jueves, 25 de agosto de 2016

(Día 368) CORTÉS no permitía que sus soldados se licenciaran. BERNAL se ve obligado a ir a una expedición bajo el mando del impresentable RODRIGO RANGEL, y se lo toma con sentido del humor. CORTÉS se pasa de vanidoso: manda un ostentoso obsequio al rey, y se lo regala a su secretario.

(120) -No le entusiasmaba a Bernal, my son, ir con el ‘Adonis’.
     -Es que Rangel, daddy, era un capitán desguazado, con un nivel bajísimo de competencia. Tiene razón Bernal cuando, criticando la mezquindad de Cortés, le suelta otro puyazo: “Y para ir a entradas (expediciones) que le convenían, bien se acordaba dónde estábamos, y  nos llamaba (imperativamente) para batallas y guerras”. Como ocurre ahora con su orden de que  Bernal se incorpore, saliendo de su tranquila residencia en Coatzacoalcos (costa del Atlántico), para marchar bajo el mando del deteriorado Rangel a la provincia de Oaxaca (costa del Pacífico). Dado que se dirigían a tierras de montañas enormemente difíciles, “y habíamos de llevar al Rangel, no podíamos andar ni hacer cosa que fuese buena; el pobre hombre iba dando voces por el dolor de las bubas y la mala gana que todos teníamos de andar en su compañía. Y viendo que era tiempo perdido y que estaba más malo que cuando vino, Rangel acordó dejar la negra conquista y volver cada uno a su casa”. Pero el sufrido Bernal no se iba a librar de él: quiso ir a Coatzacoalcos porque era tierra saludable: “y los que éramos de allí tuvimos por peor llevar con nosotros a aquel gran pelmazo (curiosa antigüedad de la expresión) que haber ido con él a la guerra”. Sería aún peor la cosa: se empeñó en organizar en aquellos parajes otra batallita. “Y apercibió a todos los vecinos de la villa que fuésemos con él”. Veamos la esclavitud militar de la tropa; no bastaba haber conquistado México: “Y era tan temido Cortés que, aunque nos pesó, no osamos hacer otra cosa desque vimos sus provisiones (los poderes que le había dado)”. No había manera de que aquello funcionara. Hubo algunos enfrentamientos con los indios, estando a punto Rangel de que lo apresaran, y el balance final fue ruinoso. A Bernal le dio por tomarse a broma todo el episodio: “Y hacía y decía el Rangel cosas que eran más para reír que no para escribirlas. Ya había dicho Gonzalo de Ocampo que los juramentos de Rangel tocaban a castigo del Santo Oficio. No pudimos hacer nada de señalar por falta de tiempo, y por ser el capitán tan doliente y  no poderse tener en pie de malo y tullido, aunque no de la lengua (sarcástico)”.
     -Pues cambiemos de tercio, mon fils: cortejaba al rey Cortés, como don Juan a doña Inés (toma pareado). Por tercera vez va a tratar de seducirlo  con esplendorosos regalos. Ojo a la culebrina. Aquellos españoles fundieron casi todo lo fundible, respetando muy poquito de las artísticas joyas hechas con oro o plata. Cortés, que ya había salido bien parado del juicio que le hicieron en España, pero sabía que su situación era aún delicada, le envió al rey 80.000 pesos en oro y plata, y otra cantidad importante para su padre, Martín. Había, además, un regalo ostentoso para el monarca: “una culebrina (pieza de artillería alargada y sin ruedas) que se llamaba El Fénix (llevaba el ave grabada), ricamente labrada y hecha de oro bajo y plata, muy extremada pieza para tan alto emperador. Tenía escrito un letrero que decía: ‘Aquesta ave nació sin par; yo en serviros, sin segundo; y, Vos, sin igual en el mundo’. Cuando se supo en la Corte, ciertos duques, marqueses, condes  y hombres de gran valía que se tenían por grandes servidores de Su Majestad murmuraron del tiro, y aun de Cortés porque tal blasón escribió. Pero también sé que le defendieron otros grandes señores, como el Almirante de Castilla, el duque de Béjar y el conde de Aguilar (Cortés ya tenía en tratos casarse con Juana de Zúñiga, hija del conde y sobrina del duque)”. Paradójicamente, la exquisita culebrina hecha con el oro y la plata de finísimas joyas aztecas, fue derretida a su vez. El ‘cortejado’ emperador no fue muy romántico: “Su Majestad le hizo merced della a don Francisco de los Cobos (su muy poderoso y muy corrupto secretario), y la fundieron en Sevilla, valiendo sobre 20.000 ducados (una barbaridad: más de 60 kilos de oro)”.

     Foto.-  Francisco de los Cobos. Un trepa de cuidado que había ya hipnotizado a Carlos V cuando este tenía solo 20 años; lo acompañó a Flandes, y de ahí le vendría el esnobismo que muestra en el cuadro: ni siquiera parece ser español. Insaciable de honores y riquezas: no le basta lucir la cruz de caballero de Santiago, sino que le pone encima ese joyón ostentoso. Fundiendo la culebrina mató dos pájaros de un tiro: ninguneó a Cortés y acumuló más oro.


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