miércoles, 7 de octubre de 2015

(13) - It is the time, dear Félix.
     - Wellcome, good Sancho.
     - Comentaremos algo más de Juan Rodríguez de Fonseca. Aunque más adelante tendremos que darle algo de coba, no podrá impedir que también le critiquemos a fondo. Pero es necesario citar algunas de sus misiones políticas para darse cuenta de su calibre histórico. Los Reyes Católicos le confiaron asuntos sumamente delicados. Acompañó a su hija, la sufriente Catalina de Aragón, cuando viajó a Inglaterra para casarse con el Príncipe Arturo, terminando después por ser la mujer de esa bestia parda de Enrique VIII, que, curiosamente, siempre tuvo mucho respeto por ella, quizá porque los ingleses la adoraban. Se encargó de negociar en Flandes los matrimonios de Juan y de Juana (la Loca), hijos de los Reyes. Y Fernando lo mandó disparado a Flandes de nuevo poco antes de morir Isabel, encargándole “el marrón” (no tuerzas el gesto, ya veo que la expresión no es digna de mi prestigio) de hacer encaje de bolillos para que Felipe el Hermoso no se apoderara de los futuros reinos de su mujer, Castilla e Indias. Resulta sorprendente que, meses antes, estuviera encargado de retenerla a ella, desvariada de celos, en el castillo de la Mota, y como intentó escapar para ir hasta Flandes al encuentro de su ansiado y picaflor marido, le cerró las puertas de salida, así, con un par (veo que haces mohínes de nuevo). Pero sus padres le alabaron la atrevida decisión. Esa pobre mujer, como contrapartida, llegó a ser la reina Juana Primera de Castilla, y a tener una increíble prole: cuatro hijas reinas consortes, su hijo Carlos convertido en el monarca más poderoso de mundo, y el siguiente, Fernando,  en Emperador del Sacro Imperio. Si Fonseca era un personaje de tal calibre y con tales influencias, no te extrañará que yo me viera durante toda mi vida como abducido por su poderosa personalidad. Mañana charlaremos de otros compañeros de fatigas que conocí en la catedral. Pon la foto que hiciste del Patio de los Naranjos de la catedral, donde tantas veces paseé rezando, aunque pienses que solamente me preocupaba de dar gusto a mi ambición.
     - No soy quién para juzgarte. Sólo sé que ahora me encantan tus visitas y tu sabiduría tolerante.
     - Good night, Prince of Maine.

     - Good night, sweet King of New England.

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