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- Bienvenido, como siempre, Sancho.
- Hola, mi querido biógrafo. Hoy estás
teniendo un diaversario muy agradable. Cuenta lo de esta mañana.
- Evidentemente, lo mejor de haber escrito
el libro es el encuentro con las personas. Son ya una gran alegría tus
apariciones ectoplásmicas. Pero resulta que voy teniendo deliciosos contactos
personales. Hoy me ha llamado una mujer que vive en este valle. Leyó la
octavilla que le dejé en el buzón, se dio cuenta de que tu biografía es
cualquier cosa menos un rollo, y quería
saber si se vendía en el pueblo. Le he dicho que se la llevaba yo a su casa
desde la librería, y le ha parecido de perlas (no tiene coche y el día está
infernal). Querido padre putativo (espero que no confundas el significado), qué
veladita más simpática: me ha preparado un café, que hemos tomado en el salón
de su acogedora casa de estilo antiguo, y ha habido conversación para largo.
Por si fuera poco, es aficionada a la lectura, y sé que me hará la crítica
justa, porque no tiene carácter para andar con paños calientes. Ya le he dicho
que me haga una valoración sin anestesia, aunque estoy seguro de que le va a
encantar. Incluso es de alma viajera, como yo. Me ha hablado de su marido y de
sus hijos, y ha habido una fracción de segundo en la que se le han humedecido
los ojos. He tenido que marcharme para llegar a tiempo adonde el peluquero, y
allí hemos hablado de un común amigo, ese brillante y apasionado periodista que
se llama José Manuel Cámara, con lo que mis necesidades afectivas han quedado
satisfechas por hoy.
- Enternecedor. Ha merecido la pena que
aplacemos el tema de Sevilla, pero compensa a los que nos leen subiendo la foto
que les hiciste a las guapísimas azafatas que promocionaban un vino de Jerez.
¡Ay, Sevilla de mi alma!
- Eres un antiguo canónigo muy peculiar.
Buenas noches, Sancho.
- Venga, pon la foto y no seas santurrón.
Buenas noches, Príncipe de Maine y Rey de Nueva Inglaterra.
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