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–El gran Cuauhtémoc, peque, hizo una propaganda siniestra.
-Estaba crecido, ilustre clérigo, por la
paliza que le acababa de dar a Cortés: “Cuando tuvo aquella victoria, envió por
todos nuestros pueblos amigos pies y manos de nuestros soldados, y caras
desolladas con sus barbas, y las cabezas de los caballos que mataron,
diciéndoles que si no dejaban nuestra amistad, les irían a destruir. Pero no
ayudaron a los mexicanos porque estaban a mal con ellos, aunque, luchando a
nuestro lado creyeron llevar lana y volvieron trasquilados (otra vieja expresión), porque muchos de nuestros amigos perdieron
la vida”. Cortés les dio un respiro a sus soldados para que descansaran unos
días, “y para tomar maduro consejo de lo que habíamos de hacer en adelante”.
Pero lo que no cesaba era el horrendo ritual: “Hacían cada noche grandes
sacrificios y fiestas en el cu mayor de Tlatelolco, y sacrificaban compañeros
nuestros a sus malditos ídolos”. Siguieron las luchas, pero con otra
dificultad.
-Y no pequeña, delicioso tertuliano. El
porvenir era negrísimo, así que: “Sin avisar,
se fueron a sus tierras los más de nuestros indios amigos de Tlaxcala,
Cholula, Guaxacingo, Texcoco, Chalco e Tamanalco, que no quedaron más que
Estesúchel y otros caciques, como dos hijos de Xicotenca el Viejo (a pesar de que Cortés había ahorcado a su
belicoso hermano), y el esforzado Chichimecatecle, más sobre 170 guerreros
suyos. Y desque nos quedamos solos con tan pocos amigos, recibimos mucha pena”.
Sin embargo, el cacique Estesúchel (después bautizado con el nombre de don
Carlos) era oro molido y buen estratega; hasta apuntaló la moral de Cortés. Le
dijo: “Señor Malinche, no recibas pena por no
batallar cada día con los mexicanos; que los bergantines no dejen que
entren bastimentos ni agua en la ciudad, porque son tantos que pronto acabarán
los que tienen. ¿Qué pueden hacer si les quitas la comida y el agua? Tendrán
peor guerra con el hambre y la sed”. Cortés le abrazó agradecido, y se decidió
a seguir esa táctica, que ya tenían
pensada los españoles, aunque les había podido la impaciencia: “que somos de
tal calidad que no queríamos aguardar tanto tiempo sin entrarles en la ciudad”.
Así que, dicho y hecho: Cortés se dispuso a sacar el máximo partido a los
bergantines utilizándolos pacientemente en el asedio. Además, habían encontrado
la manera de que no los encallaran.
Dice Bernal: “Una cosa nos ayudó mucho, y
es que ya osábamos romper las estacadas que los mexicanos tenían en la laguna
para que encallasen. Remando con fuerza, y viniendo desde algo atrás para que
mejor fuerza trajesen los bergantines, y, si hacía viento, mejor, eran señores
de la laguna; y cuando los mexicanos vieron aquello, se les quebró algo su
braveza”. Pero los españoles no dejaron totalmente de pelear, y lo hacían con
un esfuerzo nuevo: el de trabajar como peones para cegar los pasos de agua,
porque tenían ahora poca mano de obra; casi valoraban más a sus indios amigos
por esa ayuda manual que como guerreros, ya que, a veces, les estorbaban en la
lucha. Y con el propio estilo de Bernal, digamos que vuelve a ‘tocar en la
misma tecla’ que lo dejó traumatizado de por vida: “Los mexicanos tañían de
noche en sus grandes cúes el maldito tambor –que digo otra vez que era el más
maldito sonido y más triste que jamás se podría inventar, y tenían grandes
lumbres y daban grandísimos gritos y silbos. Y era porque estaban sacrificando
a nuestros compañeros de los que le habían tomado a Cortés, que supimos luego que en diez días
de arreo (seguidos) acabaron de
sacrificarlos a todos, y dejaron como postrero a Cristóbal de Guzmán, que lo
tuvieron vivo doce o trece días, según dijeron tres capitanes mexicanos que
prendimos”. ¿Recuerdan vuesas mersedes aquel triste graffiti que decía: “Aquí
estuvo preso el sin ventura Juan Yuste, y sus compañeros”? ¿Recuerdan al
valiente mancebo Cristóbal de Olea, que salvó a Cortés, pero le mataron a él y
al caballo que le llevaba? ¿Recuerdan que le trajo otro caballo su mayordomo,
con el que pudo huir pero le costó la vida al fiel criado? ¿Recuerdan el nombre
de ese nuevo héroe?: se llamaba CRISTÓBAL DE GUZMÁN.
Foto: La pintura muestra el encuentro de
los aztecas (o mexicas) con la tierra prometida; según su tradición, estaría allá
donde vieran un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Ocurrió en una
isla situada en medio del lago de Texcoco, y en ella fundaron Tenochtitlán el
año 1325. Se asentaron en el lugar, crearon una poderosa civilización, y
estamos asistiendo en 1521 al drama que se desarrolla sobre esas aguas, a sangre
y fuego, entre dos culturas incompatibles que se disputan una soberanía única.
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