(25) - Salut, mon cher petit. Ça
va?
- Bienvenu, mon tendre père. Ça va très
bien. Cuando desapareció tu ectoplasma anoche, me quedé pensando en vuestra
“contaminada” vida clerical. ¿Qué teníais en la cabeza hacia el año 1500?
- Terror y una fantasía enloquecida. Era
la angustia de ir en una nave que podía hundirse en cualquier momento, y
necesitabas garantizarte la supervivencia. Hazte una idea: imagina que no
tienes seguridad social ni de ninguna otra clase, que “el pedrisco” puede
arrasar todas las cosechas y originar
tal hambruna que tu vecino te
mira con ojos de antropófago, que, si no has sido “listo” haciéndote
hombre de letras o clérigo, te van a enrolar en constantes guerras, que de la
manita de esa hambruna llega una peste (a ser posible, “la negra”), y que, si
no asciendes en la escala social, vas a estar pisoteado por las botas de otros
desesperados que trepan implacablemente para escapar del siniestro pozo. Y lo
curioso, contradictorio y lógico al mismo tiempo, es que ese espanto nos convertía
en seres profundamente religiosos. De no ser por la fe, que tanto nos frenaba con sus amenazas y nos consolaba
con sus promesas, aquella situación habría sido un verdadero infierno.
-
Me lo imaginaba, arrepentido Sancho.
- Te diré algo de otro canónigo que conocí
de cerca: Jerónimo Pinelo. Era hijo de
Francisco de Pinelo, uno de mis compañeros en la Casa de Contratación, poderoso
mercader nacido en Génova, como otros muchos paisanos suyos asentados en
Sevilla, pero no, como se cree, a partir del descubrimiento de Las Indias, sino
ya desde antes, porque esta ciudad tenía una importancia comercial y marítima
de primer orden. Jerónimo nació rico, y, hábil canónigo, aumentó
considerablemente sus caudales. Era, además, un culto y refinado renacentista,
y convirtió la casa de sus padres en un exquisito palacio que, finalmente, por
iniciativa del gran pintor Murillo, pasó a ser, en 1660, y sigue siendo, la
Academia de Buenas Artes y Buenas Letras de Sevilla. Pon dos fotos, porque el
lugar es precioso.
- Total, arrepentido clérigo, que el
tiempo convierte los caprichos de los ricos en patrimonio público. À demain,
Vicerroy des Indes.
- Son paradojas de la Historia, mon cher:
la argamasa de las pirámides de Egipto fue la sangre humana, pero el resultado
nos admira. Bonne nuit, mon Prince d'Orleans.
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