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–Es dura la naturaleza, secre: el macho alfa tiene mal futuro.
-Hasta el monarca más poderoso, docto
clérigo, es una simple pieza de recambio. Cortés fue un grandísimo líder que
sirvió para derribar el imperio de Tenochtitlán; llegó a su cénit, y le vamos a
ver caminando hacia el ocaso, aunque poco a poco. Tuvo que aguantar las
tarascadas de los que aspiraban a ocupar su puesto y la actitud de un rey que
deseaba recortarle las alas porque temía que volara demasiado alto: el gran
error de Hernán en la Corte fue presentarse con excesivo relumbrón y maneras
aristocráticas, algo que los nobles de cuna no podían digerir. Lo malo es que,
antes de que eso ocurriera, ya habían ido otros deseosos de hacerle el mayor
daño posible, y buscaron de inmediato el apoyo de Fonseca. Cálmate, Sancho.
-Es agua pasada, jovencito, y hasta a él
le dan risa estas historias ahora en Quántix. Leamos a Bernal: “Llegaron a
Castilla Pánfilo de Narváez (el derrotado
por Cortés) y Cristóbal de Tapia, el que había enviado el obispo Fonseca a
quitarle a Cortés la gobernación de Nueva España (y salió trasquilado), y fueron a pedirle a dicho obispo favor para
irse a quejar de Cortés ante Su Majestad, y, como no deseaba otra cosa sino que
hubiese quejas de Cortés, les dio tales promesas, que fueron con procuradores
delante de nuestro señor y se quejaron reciamente de Cortés. Y le pusieron
tantas acusaciones, que Su Majestad estaba enojado de oír tantas injusticias
como de él decían, creyendo que eran verdad”. Consiguieron, pues, dejarle tocado a Cortés en su honra, y el rey
ordenó rápidamente que se reunieran campanudos miembros de su Consejo. “Y
desque se juntaron, les mandó que mirasen los debates que había entre Cortés,
Diego Velázquez y aquellos querellosos, y que en todo ello hiciesen justicia”.
Se iniciaron las declaraciones con procuradores de ambas partes. Los enemigos
de Cortés expusieron todo un catálogo de acusaciones contra él convirtiéndolo
en un temible sospechoso, lo que, naturalmente, sus defensores negaron de plano,
argumentando que eran del todo falsas o estaban basadas en meros indicios. Fue
la misma basura que siempre se le echó encima machaconamente en juicios
posteriores. Tanta saña iba a perjudicarle a Cortés, pero nunca fue condenado,
aunque yo, hijos míos, a nivel personal, vigilaría mi cartera estando a su lado. Veamos la
metralla utilizada. Por supuesto, las quejas ante el rey comenzaron con la
rebelión de Cortés contra las órdenes del gobernador de Cuba, Diego Velázquez,
y los sucesivos ninguneos a sus enviados, Narváez y Tapia (quienes, además,
llegaron a México apoyados por el representante del monarca, el obispo
Fonseca), con especial gravedad en el
caso de Narváez porque lo sometió
militarmente; aunque, como vimos, había reaccionado con nobleza en la
derrota, ahora iba a revolverse
rabiosamente. No se dejaron en el tintero ninguno de los delitos dudosos o
flagrantes de Cortés que nos ha venido contando Bernal, siendo los principales:
quedarse con un quinto de los beneficios de la conquista, como si fuera el rey;
causar la muerte de Francisco de Garay “dándole ponzoña en un almuerzo”; ser el
autor de la muerte de su esposa, Catalina Suárez Marcaida; y también mandar
“quemar los pies a Cuauhtémoc y a otros caciques para que diesen el oro, así
como cortarle los pies al piloto Umbría sin causa ninguna y ahorcar a dos
hombres que se querían volver a Cuba”. Los representantes de Cortés, entre los
que estaba su padre Martín, lo defendieron bien, con argumentos idénticos a los
que utilizó Bernal cuando trataba de estos asuntos, lo que pone de relieve que
los consideraba válidos, aunque, en algunos casos concretos mostrara su disgusto o su disconformidad,
como en lo que se refiere al quinto que se ‘beneficiaba’ y a la tortura de
Cuauhtémoc. Pero hay un asunto que ni se mencionó, y esto resulta muy
significativo para eliminar cualquier responsabilidad de Cortés en el
debatido tema de la muerte de Moctezuma:
ninguno de sus rabiosos enemigos le hace responsable, y no por falta de ganas.
Conoceremos mañana la sentencia dictada.
Foto: El gobernador de Cuba, Diego
Velázquez, tuvo como secretario a Cortés, peligroso corredor de fondo que se ganó
su total confianza: tanto que en 1515 le nombró nada menos que alcalde de la
entonces capital de la isla, Santiago. El cuadro representa el momento en que el brillante discípulo de Maquiavelo está
jurando sobre la Sagrada Biblia la fidelidad al cargo, al gobernador Velázquez
y a Su Majestad, entonces, como regente,
Fernando el Católico. Con la habilidad, la valentía y el cinismo
necesarios, lo violó todo y consiguió la gloria.
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