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–Veamos, secre, la caballerosidad de Narváez y de Cortés.
-Fue bonito, santo padre, ver al vencido y
al vencedor tratarse con respeto. Llevaba meses Pánfilo de Narváez preso y
tuerto en la Villa Rica de Veracruz. Lograda la toma definitiva de México,
Cortés hizo que se lo trajeran para hacerle comprender en su conjunto por qué
se había visto obligado a luchar contra él. “Cuando Narváez iba de camino
viendo las grandes ciudades y llegó a Texcoco, se admiró, y, en Coyoacán, con
la laguna y ciudades que había pobladas, y sobre todo la gran ciudad de México,
mucho más. Cortés había mandado que le salieran a recibir y le hicieran mucha
honra. Llegado Narváez ante él, se hincó de rodillas y quiso besarle las manos,
y Cortés no lo consintió, y le abrazó
mostrándole mucho amor, y le sentó cabe sí. Narváez le dijo que todos los
capitanes muy nombrados que eran vivos afirmarían que se podría anteponer a
Cortés a los muy afamados e ilustres que ha habido, que no había otra ciudad más fuerte que la de
México, y que él y sus soldados eran dignos de que Su Majestad les hiciera muy
crecidas mercedes. Y le dijo otras muchas alabanzas; e son merecidas. Cortés le
respondió que nosotros no éramos
suficientes para hacer tanto, sino con la gran misericordia de Dios”.
Seguidamente Bernal, que no pudo asistir a la reconstrucción de Tenochtitlán por
andar en otras misiones, nos da un pequeño detalle de los primeros planes
urbanísticos: “Entonces Cortés puso orden en cómo poblar la gran ciudad de
México, y repartió solares para las
iglesias, monasterios, casas reales y plazas, y también a todos los vecinos les
dio solares. Luego vinieron cartas de Pánuco (costa del Atlántico) diciendo que toda la provincia estaba
levantada y que eran muy belicosos guerreros porque habían muerto a muchos
soldados de los que habían ido a poblar”. Lo que supone un botón de muestra de
la dura tarea que le quedaba a Cortés: había caciques que se hicieron amigos,
pero otros, libres del dominio de los mexicanos, pensaban que serían capaces de
escapar también del poder español; era el caso de los de Pánuco, “que estaban
encarnizados por los muchos soldados que habían muerto hacía dos años de los
enviados por Garay, y así creyeron que harían con los nuestros”. La cosa era
seria, y esta vez se puso Cortés al frente de sus tropas para solucionar el
problema. Los choques fueron muy duros, y, de nuevo, el horror. Te toca, reve.
-
Pues sigamos escuchando a Bernal: “Se fueron a dormir a un poblado que estaba
vacío, y vieron en un adoratorio de
ídolos muchos vestidos y caras desolladas, con sus barbas y cabellos, que eran
de los soldados enviados por Garay a poblar el Pánuco; y muchas dellas fueron
reconocidas por otros soldados que decían que eran de sus amigos, y a todos se
les quebró el corazón de las ver de aquella manera, y las llevaron a enterrar”.
Prueba de la derrota total de México es el hecho de que gran parte de los
indios guerreros que llevaba Cortés eran aztecas, y resultaron de gran eficacia
en esta campaña: “Muchos amigos mexicanos, sin ser vistos, entraron en el
pueblo donde estaban los enemigos y lo destruyeron, haciendo gran estrago y
despojo”. Lo cierto es que todas aquellas gentes eran ya poco peligro para la
maquinaria militar de Cortés, y le resultaba fácil someterlas, aunque con el precio
inevitable de algunas bajas. Ya de vuelta, sufrieron otra escaramuza; los
vencieron, y ahorcaron a dos caciques. Los indios vinieron luego de paz, “y
Cortés mandó dar el cacicazgo a un hermano de uno de los caciques ahorcados”.
Bernal hace un juicio durísimo de estos indios: “Otra gente más sucia y mala y
de peores costumbres no la hubo como la de esta provincia de Pánuco, porque
todos eran sodomitas, y se embudaban por las partes traseras, torpeza nunca en
el mundo oída (quizá ‘solo’ se refiera a
una forma de drogarse), y sacrificadores y crueles en demasía, borrachos,
sucios y malos. Y fueron castigados con los males que les vinieron en tener
como gobernador a Nuño de Guzmán (un
personaje brutal), que les hizo a casi todos esclavos y los envió a vender
en las islas”.
Foto:
Nos viene bien el cuadro de Velázquez, porque representa como ninguno el
respeto al vencido y la honrada, pero digna, sumisión al que ha ganado en buena
lid. Justino de Nassau entrega las llaves de la perdida ciudad de Breda a
Ambrosio Spínola, que, con una sonrisa amable, parece invitarle a un abrazo. Es
lo mismito que nos acaba de contar
Bernal sobre el encuentro de Cortés con el derrotado Pánfilo de Narváez.
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