(38) - Yo te saludo, vicario mío en la
tierra, y en verdad te digo que eres bienaventurado.
-
Sé bienvenido, dulce Sancho, pero me mosquean bastante tus aspavientos.
-
Es que te veo cual humilde franciscano, con tu morral lleno de los calendarios
que muestran mi imagen, a pan y agua, descalzo y con los pies ensangrentados
recorriendo todo el valle, y se me hace en la garganta un nudo de emoción
paralizante, como si llevara atravesado el bocado de la manzana de Eva. Así que
insisto: por ser pobre de espíritu, será tuyo el Reino de los Cielos. Te lo
digo en serio, no como los que afirman que son bienaventurados los que usan los
pasos de cebra porque pronto verán a Dios.
-
Tus bromas no me ofenden, Sancheski: me hacen reír. Tenemos que terminar con tu
lista de los canónigos más notables que conociste.
-
Queda ya solamente uno y voy a ser
breve. Tengo ganas de llegar a mi época
de la Casa de la Contratación (aunque daremos antes un paseo histórico), porque
nosotros, aunque éramos ambiciosos, brillantes y poderosos, en plan de amigos
resultábamos bastante muermos. Sigamos, pues, con el último mohicano: Rodrigo
de Santillán fue protonotario apostólico (daba fe de cuestiones eclesiásticas).
Te contaré de él dos cosas llamativas: La primera, ciertamente admirable, es
que fue un caso prácticamente único de alguien que reconoció crudamente sus
culpas y las de sus parientes: hizo una fundación para misas “en descargo de
las negligencias que el obispo de Osma, don Francisco de Santillán (era tío
suyo), y él y sus hermanos (Francisco y Diego, también canónigos) habían hecho
en el servicio de esta catedral y en otras”. La segunda fue una honra para mí,
porque me nombró como uno de los albaceas de su testamento.
-
Tengo que añadir, mi entrañable biografiado, porque es de justicia, que era tal
el prestigio de tu competencia y de tu sentido de la responsabilidad que, en
repetidas ocasiones, te confiaron esa delicada misión: así lo hicieron
Magallanes, tu compañero Hernando de la Torre (casi con seguridad menés), y la
mala bestia de Pedrarias Dávila, entre otros muchos. Y añado que el gran
historiador Hazañas y de la Rúa afirma que tu canonjía, la doctoral, era una de
las dos más importantes de la catedral. A domani, mío caro.
- Ío te adoro,
piccolino. E cosí la comedia canónica è finita. Cerca una foto. Va bene con la
mía benedizione.
Adiós,
querida catedral de Sevilla. Llegué a ti con ansias de medrar, pero el destino
me regaló algo mucho mejor, porque pude conocer dos hitos gloriosos: la
conquista de Granada, para la historia de España, y el descubrimiento de
Indias, para la historia universal, en cuya administración política jugué un
papel de primera importancia. Fui un hombre verdaderamente afortunado.
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