miércoles, 3 de agosto de 2016

(Día 346) Una nao de la fracasada flota del oidor AYLLÓN le aporta a CORTÉS hombres y provisiones. En un templo de TLATELOLCO ven las cabezas de sus compañeros sacrificados, pero levantan el ánimo y consiguen una gran victoria. CUAUHTÉMOC, cada vez más acorralado.

(98) - Como siempre, querido filósofo de salón: una de  cal y otra de arena.
     -No fallaba, altísimo funcionario real. En la última refriega “nos mataron diez soldados a los que les cortaron las cabezas e las manos, pero les íbamos ganando gran parte de la ciudad. Se nos había acabado ya la pólvora, y entonces llegó a la Villa Rica un navío que era de la armada desbaratada de Lucas Vázquez de Ayllón”. Fue un regalo del cielo, porque el teniente del puerto le mandó a Cortés la pólvora, las armas y los soldados del barco.
     -Y déjame recordar brevemente, secre, “a los curiosos lectores” (como diría Bernal) quién era Lucas y lo que le pasó. Era el oidor, colega de mi sobrino Juan Ortiz de Matienzo, que medió inútilmente a favor de Cortés y fue encarcelado por Pánfilo de Narváez (tremenda osadía). Poco después, saltándose los derechos de mi sobrino, consiguió una licencia real para explorar por la zona de Florida: fracasó la expedición, murió Lucas, y acabamos de ver que una de sus naves le vino de perlas al amado de los dioses, Cortés. Y ahora, dicho lo cual, ¿qué más? Lo siento, hijos míos, pero de nuevo Bernal nos mete en el museo de los horrores: siguieron las batallas y “acordamos llegar hasta Tlatelolco (allí se refugiaba Cuauhtémoc con sus principales), y entramos primero en una plazuela donde tenían unos adoratorios; en una de aquellas casas había unas vigas, y en ellas muchas cabezas de nuestros españoles que habían matado, y tenían las barbas y cabellos muy crecidos, mucho más que cuando estaban vivos. Yo conocí a tres soldados compañeros míos, y desque los vimos de aquella manera se nos entristecieron los corazones. En aquella sazón, quedaron las cabezas donde estaban, mas a los doce días las quitamos y las enterramos en una iglesia que hicimos, que se llama agora de los Mártires”. Estaban con el alma triste, pero también esperanzada, porque los mexicanos se iban debilitando. Bernal llegó a la plaza mayor  de Tlatelolco dentro del grupo mandado por Alvarado, que marcó un objetivo muy simbólico: “Ordenó al capitán Gutierre de Badajoz que fuese a lo alto del cu de Huichilobos -que son 114 gradas- y pelearon muy bien, pero, como los contrarios les hacían retroceder gradas abajo, fuimos en su ayuda y lo subimos del todo, poniendo fuego a los ídolos, y levantamos nuestras banderas, siguiendo después peleando con los mexicanos en lo llano hasta la noche”.
     -Gran victoria, reverendo.
     -Bien dices, hijo mío. Ese triunfo fue, probablemente, el principio del fin de Cuauhtémoc. Alvararado se hizo con el templo mayor de Tlatelolco: “Desde donde batallaba, Cortés vio a lo lejos cómo ardía el cu mayor y nuestras banderas puestas encima, y se holgó mucho dello. Cuatro días después se juntó con nosotros, y el Cuauhtémoc ya se iba retrayendo dentro de la ciudad más hacia la laguna, porque los palacios en que vivía estaban por el suelo”. Los combates seguían siendo feroces, aunque los mexicanos se llevaban, con mucho, la peor parte. El cronista Gómara cuenta algo que Bernal pasa por alto: “En esta celada murieron 500 mexicanos. Tuvieron bien de qué cenar aquella noche nuestros indios amigos, porque no se les podía quitar el comer carnes de hombres”. Cada vez era más favorable la situación para negociar las paces, y Cortés, tan partidario de la vía diplomática, lo intentó dos veces. Cuauhtémoc se mostró receptivo, pero fue una simple estratagema para atacar a los españoles con la guardia baja. Era tan desesperada la vida de los sitiados que “cada noche muchos pobres indios se venían a nuestro real porque no tenían qué comer y estaban hartos de pasar hambre”.  Cuauhtémoc se encontraba atrapado: enfrente, los españoles; a sus espaldas, la laguna, con los bergantines vigilantes. ¿Jaque mate?

     Foto.- Un céntrico lugar en la capital de México: la Plaza de las Tres Culturas –la precolombina, la colonial española, y la del mestizaje-, donde el 2 de octubre de 1968 –poco después del famoso Mayo del 68-, el ejército mexicano disolvió una gran manifestación de protesta matando a más de 300 estudiantes. Ahí estaba la población de Tlatelolco: se ven los cimientos y las gradas del templo al que se subieron Bernal y sus compañeros, quemando los ídolos y colocando sus banderas. Poco tiempo después construyeron encima la iglesia actual, dedicada al apóstol Santiago.


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