lunes, 29 de agosto de 2016

(Día 372) CORTÉS se mete en una larga y desastrosa campaña, la de HONDURAS. Se diría que huye del tedio administrativo, y deja en manos incompetentes el gobierno de MÉXICO. Pero ya no es el que fue, y va a la expedición rodeado de una corte digna de un rey. Lleva consigo a CUAUHTÉMOC y varios caciques.

(124) - Luego se coció, my dear, el primer gran fracaso de Cortés.
     -Un desastre, querido ectoplasma; que chirría más cuando lo sufre un supercampeón. Hay que volver algo atrás en el tiempo. Ya vimos que envió a Cristóbal de Olid a conquistar en la zona de Honduras, pero su hasta entonces fiel compañero “se alzó”; mandó a Francisco de las Casas tras él, sin saber con certeza qué había pasado, aunque lo sospechaba. El enviado lo comprobó y ejecutó a Olid. Pero Cortés no acababa de saberlo, “y, por si no hubiese tenido buen suceso la armada que había enviado, y también porque estaba muy codicioso porque le decían que era tierra rica en minas de oro, así como porque, siendo Cortés hombre de gran corazón (luchador), habíase arrepentido de haber enviado al Francisco de las Casas sin ir él en persona, aunque conocía muy bien que era varón para cualquier empeño, acordó de ir”. Primer error, daddy.
     -Y de grueso calibre, perspicaz joven. Creo que a  Bernal se le olvida anotar otra causa: Cortés era un puro hombre de acción al que le aburrirían las tareas administrativas y los politiqueos. Fue una irresponsabilidad confiar en manos ajenas el control de México. ¡Y en qué manos!: “Dejó como gobernadores lugartenientes al tesorero Alonso de Estrada y al contador Albornoz. Y, si supiera de las cartas que Albornoz hubo escrito a Su Majestad diciendo mal de él, no le dejara tal poder, y aun no sé yo cómo le aviniera por ello (cómo se le ocurrió)”. Es evidente que Bernal se daba cuenta de los errores de Cortés; lo que no sabía es que todo se iba a agravar porque estuvieron de campaña ¡más de dos años!, dejando México casi en la anarquía. Quedó como alcalde mayor el licenciado Zuazo, de quien ya hablamos, haciendo de alguacil mayor Rodrigo de Paz, pariente y mayordomo de Cortés. Otra vez se  nos aparece la deliciosa doña Marina, que iba de intérprete en la expedición, y durante el viaje (¡qué tristeza, secre!) se  nos casó con uno de los hombres de Cortés, llamado Juan Jaramillo.
     Olvidémonos ya de las anteriores campañas de Cortés, tan austeras, en las que su imponente autoridad de líder emanaba solamente de un gran carisma personal. Resulta que ahora va a partir a la conquista en plan de gran señor, enfatuado como un reyezuelo. “Y llevó en su compañía muchos caballeros y capitanes vecinos de México”. Bernal no cita a todos los militares de relumbrón que iban con Cortés, pero da el nombre de 19. Le acompañaban también dos frailes y dos médicos, cosa lógica, pero, ¿a qué viene lo demás?: un mayordomo apellidado Carranza, dos maestresalas, un bodeguero, un repostero, un  despensero, un encargado de las grandes vajillas de oro y plata, un camarero, muchos pajes, ocho  mozos de espuela, dos cazadores halconeros, cinco chirimías, sacabuches y dulzainas, un volatinero, un malabarista que hacía títeres, un caballerizo y tres acemileros. Por precaución, tuvo que tomar otra medida que acabaría en tragedia: “Para que México quedase más pacífico, llevó consigo a Cuauhtémoc y a otros muchos caciques principales, y con ellos unos 3.000 indios con sus armas de guerra”.
     Había en México dos retorcidos funcionarios, el factor Salazar y el veedor Chirinos, que se sintieron relegados de los cargos que asignó Cortés para gobernar la ciudad en su ausencia, y, con un argumento realista, pero buscando sus propios intereses, consiguieron que la mayoría de los que se iban a quedar “le dijeran a Cortés que  no saliera de México, sino que gobernase la tierra, porque se alzaría toda la Nueva España; y desque no le pudieron convencer, el factor y el veedor le dijeron que le querían acompañar hasta Coatzacoalcos. Y con él partieron”. ¿Qué habría en sus hipócritas cabezas?

     Foto: El cuadro representa a Cortés en la tradición de sus rasgos más verosímiles, y exhibiendo la grandeza conseguida, pero entonces ya solo vivía de las rentas de su pasada gloria: después de conquistar México, sus andanzas fueron, al mismo tiempo,  mediocres y ostentosas. Se muestra orgulloso de haber alcanzado la aristocracia por sus propios méritos, y en el escudo presume metafóricamente de su mayor hazaña: encadenar las cabezas de los principales líderes aztecas, enmarcadas con el lema de “El juicio de Dios los tomó / y su fortaleza robusteció mi brazo”.


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