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–Qué peligrosas, joven, las tropas sin un
jefe con autoridad.
-Lo vamos a ver, docto clérigo, en la
propia salsa de los soldados de Garay, quien, aunque había perdido el respeto
de muchos soldados, seguía siendo oficialmente el representante del rey y
cabeza única del mando. Lo peor ocurrió cuando se fue a México para negociar
con Cortés; su ejército se quedó en la zona de Pánuco bajo el precario control
de su joven hijo, pero ni los capitanes (entre ellos Juan de Grijalva) ni los
soldados “le acataban, sino que se juntaban en grupos y andaban robando por los
pueblos y tomando las mujeres por fuerza como si estuvieran en tierra de moros.
Y cuando lo vieron los indios, se concertaron para los matar, y en pocos días
sacrificaron y comieron a más de 500 españoles”. Incluso se atrevieron a atacar
la Villa de Santisteban, fundada por Cortés, matando a Vallejo, el capitán que
regía la población. “Y Cortés tuvo tanto enojo, que de presto mandó a Sandoval
que fuese con 150 soldados y 8.000 tlaxcaltecas y mexicanos. Como era muy
ardido (intrépido) y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía, no tardó en llegar”. Pero tuvo que
pelear duramente y sin tregua hasta poder entrar en la villa. “Los vecinos le
dieron gracias y loores por haber ido a socorrerles”. Todo cambió, porque, por
fin, había disciplina y mando. Como de costumbre, Bernal ensalza las virtudes
de su admirado amigo Sandoval. Tocaba después seguir con la tarea, que no era
fácil. Orillando a los revoltosos capitanes de Garay, Sandoval mandó a siete
“de los de Cortés”, que, al frente de varios grupos, “fuesen a por maíz y
bastimento, y a hacer guerra, prendiendo solamente a los caciques que mataron a
los españoles; resultó que apresaron hasta 20 que habían tenido que ver en la
muerte de más de 500 soldados de Garay”. Sandoval le escribió a Cortés
solicitando órdenes al respecto. “Y al saberlo, se holgó mucho de que la
provincia estuviese otra vez en paz, e dijo Cortés delante de todos sus
capitanes: ‘¡Oh, Gonzalo de Sandoval, qué en gran deuda os soy, e cuántos
trabajos me habéis quitado!’. Y allí todos le loaron mucho diciendo que era muy
extremado capitán, e que se podía nombrar entre los más afamados. Luego Cortés escribió diciendo
que enviaba a Diego de Ocampo para que se hiciese información contra los
caciques, e lo que se sentenciase por justicia, se ejecutase”. Nunca faltaba el
ropaje del protocolo. Prosiga el mosén.
-Pero la decisión, hijo mío, ya estaba tomada
de antemano: el juicio no era más que una forma de ‘vestir el muñeco’. En
cuanto llegó Ocampo, “hicieron proceso contra los capitanes e caciques que
mandaron la muerte de los españoles, y, por sus confesiones, se pronunció
sentencia contra ellos; quemaron y ahorcaron a algunos, y a otros los
perdonaron, y dieron los cacicazgos a sus hijos y hermanos, según convenía en
Derecho”. También se puso remedio al conflicto entre españoles, “y se mandó que
se embarcase en un navío a los alborotadores, enviándolos a la isla de Cuba.
Hecho esto, Sandoval y Ocampo dieron la vuelta para México, y fueron bien
recibidos de Cortés y de toda la ciudad. Y desde en adelante no se tornó más a
levantar aquella provincia”. Así, pues, santo remedio: Sandoval rara vez
fallaba.
En esas fechas llegó a México el licenciado
Alonso de Zuazo (a quien alude certeramente mi queridísimo secretario en la
maravillosa biografía que me ha escrito). Le había rogado Garay que, como
influyente funcionario real, intermediara ante Cortés para que le respetara sus
derechos de exploración. Pero llegó cuando ya había fallecido Garay, y tras un
viaje por mar muy accidentado. Para salvarse en una islita, “echaron muchos
tocinos al agua y otras cosas, con el fin de aligerar el navío, y fueron tantos
tiburones a los tocinos, que encarnizados con ellos, apañaron a uno de los
marineros que bajaron al agua, lo despedazaron y lo comieron”. Consiguió Zuazo
llegar a México, y Cortés lo recibió por
todo lo alto, ‘trabajándole’ tan primorosamente, por si acaso, que hasta le
hizo alcalde mayor de la ciudad.
Foto 1ª.- Por nadie muestra Bernal más
afecto que por Gonzalo de Sandoval, algo más joven que él y, los dos, mancebos
en aquel tiempo. Era de Medellín, como Cortés. El monumento de la foto está
dedicado al cacique Coliman, muy duro de pelar, y está dedicado a un episodio
anterior. Cristóbal de Olid lo sometió, pero volvió a rebelarse cuando el
implacable, pero enamoradizo, capitán retornó a México presuroso para caer en
brazos de su bella esposa (Bernal dixit). Foto 2ª.- Fue Sandoval el que remató la faena. En el relieve que hay debajo
de la poderosa figura de Coliman, se ve cómo el cacique hace las paces con él.
Fueron tan definitivas que Sandoval fundó entonces la ciudad de Colima (costa
del Pacífico), que es donde se le ha
erigido esa estatua al cacique peleón.
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