sábado, 6 de agosto de 2016

(Día 349) BERNAL ECHA LA VISTA ATRÁS y siente la necesidad de confesar el PAVOR QUE SENTÍA EN LAS BATALLAS. Y, sin ser necesario en absoluto, se esfuerza en justificarlo. CORTÉS empieza a reorganizar la ciudad. SORPRENDENTEMENTE, muy pocas indias que ya tenían los españoles quisieron volver con su gente.

(101) –Aprende, hijo mío;  Bernal no era un teórico: vivía y sufría.
     -Fue tanto, sabio ectoplasma, el horror acumulado, que, cuando terminó aquella terrible guerra, no solo le impactó un silencio de sordo total, sino que se hizo consciente del infierno en que había estado viviendo, y lo recuerda al escribirlo: “Agora que han acabado las recias batallas con los mexicanos, quiero contar lo que me acontecía después de ver sacrificar y abrir los pechos a los 62 soldados que se llevaron vivos. Alguno dirá que esto era por falta de tener yo muy gran ánimo para guerrear. Pero, si bien se considera, es por el demasiado atrevimiento que había de poner en lo más recio de las batallas, porque en aquella sazón presumía de ser buen soldado, y como cada día veía llevar a sacrificar a compañeros míos, e antes habían matado a ochocientos (en la huida de México), temía yo que un día u otro me habían de hacer lo mismo, porque ya me habían asido dos veces para me sacrificar y quiso Dios que me escapara. Y acordándome de aquellas feísimas muertes, y de que, como dice el refrán, cantarillo que va a la fuente…, desde entonces temí la muerte más que nunca. Antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y orinaba una vez o dos (suena a eufemismo), y, encomendándome a Dios, cuando entraba en la batalla se me quitaba presto el pavor”. Hasta él  mismo se extraña de tener tanto miedo, porque era ya un veterano curtido en innumerables batallas desde su primera llegada a Nueva España con el capitán Francisco Hernández de Córdoba, pero vuelve a darse la misma explicación: “Digan aquí los caballeros que desto de lo militar entienden y se han hallado en trances de muerte, a qué se debía mi temor, si a la flaqueza de ánimo o al mucho esfuerzo, porque sentía en mi pensamiento que había de poner mi persona batallando en parte tan peligrosa que, por fuerza, había de temer entonces la muerte más que otras veces, y por esta causa temblaba mi corazón”. Termina su confesión con otro gráfico recuerdo: “Los mexicanos, aunque pudieran matarnos, no lo hacían, sino que daban heridas peligrosas para que  no nos defendiésemos, y a los que cogían, los llevaban vivos para sacrificarlos, y aun antes les hacían bailar delante del Huichilobos”. Ya desahogado, Bernal sigue el hilo de los hechos. Tu turno, reve.
     -Que me place, brillante plumífero. El compulsivo Cortés se dedicó de inmediato a limpiar y ordenar “la muy gran ciudad de México; la primera cosa que mandó a Cuauhtémoc fue que sus indios arreglasen los caños por donde llegaba el agua a la ciudad, que enterrasen todos los muertos para que las calles quedasen sin hedor ninguno, y que se hiciesen nuevamente los palacios y las casas, para que dentro de dos meses se volviese a vivir en ellas, señalándoles qué parte habían de dejar desembarazada para que poblásemos los españoles”. Lo que Bernal dice a continuación sobre las mujeres indias es sorprendente (juzguen vuesas mersedes cuáles podían ser los motivos de su comportamiento): “Cuauhtémoc y sus capitanes le dijeron a Cortés que los soldados les habíamos tomado muchas mujeres, y le pedían por merced que las hiciese volver. Les respondió que las buscasen, y vería si eran cristianas o se querían volver a sus casas. E hizo un mandamiento para que los soldados que las tuviesen, se las diesen si las indias querían volver de buena voluntad. Y los indios las hallaron. Pero había muchas mujeres que no querían ir con sus padres ni maridos, sino estarse con los soldados que las tenían; otras decían que no querían volver a idolatrar, y aun algunas dellas estaban ya preñadas, y desta manera no llevaron sino tres (asombroso), que Cortés mandó expresamente que se las diesen”.

     Foto: Bernal andaba corrigiendo su magnífico texto hacia 1568, 47 años después de la tremebunda experiencia luchando contra los aztecas, el pueblo más agresivo de la zona, y es evidente que seguía traumatizado por el recuerdo de los sacrificios humanos, precedidos sádicamente del forzado baile ritual de los condenados; también nos deja claro que, absurdamente, se sentía avergonzado de estar aterrorizado antes de comenzar cada batalla. Tuvo que aguantar 93 días empapado hasta los tuétanos por esa desesperante angustia.


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