miércoles, 21 de octubre de 2015

(36) - Aquí me tienes, mi querido biógrafo, con puntualidad cuántica, al sonar la campanada docena de la iglesia de Rosales, donde se casó mi nieta Catalina. ¿Te das cuenta?: le pusieron el nombre de mi, también amada, compañera, Catalina de la Puente, a la que le compliqué miserablemente la vida. Qué peligrosa es la ceguera de los instintos.
     - Bienvenido, entrañable arrepentido. Yo sé que el balance de tu vida fue muy positivo.
     - Tengo que agradecerte esto que dices y otras cosas. No solo yo, sino también el Valle de Mena está en deuda contigo por ese magnífico trabajo de investigación que ha puesto de relieve que fui el personaje más importante de la historia del lugar. Tú y yo estamos frenando a las autoridades de Quántix para que no envíen una plaga bíblica que castigue a los meneses que pasan de nuestro libro porque no se dan cuenta de lo que se pierden. Incluso, para convertirlos, los cuánticos están dejando  caer una benéfica lluvia de calendarios de bolsillo preciosos promocionando mi biografía. Descienden suavemente, como la blanca nieve cuando trapea, como el maná del cielo, y llegarán a inundar todo el valle. ¡Qué espectáculo! Me veo tan magnífico en una de las caras que ya me duele menos que fuera destruido el espléndido retablo que mandé instalar en el convento de Santa Ana.
     - Cuenta algo de los apuros de tu amigo el canónigo Juan Rodríguez de  Baeza.

     - Me da vergüenza, porque, una vez más, salta a la vista cuán duros e implacables éramos en aquellos tiempos. El cabildo se negaba a darle posesión como chantre de la catedral por ser “hijo o nieto de condenado” (¿no hemos nacido todos de los “condenados” Adán y Eva?). Más concretamente, se precisó que “es hijo de padre y madre que fueron herejes y, como tales, reconciliados (o sea, castigados pero no achicharrados), y nieto de herejes que fueron condenados o relajados (es decir, achicharrados) en la ciudad de Córdoba (quizá por obra de “mi amigo” Diego Rodríguez de Lucero, del que habrá que hablar mañana). Finalmente, el año 1517, se le admitió a Rodríguez de Baeza, aunque todavía hubo alguien en 1523 que quiso que le echaran porque “era persona que perjudicaba el cargo que ocupaba”. Pon hoy, discípulo amado, una foto de la portada de nuestro libro. Unas cuantas ventas más aplacarán a los de la COCUPIC, siempre intransigentes con las injusticias cósmicas. Ciao, mío caro. 
     - Arrivederci, divino maestro.


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