miércoles, 10 de agosto de 2016

(Día 353) LOS FRAILES JERÓNIMOS, máxima autoridad en Indias, esquivan las retorcidas intenciones del todopoderoso obispo FONSECA. CORTÉS se libra del incordiante ALONSO DE ÁVILA enviándolo a CASTILLA con un tesoro y cartas para CARLOS V. Se nos enternece SANCHO recordando anécdotas. El pirata francés FLEURY apresa a ALONSO DE ÁVILA.

(105) – Mon cher ami: los frailes jerónimos esquivaron a Fonseca.     
     -Bonne nuit, mon  chapelain: actuaron con astucia y sensatez; al fin y al cabo eran ellos los que más mandaban sobre el terreno en Indias: “Estaban entonces por gobernadores de todas las islas,  y nos dieron licencia para conquistar toda la Nueva España y herrar los esclavos, y repartir indios como se tenía por costumbre”. Pero se curaban en salud ante las posibles maniobras de tu amiguito Fonseca: “Y esta licencia que dieron fue hasta que Su Majestad fuese servido mandar otra cosa, porque entonces Su Majestad estaba en Flandes y era mancebo, y como sabían que el obispo de Burgos (Fonseca), que era  el presidente de Indias, nos era muy contrario, no le daban cuenta de muchos asuntos”. Cortés nunca paraba: dinos sus siguientes paso.
     -Avec plaisir, mon petit. Tenía que ganarse a un capitán problemático y con mucho carácter (del que ya hablamos): “Cortés tenía a Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy a bien con él porque había sido criado del obispo de Burgos (Señor, Señor…), de manera que siempre procuraba  tenerle apartado de su persona, y por le contentar le dio ciertos pesos de oro y un pueblo que es de mucha renta. Le hizo así tan amigo y servidor suyo que le envió a Castilla, llevando 58.000 castellanos en barras de oro (unos 250 kg), y le llevaron las joyas de la recámara de Moctezuma (la que descubrieron en la 2ª entrada a México), que las tenía en su poder Cuauhtémoc; y fue un gran presente para nuestro gran César (imitando a Bernal, digamos ‘que dádivas quebrantan peñas’, aunque sean regias). Le mandaban también una relación de los acontecimientos más importantes, justificando de paso todo lo que habían hecho contra las imposiciones de Fonsequita, “suplicándole que le hiciese merced a Cortés de la gobernación de la Nueva España, y que fuese servido mandar al obispo de Burgos que no se entrometiese en ninguna de nuestras cosas, porque sería quebrar el hilo de la conquista destas tierras; y esto lo decíamos porque el obispo había mandado a dos oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla, que se llamaban Pedro de Isasaga e Juan López de Recalde, que no permitiese  ninguna ayuda de armas, ni soldados, ni favor alguno para Cortés  ni para los soldados que con él estábamos”. No sabes, hijuelo mío, cuánto me alegro de que mi nombre no aparezca tan comprometido en el maravilloso libro de Bernal. (Me libré por los pelos: acababa de emprender el maravilloso viaje hacia  Quántix, el Reino de la Risa. Pero recuerdo con pena que Isasaga me tenía gran inquina, y el rapaz Recalde trató de mermar, a su favor, la herencia de mi hijo Luis, que apenas llegaba a los doce años).
     Las travesías del Atlántico eran un aspecto más de la lotería de calamidades que amenazaban a los aventureros de Indias; por si no bastara con  las enfermedades, el hambre, las tormentas y los naufragios, siempre había el riesgo de quedar atrapado por los garfios de los piratas. Alonso de Ávila, acompañado de Antonio de Quiñones, partió el día 20 de diciembre de 1522 del puerto de la Vera Cruz con muchas joyas del fabuloso tesoro de Moctezuma y tres jaguares que se les escaparon de las jaulas y tuvieron que matarlos, quedando varios marineros heridos. El capitán Quiñones por su parte, al llegar a las islas Azores, “como se preciaba de muy valiente y enamorado, revolvióse con una mujer, e hubo cierta cuestión, y le dieron una cuchillada de la que murió. Quedando solo Alonso de Ávila, siguió navegando camino de España, y,  no muy lejos, topó con Juan Florín (Jean Fleury), corsario francés, que le tomó el oro y los dos navíos, y lo llevó preso a Francia”. El rey francés se maravilló de aquellas riquezas, y “le mandó recado a nuestro emperador pidiendo que le mostrase el testamento de nuestro padre Adán para ver si solamente había dejado como herederos de las tierras de Indias a España y Portugal. E luego le tornó a mandar al Florín que fuese con otra armada a buscarse la vida por el mar (vean que la expresión  no es de hoy), pero dio con cuatro navíos vizcaínos que lo desbarataron y lo prendieron. Cuando lo supo Su Majestad ordenó que se hiciese justicia, y en el puerto del Pico lo ahorcaron”. Terminemos diciendo que Alonso de Ávila, tras dos años encarcelado en Francia, volvió a México, muriendo  trágicamente en una de las duras expediciones de las que formó parte.

     Foto: Ahí vemos al soberbio rey francés Francisco I, la bestia parda de nuestro Carlos V, de cuya caballerosidad abusó cuanto pudo, que fue mucho. En cuanto se hizo con las maravillas que Cortés le mandaba de Indias a su emperador, exigió guasonamente ver el testamento de Adán. Su corsario de origen florentino, Jean Fleury, terminó en la horca española, pero fue el primero de una larga lista de piratas franceses, holandeses e ingleses que se pasaron siglos dando la tabarra en las Indias.


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