(13) - It is the time, dear
Félix.
- Wellcome, good Sancho.
- Comentaremos algo más de Juan Rodríguez
de Fonseca. Aunque más adelante tendremos que darle algo de coba, no podrá
impedir que también le critiquemos a fondo. Pero es necesario citar algunas de
sus misiones políticas para darse cuenta de su calibre histórico. Los Reyes
Católicos le confiaron asuntos sumamente delicados. Acompañó a su hija, la
sufriente Catalina de Aragón, cuando viajó a Inglaterra para casarse con el
Príncipe Arturo, terminando después por ser la mujer de esa bestia parda de
Enrique VIII, que, curiosamente, siempre tuvo mucho respeto por ella, quizá
porque los ingleses la adoraban. Se encargó de negociar en Flandes los
matrimonios de Juan y de Juana (la Loca), hijos de los Reyes. Y Fernando lo
mandó disparado a Flandes de nuevo poco antes de morir Isabel, encargándole “el
marrón” (no tuerzas el gesto, ya veo que la expresión no es digna de mi
prestigio) de hacer encaje de bolillos para que Felipe el Hermoso no se
apoderara de los futuros reinos de su mujer, Castilla e Indias. Resulta
sorprendente que, meses antes, estuviera encargado de retenerla a ella,
desvariada de celos, en el castillo de la Mota, y como intentó escapar para ir
hasta Flandes al encuentro de su ansiado y picaflor marido, le cerró las
puertas de salida, así, con un par (veo que haces mohínes de nuevo). Pero sus
padres le alabaron la atrevida decisión. Esa pobre mujer, como contrapartida,
llegó a ser la reina Juana Primera de Castilla, y a tener una increíble prole:
cuatro hijas reinas consortes, su hijo Carlos convertido en el monarca más
poderoso de mundo, y el siguiente, Fernando,
en Emperador del Sacro Imperio. Si Fonseca era un personaje de tal
calibre y con tales influencias, no te extrañará que yo me viera durante toda
mi vida como abducido por su poderosa personalidad. Mañana charlaremos de otros
compañeros de fatigas que conocí en la catedral. Pon la foto que hiciste del
Patio de los Naranjos de la catedral, donde tantas veces paseé rezando, aunque
pienses que solamente me preocupaba de dar gusto a mi ambición.
- No soy quién para juzgarte. Sólo sé que
ahora me encantan tus visitas y tu sabiduría tolerante.
- Good night, Prince of Maine.
- Good night, sweet King of New England.
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