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-Tienes que explicar, sabio cronista, que los españoles no iban protegidos como
se supone: armadura, casco, guanteletes, etc.
-Por inercia, querido preceptor, se los
representa así, como si pertenecieran a los tercios de Flandes. En realidad
copiaron el sistema de los indios, por ser mucho más ligero; se forraban bien
todo el cuerpo con algodón, y llevaban en la cabeza una gorra de lo mismo: el conjunto tenía que ser muy poco
‘caballeresco’. En el siguiente enfrentamiento que tuvieron, lo dice bien claro
Bernal. Fueron contra los indios de Chamula, un pueblo fortificado: “y aquel
día hirieron a cinco de los nuestros, y aun a mí me dieron un golpe de lanza
que me pasaron las armas (la protección),
y si no fuera por el mucho algodón y por lo bien colchadas que eran, me
mataran, porque, aunque eran buenas, las pasaron y echaron fuera buen pelote de
algodón, y la herida fue chica; nuestro capitán se apartó del combate porque
llovía mucho, e como yo estaba acostumbrado a las guerras pasadas de México, bien entendí que los indios querían
irse. Entonces entré por un portillo con un compañero; nos atacaron unos 30
guerreros, y si no fuera porque, oyendo nuestras voces, entraron pronto
nuestros compañeros, allí perdiéramos la vida”. Los de Chamula huyeron, pero
consiguieron apresarles a “muchas mujeres, muchos niños y 30 hombres, que
sirvieron para negociar las paces; al otro día vinieron de paz y se llevaron
toda su gente”. Veámosle prosperar a Bernal, ilustre y famosísimo menés.
-A ti te debo el reconocimiento, lucerito.
Bernal se nos muestra orgulloso del premio recibido por sus heroicas acciones:
“Después de haber dado obediencia los chamultecas a Su Majestad, el capitán
Luis Marín me depositó a mí aquel pueblo, porque desde México le había escrito
Cortés que me diesen una buena cosa de lo que se conquistase, y también porque
yo era amigo del Luis Marín, y porque fui el primer soldado que entró dentro de
la fortaleza de los indios. Y Cortés me envió cédula de la encomienda de los
indios, que todavía la tengo guardada, y me tributaron más de ocho años”. El
capitán Marín tuvo un problema serio con otro capitán y con el escribano Diego
de Godoy, de lo que mandó un informe a México. Bernal no tenía ninguna simpatía
por los dos últimos, pero “me rogaron que, de mi parte, le escribiese a Cortés
para que les disculpase, porque decía el Godoy que, viendo mi carta, le daría
crédito, y que no hablase bien del Marín. E yo escribí lo que me pareció que
era verdad, y no culpé al capitán Marín”. Bravo por Bernal.
Sigo con la copla, jovenzuelo. Nunca les
faltaba trabajo: había que seguir pacificando. La táctica se repetía: apresaban
indios, principalmente mujeres, y conseguían así que los rebeldes se rindieran.
En un caso concreto, los indios aceptaron las paces, “y pidieron que se les
dieran sus mujeres e hijos, como se les había prometido, pero el escribano Diego Godoy aconsejó al capitán Luis Marín
que no se los diese, sino que se herrasen con el hierro del rey, que solo se
echaba a los que, una vez dada la obediencia a Su Majestad, se tornaban a
levantar sin ninguna causa. Yo repliqué que
no se herrasen, e que no era justo, porque vinieron de paz”. La
situación provocó una reyerta, algo que debía de ser frecuente entre soldados:
“E, sobre ello, yo y el Godoy tuvimos grandes debates y palabras, y aun
cuchilladas, que entrambos salimos heridos, hasta que nos separaron y nos
hicieron amigos. Y el capitán Luis Marín, como era muy bueno y no era
malicioso, y vio que era justo hacer lo que le pedí por merced, mandó que se
diesen todas las mujeres y los demás presos a los caciques de aquellos
pueblos”. Aunque bastante rudimentario, tenían un código ético para el trato de
los indios, y ahí vemos cómo Bernal los defiende arriesgando el pellejo. Cada
vez me cae mejor.
Foto: En su pueblo de origen, Medina del
Campo, se le ha dedicado a Bernal este
solemne busto. Al final de su libro, tuvo el
humano gesto de acordarse de más de 500 de sus compañeros, con precisos
detalles. No podía faltar Cristóbal de Olea, su paisano, el que salvó la vida
dos veces a Cortés al precio de la suya. Es un acierto que, detrás del monumento,
figure la lista de todos los nombres que cita Bernal.
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