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–Dilo, dilo, notario real: hubo clérigos ejemplares en Indias.
-Nobleza obliga, reverendo: algunos
brillaron como arcángeles entre tanta brutalidad. Bernal, que siempre se mostró
piadoso, humana y religiosamente, habla emocionado de la llegada de los
primeros franciscanos: “Habíamos escrito a Su Majestad suplicándole que nos
enviase religiosos franciscos de mucho mejor vida que nosotros éramos, para que nuestra fe fuese
siempre ensalzada y los naturales de esta tierra entendiesen que las
predicaciones que les decíamos eran verdaderas. Y entonces vinieron doce, y con
ellos fray Toribio Motolinía (su apellido real era Benavente); le
pusieron este nombre los caciques, que quiere decir ‘pobre’, porque, cuanto le
daban de limosna, lo daba a los indios, quedándose algunas veces sin comer, y
traía una hábitos muy rotos y andaba descalzo, y los indios le querían mucho
porque era una santa persona”. Se te cae la baba, santo padre: ¿Qué te pasa?
-Me desborda la emoción, discípulo amado,
pensando en aquellos que, con santo amor, honraron nuestros hábitos aunque los
llevaran deshilachados. Ya hablamos de Motolinía, y tú le diste un sitio de
honor en la sin par biografía que me has escrito. Recordemos solamente, como
prueba de que cada maestrillo tiene su librillo, que tanto él como Bartolomé de
las Casas defendieron apasionadamente a los indios, pero a tono con su propio
carácter. Llegó a cabrearse tanto (excuse me) Motolinía con el vehemente
Bartolomé, que le escribió a Carlos V quejándose de las exageraciones de sus
críticas contra ‘todos’ los españoles, hasta el punto de decirle que ‘no sabía
cómo podía Su Majestad aguantar a un hombre tan pesado’. Pero el caso es que,
ambos dos, fueron una bendición para los indígenas. Por su parte, el
contradictorio Cortés, que era un maquiavélico depredador, pero, al mismo
tiempo, un hombre de verdadera fe cristiana, trató con la máxima reverencia a
los franciscanos cuando llegaron a México: “Cuando nos encontramos con los reverendos
religiosos, el primero que se arrodilló
delante de fray Martín de Valencia (el
superior) y le fue a besar la manos, fue Cortés, y no se lo consintió. Y le besó los hábitos, y
así hicimos la mayoría de los capitanes y soldados que allí estábamos, y el
Cuauhtémoc y los señores de México”. Respeto sincero de Cortés, pero
sobreactuado y con doble intención: los indios observaban. Hizo mella entre los
nativos y fue muy didáctica la escenificación de Cortés. “Y desque el
Cuauhtémoc y los demás caciques vieron a Cortés de rodillas besándole las
manos, asombráronse en gran manera; y, como vieron a los frailes descalzos y
flacos y con los hábitos rotos, y que no
llevaban caballos, sino ir a pie y muy amarillos, y, a Cortés, que le tenían
por ídolo o como sus dioses, así arrodillado delante de ellos, desde entonces
tomaron ejemplo todos los indios, y así, cuando agora vienen los religiosos,
les hacen los mismos recibimientos y acatos. Y más digo: cuando Cortés hablaba con
aquellos religiosos, siempre tenía la gorra quitada y en todo les tenía mucho
acato (queda claro que no fue puro teatro su actitud en presencia de
los indios). Y ciertamente estos buenos religiosos franciscos hicieron
mucho fruto en toda la Nueva España.
Unos tres años después vinieron 12 frailes dominicos, siendo prior fray Tomás
Ortiz, vizcaíno, e quiso Dios que pronto les dio mal de modorra, de lo que casi todos murieron. E después han venido
otros muchos religiosos de santa vida de la misma orden, y han industriado muy
bien en nuestra santa fe a los naturales de esta provincia de Guatemala (donde vivía Bernal cuando escribió su libro
de las maravillas)”. No menciona al dominico Bartolomé de las Casas, a
quien conocía muy bien, y al que sin duda tuvo que admirar, pero seguro que no
simpatizaba con su extremismo; así que, mejor callarse.
Las dos fotos repiten una misma escena,
pero lo bonito es que ha servido para que quede memoria en los dos mundos de
los primeros 12 franciscanos que se presentaron en México. Los azulejos están
en el convento de Belvís de Monroy, provincia
de Cáceres (Hernán se apellidaba Cortés Monroy). De ahí partieron los santos
frailes; el tercero a la izquierda figura con su sobrenombre náhuatl:
Motolinía. La pintura sobre cerámica fue copiada del fresco en blanco y negro
que está en Huajotzingo, cerca de Puebla, en lo que fue el convento que los
frailes fundaron apenas llegados, en 1524.
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