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–Es fantástico, figliolo: asistiremos a un hecho esplendoroso.
-Estamos en deuda con Bernal, querido
preceptor: fue un heroico soldado, vivió una aventura excepcional y nos la está
contando magistralmente. Ya vimos que Cortés no le daba respiro a Cuauhtémoc,
resultando tan peligroso como una pequeña serpiente capaz de matar a un
elefante. Dio otra orden que sería decisiva: “Le mandó a Gonzalo de Sandoval
que entrase con los bergantines en el sitio donde estaba retraído Cuauhtémoc
con toda la flor de sus capitanes. Y como el Sandoval entró con gran furia con
los bergantines, cuando se vio cercado Cuauhtémoc tuvo temor de que le
prendiesen o matasen, de manera que embarcó en 50 grandes piraguas que tenía
aparejadas para salvarse y esconderse en otros pueblos, llevando a su familia y
su hacienda, con oro y joyas, y tiró por la laguna adelante acompañado de
muchos capitanes. Sandoval tuvo pronto noticia de que iba huyendo, y mandó a
todos los bergantines que vieran por qué parte iba Cuauhtémoc, y que no le
hiciesen ningún enojo, sino que buenamente procurasen prenderle. Y como el
capitán García Holguín, amigo suyo, llevaba un bergantín muy suelto y gran
velero, le mandó que fuese por la parte donde parecía que huía”. Te dejo la
guinda, cósmico abad.
-Siempre tan generoso, ejemplar mancebo.
“Y quiso Dios Nuestro Señor que el García Holguín alcanzara las canoas en que
iba el Cuauhtémoc, y en el arte y riqueza de él y sus toldos y asiento en que
iba conoció que era el gran señor de México, e hizo como que le quería tirar
con las ballestas; entonces Cuauhtémoc le dijo: ‘No me tires. Te ruego que no
toques mis cosas, ni a mi mujer ni mis parientes, sino llévame luego adonde
Malinche’. Y al oírlo Holguín, se gozó en gran manera, y con mucho acato lo
abrazó y le metió en el bergantín con su mujer y treinta principales.
Cuando lo vio Cortés, le hizo mucho acato y le abrazó con
gran alegría, y Cuauhtémoc le dijo: ‘Señor Malinche, he hecho lo que he podido
por mis vasallos; mátame con tu puñal’. Y lloraba con muchos sollozos. Cortés
le respondió que, por haber sido tan valiente, le estimaba mucho más, que no
tenía ninguna culpa y que descansase su corazón”. Consciente de la enorme trascendencia
histórica del acontecimiento, Bernal anota solemnemente: “Prendióse a
Cuauhtémoc en 13 de agosto, hora de Vísperas (6 de la tarde), día del señor San Hipólito, año de 1521. Gracias a
Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora, la Virgen Santa María, su bendita
madre. Amén”. Y después, ¿qué? EL SILENCIO: como si el infierno se hubiese
apagado y naciera de repente un nuevo mundo. Eso es lo que sintió Bernal con
cierto estremecimiento telúrico, y lo dice: “Llovió y relampagueó y tronó
aquella tarde y hasta medianoche mucha más agua que otras veces. Al apresar a Cuahtémoc, quedamos todos tan sordos como si hubiesen
estado antes unos hombres encima de un campanario y tañesen muchas campanas y
en aquel instante cesasen de las tañer. Y lo digo porque en los 93 días que en
esta ciudad estuvimos, de noche y de día no dejaban de dar gritos y voces los
mexicanos, unos guerreando en las canoas contra los bergantines y otros contra
nosotros en los puentes, e tampoco dejaban de sonar los malditos tambores y cornetas
y atabales de los adoratorios y torres de los ídolos, de noche y de día, tanto que no nos oíamos los
unos a los otros”. A partir de ese momento en el que el mundo pareció
detenerse, el curso de las vidas de todos los implicados giró por completo. México
quedaba definitivamente perdido para los aztecas, y ganado para los españoles.
Por otra parte, veremos cómo Cortés y los suyos siguieron pintando sus
biografías, pero con colores muy distintos. Nunca más alcanzarían una cima tan
alta, y eso siempre acarrea frustración, aunque bastante premio tuvieron con
seguir vivos.
Foto 1ª.- Cuauhtémoc no se rindió, sino que huía para refugiarse
en pueblos amigos, pero no pudo superar
el cerco de los bergantines. Ese momento era el verdadero “the end” de la increíble
película de la conquista de la Nueva España. El caudillo azteca fue, sin duda,
un gran líder y un legítimo orgullo para el pueblo mexicano. Foto 2ª.- Hermosas
palabras de la lápida colocada en Tlatelolco -la Plaza de las Tres Culturas-:
bajo las apariencias de la victoria de unos y la derrota de otros, lo que se
produjo fue “EL DOLOROSO NACIMIENTO DEL PUEBLO MESTIZO QUE ES EL MÉXICO DE HOY”.
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