domingo, 14 de agosto de 2016

(Día 357) DESASTRE por culpa de las indisciplinadas tropas de GARAY. Los indios matan a más de 500 españoles. El competente SANDOVAL pone orden, y CORTÉS alaba su enorme valía. Se juzgó a los caciques rebeldes, ejecutando a varios, y nunca más hubo problemas. Llega a MÉXICO el licenciado ZUAZO, y también CORTÉS “se lo trabaja”.

(109) –Qué peligrosas, joven, las tropas sin un  jefe con  autoridad.
     -Lo vamos a ver, docto clérigo, en la propia salsa de los soldados de Garay, quien, aunque había perdido el respeto de muchos soldados, seguía siendo oficialmente el representante del rey y cabeza única del mando. Lo peor ocurrió cuando se fue a México para negociar con Cortés; su ejército se quedó en la zona de Pánuco bajo el precario control de su joven hijo, pero ni los capitanes (entre ellos Juan de Grijalva) ni los soldados “le acataban, sino que se juntaban en grupos y andaban robando por los pueblos y tomando las mujeres por fuerza como si estuvieran en tierra de moros. Y cuando lo vieron los indios, se concertaron para los matar, y en pocos días sacrificaron y comieron a más de 500 españoles”. Incluso se atrevieron a atacar la Villa de Santisteban, fundada por Cortés, matando a Vallejo, el capitán que regía la población. “Y Cortés tuvo tanto enojo, que de presto mandó a Sandoval que fuese con 150 soldados y 8.000 tlaxcaltecas y mexicanos. Como era muy ardido  (intrépido) y cuando le mandaban cosa de importancia  no dormía, no tardó en llegar”. Pero tuvo que pelear duramente y sin tregua hasta poder entrar en la villa. “Los vecinos le dieron gracias y loores por haber ido a socorrerles”. Todo cambió, porque, por fin, había disciplina y mando. Como de costumbre, Bernal ensalza las virtudes de su admirado amigo Sandoval. Tocaba después seguir con la tarea, que no era fácil. Orillando a los revoltosos capitanes de Garay, Sandoval mandó a siete “de los de Cortés”, que, al frente de varios grupos, “fuesen a por maíz y bastimento, y a hacer guerra, prendiendo solamente a los caciques que mataron a los españoles; resultó que apresaron hasta 20 que habían tenido que ver en la muerte de más de 500 soldados de Garay”. Sandoval le escribió a Cortés solicitando órdenes al respecto. “Y al saberlo, se holgó mucho de que la provincia estuviese otra vez en paz, e dijo Cortés delante de todos sus capitanes: ‘¡Oh, Gonzalo de Sandoval, qué en gran deuda os soy, e cuántos trabajos me habéis quitado!’. Y allí todos le loaron mucho diciendo que era muy extremado capitán, e que se podía nombrar entre los  más afamados. Luego Cortés escribió diciendo que enviaba a Diego de Ocampo para que se hiciese información contra los caciques, e lo que se sentenciase por justicia, se ejecutase”. Nunca faltaba el ropaje del protocolo. Prosiga el mosén.
     -Pero la decisión, hijo mío, ya estaba tomada de antemano: el juicio no era más que una forma de ‘vestir el muñeco’. En cuanto llegó Ocampo, “hicieron proceso contra los capitanes e caciques que mandaron la muerte de los españoles, y, por sus confesiones, se pronunció sentencia contra ellos; quemaron y ahorcaron a algunos, y a otros los perdonaron, y dieron los cacicazgos a sus hijos y hermanos, según convenía en Derecho”. También se puso remedio al conflicto entre españoles, “y se mandó que se embarcase en un navío a los alborotadores, enviándolos a la isla de Cuba. Hecho esto, Sandoval y Ocampo dieron la vuelta para México, y fueron bien recibidos de Cortés y de toda la ciudad. Y desde en adelante no se tornó más a levantar aquella provincia”. Así, pues, santo remedio: Sandoval rara vez fallaba.
     En esas fechas llegó a México el licenciado Alonso de Zuazo (a quien alude certeramente mi queridísimo secretario en la maravillosa biografía que me ha escrito). Le había rogado Garay que, como influyente funcionario real, intermediara ante Cortés para que le respetara sus derechos de exploración. Pero llegó cuando ya había fallecido Garay, y tras un viaje por mar muy accidentado. Para salvarse en una islita, “echaron muchos tocinos al agua y otras cosas, con el fin de aligerar el navío, y fueron tantos tiburones a los tocinos, que encarnizados con ellos, apañaron a uno de los marineros que bajaron al agua, lo despedazaron y lo comieron”. Consiguió Zuazo llegar a  México, y Cortés lo recibió por todo lo alto, ‘trabajándole’ tan primorosamente, por si acaso, que hasta le hizo alcalde mayor de la ciudad.

     Foto 1ª.- Por nadie muestra Bernal más afecto que por Gonzalo de Sandoval, algo más joven que él y, los dos, mancebos en aquel tiempo. Era de Medellín, como Cortés. El monumento de la foto está dedicado al cacique Coliman, muy duro de pelar, y está dedicado a un episodio anterior. Cristóbal de Olid lo sometió, pero volvió a rebelarse cuando el implacable, pero enamoradizo, capitán retornó a México presuroso para caer en brazos de su bella esposa (Bernal dixit). Foto 2ª.- Fue Sandoval el que  remató la faena. En el relieve que hay debajo de la poderosa figura de Coliman, se ve cómo el cacique hace las paces con él. Fueron tan definitivas que Sandoval fundó entonces la ciudad de Colima (costa del Pacífico), que es donde  se le ha erigido esa estatua al cacique peleón.



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