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- Luego se coció, my dear, el primer gran fracaso de Cortés.
-Un desastre, querido ectoplasma; que
chirría más cuando lo sufre un supercampeón. Hay que volver algo atrás en el
tiempo. Ya vimos que envió a Cristóbal de Olid a conquistar en la zona de
Honduras, pero su hasta entonces fiel compañero “se alzó”; mandó a Francisco de
las Casas tras él, sin saber con certeza qué había pasado, aunque lo
sospechaba. El enviado lo comprobó y ejecutó a Olid. Pero Cortés no acababa de
saberlo, “y, por si no hubiese tenido buen suceso la armada que había enviado,
y también porque estaba muy codicioso porque le decían que era tierra rica en
minas de oro, así como porque, siendo Cortés hombre de gran corazón (luchador), habíase arrepentido de haber
enviado al Francisco de las Casas sin ir él en persona, aunque conocía muy bien
que era varón para cualquier empeño, acordó de ir”. Primer error, daddy.
-Y de grueso calibre, perspicaz joven.
Creo que a Bernal se le olvida anotar
otra causa: Cortés era un puro hombre de acción al que le aburrirían las tareas
administrativas y los politiqueos. Fue una irresponsabilidad confiar en manos
ajenas el control de México. ¡Y en qué manos!: “Dejó como gobernadores
lugartenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y, si
supiera de las cartas que Albornoz hubo escrito a Su Majestad diciendo mal de
él, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por ello (cómo se le ocurrió)”. Es evidente que
Bernal se daba cuenta de los errores de Cortés; lo que no sabía es que todo se
iba a agravar porque estuvieron de campaña ¡más de dos años!, dejando México
casi en la anarquía. Quedó como alcalde mayor el licenciado Zuazo, de quien ya
hablamos, haciendo de alguacil mayor Rodrigo de Paz, pariente y mayordomo de
Cortés. Otra vez se nos aparece la
deliciosa doña Marina, que iba de intérprete en la expedición, y durante el
viaje (¡qué tristeza, secre!) se nos
casó con uno de los hombres de Cortés, llamado Juan Jaramillo.
Olvidémonos ya de las anteriores campañas de
Cortés, tan austeras, en las que su imponente autoridad de líder emanaba
solamente de un gran carisma personal. Resulta que ahora va a partir a la
conquista en plan de gran señor, enfatuado como un reyezuelo. “Y llevó en su
compañía muchos caballeros y capitanes vecinos de México”. Bernal no cita a
todos los militares de relumbrón que iban con Cortés, pero da el nombre de 19.
Le acompañaban también dos frailes y dos médicos, cosa lógica, pero, ¿a qué
viene lo demás?: un mayordomo apellidado Carranza, dos maestresalas, un
bodeguero, un repostero, un despensero,
un encargado de las grandes vajillas de oro y plata, un camarero, muchos pajes,
ocho mozos de espuela, dos cazadores
halconeros, cinco chirimías, sacabuches y dulzainas, un volatinero, un
malabarista que hacía títeres, un caballerizo y tres acemileros. Por
precaución, tuvo que tomar otra medida que acabaría en tragedia: “Para que
México quedase más pacífico, llevó consigo a Cuauhtémoc y a otros muchos
caciques principales, y con ellos unos 3.000 indios con sus armas de guerra”.
Había en México dos retorcidos funcionarios,
el factor Salazar y el veedor Chirinos, que se sintieron relegados de los
cargos que asignó Cortés para gobernar la ciudad en su ausencia, y, con un
argumento realista, pero buscando sus propios intereses, consiguieron que la
mayoría de los que se iban a quedar “le dijeran a Cortés que no saliera de México, sino que gobernase la
tierra, porque se alzaría toda la Nueva España; y desque no le pudieron
convencer, el factor y el veedor le dijeron que le querían acompañar hasta
Coatzacoalcos. Y con él partieron”. ¿Qué habría en sus hipócritas cabezas?
Foto: El cuadro representa a Cortés en la
tradición de sus rasgos más verosímiles, y exhibiendo la grandeza conseguida,
pero entonces ya solo vivía de las rentas de su pasada gloria: después de
conquistar México, sus andanzas fueron, al mismo tiempo, mediocres y ostentosas. Se muestra orgulloso
de haber alcanzado la aristocracia por sus propios méritos, y en el escudo
presume metafóricamente de su mayor hazaña: encadenar las cabezas de los principales
líderes aztecas, enmarcadas con el lema de “El juicio de Dios los tomó / y su
fortaleza robusteció mi brazo”.
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