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–Esta vez, querido tertuliano, saldrá poco tocado Cortés.
-Pero
seguirán acosándole, pater, especialmente tu sobrinito, el oidor Juan Ortiz de
Matienzo, al que tú le perdonabas casi todo.
-Sabes bien que la familia era un fortín
cerrado. Y precisamente por eso me sentó como un tiro, aunque lo veía desde la apacible
Quántix, que estafara a mi pequeño vástago Luis, de solo diez años, huérfano de
mi protección y sin la ayuda de su madre, mi amada Catalina, que entonces
estaba ya en el convento de Mena. Mi
sobrino intentó birlarle a ese dulce angelito mis diezmos de Jamaica: ¡qué cosa
tan fea! Pero pasemos a la sentencia de Cortés.
-Salió triunfante, responsable padre: “Los
jueces dieron por muy bueno y leal servidor de Su Majestad a Cortés, y a
todos nosotros, los verdaderos
conquistadores que con él pasamos. Y mandaron poner silencio al Diego Velázquez
acerca del pleito de la gobernación de la Nueva España (se salvó el rebelde y purificado triunfador). Declararon por
sentencia que Cortés fuese gobernador de la
Nueva España, según lo mandó el sumo pontífice Adriano VI (como regente de Castilla). En lo de
Garay, y acerca de su mujer, doña Catalina Suárez, puesto que no daban informaciones suficientes de ello,
se reservaba para un futuro juicio de residencia. Mandaron dar cédula real para
que se le diesen al piloto Umbría en la
Nueva España indios que rentasen 1.000 pesos de oro”. Ordenaron también
algo que, sin duda, le produjo especial satisfacción a Bernal: “Que todos los
conquistadores fuésemos antepuestos y nos diesen buenas encomiendas de indios,
y que nos pudiésemos sentar en los más
preeminentes lugares en las iglesias y en otras partes (privilegio muy preciado)”. Pronunciada la sentencia, “lleváronlo a
firmar a Valladolid, donde Su Majestad estaba. Y firmóla, y asimismo mandó que
no hubiese letrados por cierto tiempo en la Nueva España, porque doquiera que
estaban, revolvían pleitos y debates y cizañas (vaya famita)”. Todo esto ocurrió en 1522, cuando solo les quedaba
dos años escasos de vida a los peores enemigos de Cortés, que formaban un
tándem muy unido, el gobernador de Cuba, Diego
Velázquez, y el obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Se fueron a la tumba
sin poder regodearse con los acosos, los fracasos y el declive que irían
reduciendo la estatura del gigantesco Cortés. El que sí lo vio, pero siempre
con el máximo respeto, fue el longevo Bernal, y desde palco preferente. Prosiga
el mosén.
-Gracias,
monaguillo. Veamos a Bernal disfrutando de la enorme difusión de la caída de
Tenochtitlán: “Y en aquella sazón le escribió a Cortés, en respuesta a una
carta suya y joyas que le mandó, el rey don Fernando de Hungría”. Aclaremos que
era el hermano de Carlos V, criado en España a la vera de los reyes Católicos,
sus abuelos, y deseado como rey por muchos castellanos, pero se impuso el
obstáculo insalvable de ser más joven. Siempre se sintió muy identificado con
nuestras tierras y tuvo gran interés por los asuntos de Indias, tanto que a su
iniciativa se debe que haya una recopilación de documentos sobre esta materia
en Viena; fue realizada (toma nota, pequeñín)
por el secretario real Juan de Sámano,
quien, como muy bien dices en la sublime biografía que me escribiste con
letras de oro, era hermano de un yerno de mi retorcido sobrino Juan Ortiz de
Matienzo. Dicho lo cual, veamos lo que, según Bernal, decía el rey don Fernando
en la mencionada carta: “Que tenía noticia de los muchos y grandes servicios
que había hecho Cortés a su hermano, el emperador, y a toda la cristiandad, y
que en todo lo que se le ofreciese intercedería por él, porque de muchas más cosas
era merecedor, diciéndole también que diese encomiendas a sus fuertes soldados
que le ayudaron. Y esta carta yo la leí en México porque Cortés me la mostró
para que viese en qué gran estima éramos tenidos los verdaderos
conquistadores”.
Foto: En el cuadro, a la izquierda,
Maximiliano, emperador del Sacro Imperio; frente a él, su hijo Felipe el
Hermoso y su mujer, Juana 1ª de Castilla. Se diría que el pintor Bernard
Strigel captó en ella la mirada de una mujer atormentada. Arropado por su
abuelo, Fernando de Hungría, el que le escribió a Cortés. A su lado, el quizá mejor rey de España, Carlos V. Junto a
él, su hermana Leonor, reina de Portugal y, después, de Francia. La pobre Juana,
madre de los tres, dejó una larga prole de alto copete, porque también fueron
hijas suyas (ausentes en la pintura) Isabel, reina de Dinamarca, María, reina
de Hungría, y Catalina, reina de Portugal. Qué empacho de realeza, baby.
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