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– Mon cher ami: los frailes jerónimos esquivaron a Fonseca.
-Bonne nuit, mon chapelain: actuaron con astucia y sensatez;
al fin y al cabo eran ellos los que más mandaban sobre el terreno en Indias:
“Estaban entonces por gobernadores de todas las islas, y nos dieron licencia para conquistar toda la
Nueva España y herrar los esclavos, y repartir indios como se tenía por
costumbre”. Pero se curaban en salud ante las posibles maniobras de tu amiguito
Fonseca: “Y esta licencia que dieron fue hasta que Su Majestad fuese servido
mandar otra cosa, porque entonces Su Majestad estaba en Flandes y era mancebo,
y como sabían que el obispo de Burgos (Fonseca),
que era el presidente de Indias, nos era
muy contrario, no le daban cuenta de muchos asuntos”. Cortés nunca paraba:
dinos sus siguientes paso.
-Avec plaisir, mon petit. Tenía que
ganarse a un capitán problemático y con mucho carácter (del que ya hablamos):
“Cortés tenía a Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy a bien con
él porque había sido criado del obispo de Burgos (Señor, Señor…), de manera que siempre procuraba tenerle apartado de su persona, y por le
contentar le dio ciertos pesos de oro y un pueblo que es de mucha renta. Le
hizo así tan amigo y servidor suyo que le envió a Castilla, llevando 58.000
castellanos en barras de oro (unos 250 kg),
y le llevaron las joyas de la recámara de Moctezuma (la que descubrieron en la 2ª entrada a México), que las tenía en
su poder Cuauhtémoc; y fue un gran presente para nuestro gran César (imitando a Bernal, digamos ‘que dádivas
quebrantan peñas’, aunque sean regias). Le mandaban también una relación de
los acontecimientos más importantes, justificando de paso todo lo que habían
hecho contra las imposiciones de Fonsequita, “suplicándole que le hiciese
merced a Cortés de la gobernación de la Nueva España, y que fuese servido
mandar al obispo de Burgos que no se entrometiese en ninguna de nuestras cosas,
porque sería quebrar el hilo de la conquista destas tierras; y esto lo decíamos
porque el obispo había mandado a dos oficiales de la Casa de Contratación de
Sevilla, que se llamaban Pedro de Isasaga e Juan López de Recalde, que no
permitiese ninguna ayuda de armas, ni
soldados, ni favor alguno para Cortés ni
para los soldados que con él estábamos”. No sabes, hijuelo mío, cuánto me
alegro de que mi nombre no aparezca tan comprometido en el maravilloso libro de
Bernal. (Me libré por los pelos: acababa de emprender el maravilloso viaje
hacia Quántix, el Reino de la Risa. Pero
recuerdo con pena que Isasaga me tenía gran inquina, y el rapaz Recalde trató
de mermar, a su favor, la herencia de mi hijo Luis, que apenas llegaba a los
doce años).
Las travesías del Atlántico eran un
aspecto más de la lotería de calamidades que amenazaban a los aventureros de
Indias; por si no bastara con las
enfermedades, el hambre, las tormentas y los naufragios, siempre había el
riesgo de quedar atrapado por los garfios de los piratas. Alonso de Ávila,
acompañado de Antonio de Quiñones, partió el día 20 de diciembre de 1522 del
puerto de la Vera Cruz con muchas joyas del fabuloso tesoro de Moctezuma y tres
jaguares que se les escaparon de las jaulas y tuvieron que matarlos, quedando
varios marineros heridos. El capitán Quiñones por su parte, al llegar a las
islas Azores, “como se preciaba de muy valiente y enamorado, revolvióse con una
mujer, e hubo cierta cuestión, y le dieron una cuchillada de la que murió.
Quedando solo Alonso de Ávila, siguió navegando camino de España, y, no muy lejos, topó con Juan Florín (Jean Fleury), corsario francés, que le
tomó el oro y los dos navíos, y lo llevó preso a Francia”. El rey francés se
maravilló de aquellas riquezas, y “le mandó recado a nuestro emperador pidiendo
que le mostrase el testamento de nuestro padre Adán para ver si solamente había
dejado como herederos de las tierras de Indias a España y Portugal. E luego le
tornó a mandar al Florín que fuese con otra armada a buscarse la vida por el
mar (vean que la expresión no es de hoy), pero dio con cuatro navíos
vizcaínos que lo desbarataron y lo prendieron. Cuando lo supo Su Majestad ordenó
que se hiciese justicia, y en el puerto del Pico lo ahorcaron”. Terminemos
diciendo que Alonso de Ávila, tras dos años encarcelado en Francia, volvió a
México, muriendo trágicamente en una de
las duras expediciones de las que formó parte.
Foto: Ahí vemos al soberbio rey francés
Francisco I, la bestia parda de nuestro Carlos V, de cuya caballerosidad abusó
cuanto pudo, que fue mucho. En cuanto se hizo con las maravillas que Cortés le
mandaba de Indias a su emperador, exigió guasonamente ver el testamento de
Adán. Su corsario de origen florentino, Jean Fleury, terminó en la horca
española, pero fue el primero de una larga lista de piratas franceses,
holandeses e ingleses que se pasaron siglos dando la tabarra en las Indias.
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