jueves, 22 de octubre de 2015

(38) - Yo te saludo, vicario mío en la tierra, y en verdad te digo que eres  bienaventurado.
     - Sé bienvenido, dulce Sancho, pero me mosquean bastante tus aspavientos.
     - Es que te veo cual humilde franciscano, con tu morral lleno de los calendarios que muestran mi imagen, a pan y agua, descalzo y con los pies ensangrentados recorriendo todo el valle, y se me hace en la garganta un nudo de emoción paralizante, como si llevara atravesado el bocado de la manzana de Eva. Así que insisto: por ser pobre de espíritu, será tuyo el Reino de los Cielos. Te lo digo en serio, no como los que afirman que son bienaventurados los que usan los pasos de cebra porque pronto verán a Dios.
     - Tus bromas no me ofenden, Sancheski: me hacen reír. Tenemos que terminar con tu lista de los canónigos más notables que conociste.
     - Queda ya solamente uno  y voy a ser breve. Tengo ganas de llegar a  mi época de la Casa de la Contratación (aunque daremos antes un paseo histórico), porque nosotros, aunque éramos ambiciosos, brillantes y poderosos, en plan de amigos resultábamos bastante muermos. Sigamos, pues, con el último mohicano: Rodrigo de Santillán fue protonotario apostólico (daba fe de cuestiones eclesiásticas). Te contaré de él dos cosas llamativas: La primera, ciertamente admirable, es que fue un caso prácticamente único de alguien que reconoció crudamente sus culpas y las de sus parientes: hizo una fundación para misas “en descargo de las negligencias que el obispo de Osma, don Francisco de Santillán (era tío suyo), y él y sus hermanos (Francisco y Diego, también canónigos) habían hecho en el servicio de esta catedral y en otras”. La segunda fue una honra para mí, porque me nombró como uno de los albaceas de su testamento.
    - Tengo que añadir, mi entrañable biografiado, porque es de justicia, que era tal el prestigio de tu competencia y de tu sentido de la responsabilidad que, en repetidas ocasiones, te confiaron esa delicada misión: así lo hicieron Magallanes, tu compañero Hernando de la Torre (casi con seguridad menés), y la mala bestia de Pedrarias Dávila, entre otros muchos. Y añado que el gran historiador Hazañas y de la Rúa afirma que tu canonjía, la doctoral, era una de las dos más importantes de la catedral. A domani, mío caro. 
     - Ío te adoro, piccolino. E cosí la comedia canónica è finita. Cerca una foto. Va bene con la mía benedizione.



     Adiós, querida catedral de Sevilla. Llegué a ti con ansias de medrar, pero el destino me regaló algo mucho mejor, porque pude conocer dos hitos gloriosos: la conquista de Granada, para la historia de España, y el descubrimiento de Indias, para la historia universal, en cuya administración política jugué un papel de primera importancia. Fui un hombre verdaderamente afortunado.

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