sábado, 17 de octubre de 2015

(30) - Ave, Félix, insignis historiator.
     - Ave, Sanctus, magnánimus exagerator.
     - Hoy procede hablar en latín porque el lunes viste una cloaca romana más interesante y menos hedionda que la de la política. Fuiste a Cantabria a coger cien ejemplares de nuestro libro (la verdad es que se va vendiendo bien y es muy posible que la insaciable  COCUPIC deje de lado sus amenazas al Valle de Mena). A la vuelta, paraste en Matienzo de Ruesga para hacer unas fotos en la más antigua casa-solar de mi familia. Y es allí, en su terreno,  donde está esa cloaca romana que da fe de la antigüedad del lugar en el que se asienta el edificio, el más añejo de todo el valle. En él se pierde el rastro más lejano de los Matienzo. Es cosa curiosa el tiempo: pasado, parece un suspiro, pero, ¿te imaginas a ti mismo hablando con alguien dentro de 500 años? Tu visita me emocionó. Nos reímos  mucho al verte pasar  por encima de la cinta eléctrica que cerraba un prado para conseguir una foto interesante. Por poco te chamuscas los bajos.
     - Eres imposible Sancho: le has cogido demasiado gusto a las expresiones populares.
     - No hay nada como el pueblo, jovencito. Pero tenemos que seguir con mis importantes “cuates” de la catedral de Sevilla. Mi amigo Diego López de Cortegana empezó como canónigo ocho años más tarde que yo, y lo fue hasta su muerte, ocurrida en 1524, no mucho después de la mía. Hombre duro, fue fiscal de la Inquisición, y, en enero de 1516, formó parte de una comisión encargada de echar de la catedral a los capellanes descendientes de judaizantes quemados o reconciliados (arrepentidos). Hoy me doy cuenta de la tremenda crueldad que actuaba tras una apariencia de justicia. Era un drama la expulsión de tanto sospechoso de pertenecer a una “mala raza”. Como ni a él ni a mí nos faltaba dinero abundante, y además queríamos apuntarnos un tanto a los ojos del nuevo arzobispo, don Diego de Deza, salimos sus fiadores para que el cabildo le permitiera tomar posesión de su puesto “en ausencia”, antes de que llegara a la catedral.  Cortegana era buen escritor y, aunque resulte chocante dado su cargo, tradujo alguna obra de Erasmo. Enterrado en la catedral, su latino epitafio lo ensalza como eximio en piedad, en la defensa de la verdad católica, y como acérrimo expulsor de los heréticos (que vaya alguien, por favor, a borrar de la lápida con vitriolo esto último, sobre todo lo de “acérrimo”). Para la prensa amarilla, comentaré que en su testamento dejó  “como heredera universal a su sobrina Violante, a quien había criado”.  No te olvides de publicar la foto de la casa-solar de mis antepasados más antiguos: los Matienzo del Valle de Ruesga (Cantabria). Vale, caríssimus filius, máxime amatus. Carpe diem, carpe diaversarium. 
     -Vale, ténerus pater meus.
    



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