martes, 30 de agosto de 2016

(Día 373) CORTÉS INICIA LA CAMPAÑA DE HONDURAS, y por todo el camino es recibido apoteósicamente. Los funcionarios SALAZAR y CHIRINOS tratan arteramente de que CORTÉS les envíe a MÉXICO como gobernadores, y, sorprendentemente, lo consiguen. BERNAL se queja de que CORTÉS reclutaba forzosamente para su campaña a los viejos soldados.

(125) – La salida de Cortés, secre, fue un paseo entre loores.
     -Bernal lo subraya, provisor catedralicio: “Fue cosa maravillosa los grandes recibimientos y fiestas que le hacían en todos los pueblos por donde pasaba. Y cuando supimos en Coatzacoalcos (donde residía Bernal) que venía Cortés con tanto caballero, fuimos a lo recibir y a darle el parabienvenido; y esto lo digo para que se sepa cuán respetado y aun temido era Cortés, porque solo se hacía lo que él quería, fuese bueno o malo. En Coatzacoalcos le recibimos con arcos triunfales y con ciertas emboscadas de moros y cristianos e otras invenciones de juegos. Y estuvo allí seis días”. Soterradamente, los dos taimados funcionarios (Salazar y Chirinos) iban haciendo labor de zapa, “especialmente el factor Salazar, diciéndole a Cortés que mirase a quién había dejado el poder, porque tenía al contador Albornoz por muy revoltoso e doblado”. Lo cual era cierto, e incluso ya había noticias de que estaban gobernando mal, pero la verdadera intención de Salazar y del veedor Chirinos era apartar las zarpas de los criticados para agarrar la presa con las suyas: “Y sobre ello le decía el factor a Cortés que tan bien sabrían gobernar él y el veedor como los que había dejado en México, y se le ofrecieron por muy servidores”. ¿Qué opinas del percal, reverendo?
     -Pues te diré, tierno doncel, que, aunque sus madres fueran unas santas, está claro lo que eran ellos. Lo malo es que Cortés patinó de nuevo: “Y decía tantas cosas melosas el factor, y con tan amorosas palabras, que le convenció a Cortés para que les diese a los dos un poder, siendo de esta condición: que, si viesen (¡no van a ver!) que el Estrada y el Albornoz no hacían lo que debían al servicio de Dios y del rey, gobernasen ellos solos. Estos poderes fueron causa de muchos males, revueltas y cizañas que hubo en México, como más adelante diré. Cuando se despidieron de Cortés para se volver, ¡cuántos cumplimientos y abrazos!, y tenía el factor una manera como de sollozos”.
     También era triste la esclavitud  de los veteranos de Cortés. El resignado Bernal se limita a mencionar la situación: “Luego mandó que todos los vecinos de Coatzacoalcos fuéramos con él, de forma que a todos los que nos habíamos hallado en las conquistas de México, y en el tiempo en que habíamos de reposar, nos obligó a ir a una jornada de más de 1.500 leguas (8.250 km), perdiendo cuanto teníamos, casi siempre en guerras y en un viaje de dos años y tres meses”. (Precioso, baby). Alguno se resistía a la orden de Cortés, pero no le servía de nada. “Cuando ya estábamos todos apercibidos con nuestras armas porque no le osábamos decir que no, si alguno se atrevía, por fuerza le hacía ir. Éramos todos unos 250 soldados, más otros muchos recién venidos de Castilla”. Y, por fin, le vemos a  Bernal, que ya era propietario de un caballo, con la categoría que se merece: “A mí me mandó que fuese por capitán de 30 españoles con 3.000 indios mexicanos a pacificar un pueblo que se llamaba Zimatán, y para ello me dio instrucciones, las cuales tengo hoy día firmadas de su nombre (para orgullo de sus  nietos). E hice el viaje como me mandó, quedando de paz aquel pueblo”.   
     Conviene recordar que Cortés iba hacia Honduras en busca de Olid y de quien había mandado anteriormente con la misma misión, Francisco de las Casas, desconociendo lo que había pasado. Sin haber tenido aún ningún enfrentamiento duro con los indios, pronto se vieron envueltos en dificultades de todo tipo: hambre, ríos y esteros (zonas pantanosas) casi infranqueables, enfados de Cortés y protestas de sus hombres, todo ello como anticipo de los sufrimientos venideros. “Muchos soldados murmuraban de Cortés y de su viaje, diciendo que  no miraba más que por su ambición, sin pensar bien lo que hacía, y que era  mejor que nos volviésemos  que morir todos de hambre. Luego dimos en un pueblo sin gente, y hallamos muy bien de comer. Y como íbamos muertos de hambre, dímonos buena hartazga. Ya, en el camino, se habían muerto el volatinero y tres soldados. Murieron también muchos indios de Michoacán y mexicanos; caían malos y se quedaban en el camino como desesperados”.

     Foto: Aunque el pueblo natal de Cortés, Medellín, esté en Badajoz, también en Cáceres tiene una estatua; a caballo, vestido a la romana, cual victorioso Julio César. Sin embargo, en esta expedición a Honduras, le veremos abatido en sus horas bajas, como el correoso Churchill cuando su ciclotimia lo hundía en la depresión, a la que llamaba el perro negro, ‘the black dog’. Nobody is perfect.


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