jueves, 11 de agosto de 2016

(Día 354) MUERE CATALINA JUÁREZ, la primera mujer de CORTÉS, sospechoso de su asesinato. Conspiración contra PEDRO DE ALVARADO, el gran capitán que a veces actuaba con demasiado rigor.

(106) –Va a resultar, caro poverello, que Bernal era un guaperas.
     -Resulta cómico, dottore. En el grupo de soldados que iban con Sandoval había “tres que tenían el renombre de Castillo; uno dellos era muy galán y preciábase dello en aquellos tiempos, que era yo, y a esta causa me llamaban Castillo el Galán”.  Debía de tener las hechuras de su padre, el regidor de Medina del Campo, porque le conocían por el mismo apodo. Se permite esta frivolidad, y dice después: “Dejémonos de contar donaires y volvamos a nuestra relación”. Y lo que nos cuenta a continuación resultó trágico, y muy negativo para la imagen de  Cortés. Tema delicado: cuéntalo, reve.
     -Pues vamos por partes, joven. Sandoval y sus soldados establecieron una población, a la que le pusieron el nombre de Villa del Espíritu Santo (no muy lejos de la actual Veracruz). Se repartieron tierras de encomiendas de indios, y uno de los beneficiados fue Bernal, en la zona de Coatzacualcos. Arriba el telón y que empiece el drama: “Le vinieron cartas a Sandoval diciendo que  había entrado en el puerto del río Ayagualulco, que estaba a 15 leguas, un navío que traía de Cuba a doña Catalina Juárez, la Marcaida, que así tenía el sobrenombre, y era la mujer de Cortés. Fuimos por aquella señora y sus acompañantes, y se holgaron con nosotros. Sandoval se lo hizo saber muy en posta a Cortés, y luego se puso camino de México con todos. Y se dijo que, desque Cortés lo supo, le había pesado mucho de su venida, aunque no lo demostró, y mandó que les salieran a recibir en todos los pueblos del camino, haciéndoles mucha honra. Y en México hubo regocijo y juego de cañas. Y después de tres meses la hallaron a su mujer muerta de asma una noche, habiendo tenido un banquete el día anterior y en la noche una gran fiesta. Y porque no sé más desto que he dicho, no tocaremos en esta tecla. Otras personas lo dijeron más claro y abiertamente en un pleito que sobre ello hubo en la Real Audiencia de México”. Asunto muy turbio, secre, en el que los muchos enemigos que Cortés fue sembrando, y encabezados por mi sobrino el oidor de esa audiencia, Juan Ortiz de Matienzo, lo tuvieron contra las cuerdas. Iremos viendo otros casos en que Cortés fue sospechoso de asesinato por su tendencia al comportamiento maquiavélico y la abundancia de indicios, pero siempre se libró porque nada no se concretaba en certezas.
     Sigamos adelante. Desde su cuartel general en México, Cortés ostentaba su mando supremo (aún no confirmado por el rey) desbordante de todo tipo de actividad: administrativa, judicial y militar. No dejaba descansar a sus capitanes, y siempre brillan especialmente Olid, Sandoval (el preferido de Bernal) y Alvarado. El primero “había pacificado Colima, y como estaba casado con una portuguesa hermosa, dio la vuelta para México; pero enseguida se tornaron a levantar. Le mandó Cortés a Sandoval que fuera allá, y castigó a los caciques de Colima, dejando la tierra muy en paz, y nunca más se levantó (ya vimos el relieve que lo representa como fundador definitivo de esa ciudad colonial)”. Por su parte, Pedro de Alvarado fue cimentando su fama de implacable. En una de las refriegas, apresó a un cacique. “Algunos españoles de fe y crédito dijeron que lo hizo para sacarle mucho oro, y, sin  hacerle juicio, murió en prisiones. Lo cierto es que el indio le dio más de 30.000 pesos de oro (unos 120 kg); luego quedó de cacique su hijo, y le sacó mucho más que al padre. Cortés le escribió que todo el oro lo trajese para enviárselo a Su Majestad por causa que los franceses habían robado a Alonso de Ávila lo que llevaba a Castilla. E porque  no les daba su parte del oro, algunos soldados tenían hecha una conjuración para matarle a él y a sus hermanos, Jorge, Gonzalo y Gómez, todos Alvarado. Pero luego lo supo, y prendió a los que eran en la conjuración; y con juicio, ahorcaron a dos dellos, de manera que con estos dos apaciguó a los demás”.

     Foto 1ª. Es de suponer que la audiencia de México estaría en ese gran edificio de la plaza del Zócalo, el Palacio Nacional. Lo empezó a construir Cortés, y en sus dependencias corrió peligro de que mi sobrino Juan consiguiera que le condenaran por asesinato. Tampoco le haría ninguna gracia la bandera de Estados Unidos en el mástil: el grabado es de 1847, durante la ocupación gringa, que duró dos años. Foto 2ª.- Cortés, gran urbanista: tal y como la trazó, sigue en México intacta la espléndida plaza del Zócalo. A la izquierda se ve una parte de la catedral.



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