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–Tú creías, secre, que las tierras
movedizas eran fantasías.
-Pues ya no, reverendo: Bernal las
padeció. Suspendieron provisionalmente sus batallitas, “porque estábamos muy
cansados y había allí muchas ciénagas
que tiemblan, que no pueden entrar en ellas los caballos ni ninguna persona sin
que se atasquen en ellas, y han de salir arrastrándose a gatas, y aun así, si
salen, es maravilla”. Pero, como diría Bernal, “dejemos de cosas viejas” y
sigamos con otro escenario. Nos va a contar las andanzas de los procuradores de
Cortés por España, que es más bien tema tuyo, daddy.
-Otra vez, abusón, me vas a meter en un
charco fonsequiano: “Quiso Nuestro Señor que el año 1521 fue elegido en Roma
por Sumo Pontífice nuestro muy santo padre el papa Adriano de Lovaina (Adriano de Utrecht, pero Bernal no se equivoca, porque hizo sus
estudios en Lovaina), que estaba como gobernador de Castilla y residía
entonces en Vitoria”. (Como muy bien explica mi excelso biógrafo en nuestro libro, fue uno de los poquísimos
papas ejemplares de aquella malhadada época religiosa que yo también viví. Y lo
conocí bien, porque no partí para el
Reino de la Risa hasta el 8 de diciembre de ese año). “Y nuestros procuradores,
que fueron a besar sus santos pies, supieron que Su Santidad tenía noticia de
los heroicos hechos y grandes hazañas de Cortés y todos nosotros”. Viendo el terreno abonado, se
presentaron después nuevamente para lograr sus objetivos, principalmente el de
eliminar el incordio de mi ‘padrino’, el
obispo Juan Rodríguez de Fonseca, muy temible como enemigo, pero, doy fe, muy
generoso como amigo. “Se juntaron en la Corte Diego de Ordaz, el licenciado
Francisco Núñez, primo de Cortés, e Martín Cortés, su padre, llevando el favor
de caballeros y grandes señores”. Soltaron toda la metralla con la que podían
desprestigiar las andanzas de Fonseca, que no era poca, incidiendo en el
obsesivo rencor que le tenía a Cortés, y en sus maniobras y abusos para
favorecer a Velázquez, el gobernador de Cuba, porque había recibido grandes
regalos de él. Pedían, pues (“con gran osadía”, dice Bernal), que fuera
recusado en sus actuaciones. ¿Resultado?: “Mandó Su Santidad, como gobernador
que también era de Castilla, al obispo de Burgos (Fonseca) que dejase de entender en los pleitos de Cortés y en
cualquier otra cosa de Indias, y declaró por gobernador de esta Nueva España a
Hernando Cortés”. Gran victoria; pero aún tendría que sufrir mucho ajetreo y hasta
la pérdida de ese nombramiento. A partir de entonces, fue como si los dioses le
dijeran a Cortés: “Ya basta, compañeiro. Has alcanzado el Olimpo con solo 35 años;
sin embargo lo que te queda de vida (no te preocupes, porque resultará larga)
va a ser muy frustrante, aunque siempre conservarás el resplandor excepcional
que te has ganado. Llevas en tus genes el espíritu emprendedor, pero solo te va
a servir para cometer errores (como el que has tenido al ejecutar a Cristóbal
de Olid), y para enredarte en pleitos y campañas fracasadas, con muy poquitos
éxitos. El mayor será salir bien parado de los ataques judiciales promovidos
por gente envidiosa o ávida de la venganza que sembraron tus abusos. Hay pocos
como Bernal, que siempre te ha admirado y respetado; pero es hombre recto, y se
verá obligado a escribir la ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España’ para decir de ti lo que otros cronistas callarán, tus fallos y tus
egoísmos, principalmente en los repartos de los beneficios; aunque lo que más
le interesará corregir será la injusticia de que el mérito entero de aquella
gloriosa campaña te lo den solamente a ti. Tú le conoces bien, y no te
extrañará (ni te ofenderá) que en su libro no diga ‘Cortés esto… Cortes lo
otro…’, sino que repita machaconamente ‘Cortés y todos nosotros… Cortés y nosotros los conquistadores…’. En cualquier
caso, saborea tus logros, y consuélate con la certeza de que todos aquellos que
lleguen a conocerlos, guardarán
reverencialmente tu memoria”.
Foto: Esa es la imagen más verosímil de
Cortés, copiada de un cuadro que él mismo le envió al historiador italiano
Paulo Jovio. Se le ve ya bastante mayor, y quizá con la expresión decepcionada
de aquel al que, sin piedad, llaman en inglés un ‘has been’, aunque él siempre
estuvo seguro de su propia grandeza; lo malo es que, para que te sigan aplaudiendo,
no basta poseerla (la tenía de sobra),
sino que hace falta exhibirla y que te la reconozcan.
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