, sino solo de las nuestras y de tlaxcaltecas que apañaban”. El cerco, pues, hizo estragos. Pero fíjate, discípulo amado, cómo cambió de repente la situación: “Después de haber ganado esta grande y populosa ciudad, tan nombrada en el universo, Cortes mandó hacer un banquete en Coyoacán por las alegrías de haberla obtenido. Y para hacer la fiesta convidó a todos los capitanes y soldados que le pareció oportuno; e valiera más que no se hiciera aquel banquete por muchas cosas no muy buenas que en él acaecieron (o sea, que fue un desmadre)”. Cortés no se olvidó de hacer un reconocimiento de la valiosísima ayuda de los tlaxcaltecas, ensalzando la valentía con que lucharon a su lado contra los mexicanos: “Les habló a sus caciques dándoles las gracias  con prometimientos de que les daría más tierras y vasallos. Luego se despidió dellos, y se fueron todos ricos y cargados de oro, y aun  llevaron harta carne cocinada de mexicanos, que, como cosa de enemigos, la comieron por fiestas”. La conquista estaba ya hecha, los indios se fueron a sus poblados, y los españoles se enfrentaron  a la complejísima tarea de reconstruir y organizar lo destruido. Veremos ahora a los mismos protagonistas interpretando papeles distintos, aunque sin dejar las armas, y también envueltos en constantes conflictos propios de una sociedad en tensión. Mañana dedicaremos la tertulia a observar el corazón de Bernal, que justo ahora, cuando narra el final de la gran guerra, siente la necesidad imperiosa de confesar todo el terror que padeció.

     Foto: Una vez más resulta fiable Bernal: Cortés obtuvo muy pronto su escudo de armas, y lo que vemos es la versión en azulejos que se encuentra en el ayuntamiento de México. Aparecen encadenadas las cabezas de los siete caciques más importantes que logró apresar (todos con muerte violenta). El principal era Moctezuma, y después Cuauhtémoc; de nada les sirvió a Sandoval y Holguín disputar sobre la honra de haber apresado a este último: se quedó con ella Cortés. El lema del escudo debería haber sido “El fin justifica los medios”, pero dice pomposamente: YUDICIUM DOMINI APPREHENDIT EOS / ET FORTITUDO EIUS CORROBORABIT BRACHIUM MEUM (El juicio de Dios los tomó / y su fortaleza robusteció mi brazo). Seguro que Bernal pensaría: “E nosotros, los heroicos soldados, ¿qué tecla tocábamos allá?”. 


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