viernes, 26 de agosto de 2016

(Día 369) LLEGAN LOS PRIMEROS FRAILES A MÉXICO: son ejemplares y muy respetados. A los indios les impresionó que fueran tan queridos por CORTÉS y sus soldados, con lo que fue calando la fe cristiana.

(121) –Dilo, dilo, notario real: hubo clérigos ejemplares en Indias.
     -Nobleza obliga, reverendo: algunos brillaron como arcángeles entre tanta brutalidad. Bernal, que siempre se mostró piadoso, humana y religiosamente, habla emocionado de la llegada de los primeros franciscanos: “Habíamos escrito a Su Majestad suplicándole que nos enviase religiosos franciscos de mucho mejor vida que   nosotros éramos, para que nuestra fe fuese siempre ensalzada y los naturales de esta tierra entendiesen que las predicaciones que les decíamos eran verdaderas. Y entonces vinieron doce, y con ellos  fray Toribio Motolinía (su apellido real era Benavente); le pusieron este nombre los caciques, que quiere decir ‘pobre’, porque, cuanto le daban de limosna, lo daba a los indios, quedándose algunas veces sin comer, y traía una hábitos muy rotos y andaba descalzo, y los indios le querían mucho porque era una santa persona”. Se te cae la baba, santo padre: ¿Qué te pasa?
     -Me desborda la emoción, discípulo amado, pensando en aquellos que, con santo amor, honraron nuestros hábitos aunque los llevaran deshilachados. Ya hablamos de Motolinía, y tú le diste un sitio de honor en la sin par biografía que me has escrito. Recordemos solamente, como prueba de que cada maestrillo tiene su librillo, que tanto él como Bartolomé de las Casas defendieron apasionadamente a los indios, pero a tono con su propio carácter. Llegó a cabrearse tanto (excuse me) Motolinía con el vehemente Bartolomé, que le escribió a Carlos V quejándose de las exageraciones de sus críticas contra ‘todos’ los españoles, hasta el punto de decirle que ‘no sabía cómo podía Su Majestad aguantar a un hombre tan pesado’. Pero el caso es que, ambos dos, fueron una bendición para los indígenas. Por su parte, el contradictorio Cortés, que era un maquiavélico depredador, pero, al mismo tiempo, un hombre de verdadera fe cristiana, trató con la máxima reverencia a los franciscanos cuando llegaron a México: “Cuando  nos encontramos con los reverendos religiosos, el primero que se arrodilló  delante de fray Martín de Valencia (el superior) y le fue a besar la manos, fue Cortés, y  no se lo consintió. Y le besó los hábitos, y así hicimos la mayoría de los capitanes y soldados que allí estábamos, y el Cuauhtémoc y los señores de México”. Respeto sincero de Cortés, pero sobreactuado y con doble intención: los indios observaban. Hizo mella entre los nativos y fue muy didáctica la escenificación de Cortés. “Y desque el Cuauhtémoc y los demás caciques vieron a Cortés de rodillas besándole las manos, asombráronse en gran manera; y, como vieron a los frailes descalzos y flacos y con los hábitos rotos, y que  no llevaban caballos, sino ir a pie y muy amarillos, y, a Cortés, que le tenían por ídolo o como sus dioses, así arrodillado delante de ellos, desde entonces tomaron ejemplo todos los indios, y así, cuando agora vienen los religiosos, les hacen los mismos recibimientos y acatos. Y más digo: cuando Cortés hablaba con aquellos religiosos, siempre tenía la gorra quitada y en todo les tenía mucho acato (queda claro que  no fue puro teatro su actitud en presencia de los indios). Y ciertamente estos buenos religiosos franciscos hicieron mucho fruto en toda la  Nueva España. Unos tres años después vinieron 12 frailes dominicos, siendo prior fray Tomás Ortiz, vizcaíno, e quiso Dios que pronto les dio mal de modorra, de lo que  casi todos murieron. E después han venido otros muchos religiosos de santa vida de la misma orden, y han industriado muy bien en nuestra santa fe a los naturales de esta provincia de Guatemala (donde vivía Bernal cuando escribió su libro de las maravillas)”. No menciona al dominico Bartolomé de las Casas, a quien conocía muy bien, y al que sin duda tuvo que admirar, pero seguro que no simpatizaba con su extremismo; así que, mejor callarse.

     Las dos fotos repiten una misma escena, pero lo bonito es que ha servido para que quede memoria en los dos mundos de los primeros 12 franciscanos que se presentaron en México. Los azulejos están en el convento de Belvís de  Monroy, provincia de Cáceres (Hernán se apellidaba Cortés Monroy). De ahí partieron los santos frailes; el tercero a la izquierda figura con su sobrenombre náhuatl: Motolinía. La pintura sobre cerámica fue copiada del fresco en blanco y negro que está en Huajotzingo, cerca de Puebla, en lo que fue el convento que los frailes fundaron apenas llegados, en 1524.



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