sábado, 27 de agosto de 2016

(Día 370) A CORTÉS LE ESPERAN otras batallas: el politiqueo en la Corte. El joven e inexperto CARLOS V presta oídos a los cizañeros, que hasta insinúan que CORTÉS QUIERE SUBLEVARSE, por lo que toma MEDIDAS CONTRA ÉL, quien, a su vez, le envía más oro y busca “padrinos” poderosos. Pero el rey llega al extremo de ordenar el envío de una armada para detener y juzgar a CORTÉS.

(122)– Ya empezamos a ver, jovenzuelo, otras batallitas de Cortés.
     -Pero de guante blanco, vetusto ectoplasma, aunque igualmente peligrosas: las políticas. Había mandado el rey a dos funcionarios para tomar el control administrativo de la recién conquistada Nueva España, y, sin duda, también para frenar la voracidad de poder del gran líder. Pero era gente muy retorcida y corrupta, que disfrutaba enriqueciéndose y vapuleando a Cortés. ¿No dices nada, my lord?
     -Vale, guasón. No me importa recordar que llegaría después otro elemento cortado por el mismo patrón: mi pobre sobrino el oidor Juan Ortiz de Matienzo; aunque no olvides que yo le quería, y hasta le puse en lista como posible heredero de mi mayorazgo. Pero, a lo que vamos: nos muestra ahora Bernal el primer nubarrón de la angustiosa tormenta que le iba a zarandear a Cortés durante largos años. Uno de esos dos funcionarios, con cargo de contador, se llamaba Rodrigo de Albornoz, y fue el primero que se le enfrentó abiertamente. Cortés entonces no sabía que el obispo Fonseca ya había perdido influencia en los asuntos de Indias, pero lo que sí intuía certeramente era que su cargo como gobernador de México se sostenía en un equilibrio inestable: “Cortés siempre temía que en Castilla el obispo Fonseca y los procuradores de Velázquez, el gobernador de Cuba, dirían mal de él delante del emperador”. Y repitió la estrategia de siempre, que era casi un tic: enviarle oro al rey y dar con algún poderoso que pudiera defender su causa. Enamorado o no, el ya no tan jovenzuelo (casi 40 años) se iba a casar con una linajuda, y  buscó al más poderoso de su familia: un tío de la novia, don Álvaro de Zúñiga, nada menos que duque de Béjar. Además de enviarle al rey una ‘insignificancia’, 30.000 pesos de oro (más de 120 kg), le mandaba también una carta contándole los últimos hechos más relevantes, incluso justificando algunas ejecuciones, como la de Cristóbal Olid. En otro escrito, les contaba a su padre y a sus procuradores “que el contador Rodrigo de Albornoz andaba murmurando en  México contra él porque  no le dio tantos indios como él quisiera, y también porque le pidió una cacica, hija del señor de Texcoco, e no se la quiso dar porque la casó con una persona de calidad; y les dio aviso de que sabía que Albornoz había sido secretario de Estado en Flandes y que era muy servidor del obispo Fonseca”. Pero  no solo él envió  cartas en el navío. También  el contador Rodrigo de Albornoz le escribió al rey con sospechas sibilinas sobre Cortés, diciendo que “todos los caciques le tenían en tanta estima como si fuese rey e como rey se llevaba el quinto, y que no estaba seguro de si estaba alzado o era leal a Su Majestad”. Todo el texto iba encaminado a dejar sin efecto la sentencia de exculpación que ya tuvo Cortés y su nombramiento de gobernador, y, como sus antiguos acusadores recibieron una copia de la carta de Albornoz, volvieron a la carga ante el rey encabezados por Pánfilo de Narváez, diciéndole que “los jueces que puso Su Majestad se  mostraron a favor de Cortés por las dádivas que les dio”. El resultado fue que el montón de oro que Cortés le envió al rey habría estado mejor gastado en champán y odaliscas: ‘tó pa  ná’. Cuesta creerlo, pero el poderosísimo Carlos V, quizá bastante manipulable por su juventud, se enredó en más dudas que Hamlet, y dio una desquiciada orden que le ponía a Cortés nuevamente al borde del precipicio al que tantas veces estuvo asomado. “Pues viendo Su Majestad las cartas de Albornoz y las quejas de Narváez, creyó que sus razones eran verdaderas. Y mandó proveer que el almirante de Santo Domingo  viniese con 200 soldados (estaba casualmente en Castilla), y, si hallase culpable a Cortés, le cortase la cabeza, y castigase a todos los que desbaratamos a Narváez”.

     Foto.- Nadie como Cortés para untar con oro y buscarse padrinos. En este caso echó mano del muy poderoso tío de su prometida, don Álvaro de Zúñiga, que le apoyó primorosamente, y con excelentes resultados por su familiar trato con el rey. Veamos un breve resumen de sus dignidades: Duque de Béjar, con Grandeza de España, Duque de Plasencia, con Grandeza de España, Conde de Bañares, Marqués de Gibraleón, Primer caballero del reino, caballero de la Orden del Toisón de Oro, Justicia Mayor y Alguacil Mayor de Castilla. Fue consejero de estado del emperador Carlos V. Participó con sus tropas en la guerra de Granada desde el año 1482 hasta su rendición en 1492, y en la derrota de los Comuneros de Castilla en 1520. La antigua ciudad de Béjar domina su entorno salmantino desde las alturas, y, por encima de ella, señorea lo que vemos en la foto: el palacio ducal de los Zúñiga.


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