viernes, 30 de octubre de 2015

(54) - Gabon, lastana. No eres vasco, ni castellano, ¿qué coño eres?
     - Ongi etorri, Santxotxu: modera tu lenguaje. Espero que encuentre mi sitio en el edén de Quántix, y así dejaré de ser un judío errante.
     - Ya tienes  allí reservado un lugar de honor, en el que serás aclamado por todos los meneses que vayan llegando.
     - Muero porque no muero, reverendo. Sigamos con el circo vaticano. El papa Pío II (1458-1464) no sale demasiado mal parado en esa lista de crápulas. Estuvo saturado de ideas humanistas, con un ligero espíri­tu pre-protestante que ponía en cuestión la autoridad suprema del papa. Pero no se libra de un buen borrón en su expediente: colaboró con su protector, el obispo de Novara, en un intento de asesinar al poco popular pontífice Eugenio IV, el suce­sor de Martín V. Fracasada la conjura, consiguió evitar el castigo. Para cuando llegó a papa, Pío II ya tenía unas ideas mucho más conservadoras, aunque siempre fue una persona dialogante. Dan ganas de canonizarlo por haber declarado oficialmente en 1462, echándole valor, que “la esclavitud es un gran crimen”. (Parece mentira que esa rotunda afirmación, intrínsecamente cristiana, quedara orillada durante tantos siglos). Fue incapaz, no obstante, de apartarse de la habitual conducta nepotista de los sumos pontífices. Es el único papa que ha dejado una autobiografía, en la que confiesa numerosas aventuras galantes anteriores a su consagración sacerdotal (de lo que pasara después, no dice nada). Con escepticismo clásico, escribió: “He conocido y amado a muchas mujeres, pero, en cuanto las conseguía, me cau­saban gran fastidio”. Reconoció dos hijos naturales. Hablemos ahora del papa Sixto IV (1471-1484). Había sido fraile franciscano y un inteligente catedrático. En su largo papado, tuvo una inclinación exacerbada a colmar de favo­res a sus familiares, y fama de estar implicado en crímenes polí­ticos, como el intento de asesinato de Lorenzo de Médici. Hizo cardenales a ocho parientes, con el descaro de que dos de ellos eran hijos ilegítimos suyos. Les dio permiso a los Reyes Católicos para que se estableciera en Castilla la Inquisición (ya existía en Aragón), aunque trató de controlar algunos de sus abusos. Con poca visión de futuro, y falto de toda lógica cristiana, se dedicó alegremente a financiarse mediante la venta de indulgencias. No sabía que estaba sembran­do “la semilla” de la rebelión definitiva de los protestantes. Bihar arte, aitatxu.
     - Ponme una foto de Pío II, y otra de un líder ejemplar. Agur, biotxa.


     Pío II, recién coronado papa, entra en el Vaticano, con esa ostentosa tiara de tres alturas que se utilizó desde los soberbios papas de Aviñón. Bello cuadro que deja bien claro que el poder del papa no era cosa de risa, aunque firmara como "siervo de los siervos de Dios".

     
    Este es el líder perfecto. Qué buen rey o papa habría sido. Daría la vida por su manada. Evita la pelea, pero exhibe su poder con impresionantes tamborradas pectorales. No es carnívoro, ni carnicero. No es violador: es un tierno amante cuando lo aceptan, y no se obsesiona con el Kamasutra. Tiene siempre la conciencia tranquila; por eso duerme como un bendito. Me cae muy bien ese grandullón.

 


 

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