(34) - Buona notte, mío caro piccolino.
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Benvenuto, ténero Sancheski: creo que has patinado, o, más bien, te han
malinterpretado. Me da la impresión de que te han censurado un comentario de
ayer.
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Eso parece, y no me lo esperaba porque ya sabes que, siempre que hablo, está
presente la Comisión Cuántica de Censura de Pendejadas Cósmicas (la CCCPC). Si
crees que también nos pueden criticar esto, cambia pendejadas por paridas. Los
cuánticos nos adaptamos a todo. Pero no volverá a ocurrir: acepto la
reprimenda, y hasta estoy dispuesto a ir a galeras, aunque tendrás que tirar tú
del remo, porque mi fuerza ectoplásmica solo es mental.
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Contigo, querido Sancho, al fin del mundo.
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Gracias, pequeñuelo. Sigo con la lista de los canónigos más notables que
estuvieron conmigo en Sevilla, a pesar de que, como sabes, bastantes de ellos
se me amotinaron cuando suplí al arzobispo Diego Hurtado de Mendoza (nos
tomábamos demasiado en serio, y éramos, nosotros sí, censores de primera
división). De Diego Ramírez, diré poco, pero sustancioso. Aprovechó el
magnífico trampolín que era la catedral de Sevilla para alcanzar las máximas
alturas (no las celestiales). Llegó a la catedral en 1493, con 34 años. Había estudiado
en Salamanca, y tras sanear su economía, tuvo el humanista y generoso detalle
de fundar allá un colegio. Incluso fue anteriormente deán de la catedral de
Granada, justo cuando la tomaron los Reyes Católicos, que le confiaron después
la delicada misión de ser embajador en Flandes, lo que demuestra que el tío
valía (no arrugues el morro, meticuloso). Después no paró de ascender: fue
sucesivamente obispo de Astorga, Málaga y Cuenca, donde murió en 1537. Me
alegro por él. Solo le envidio su longevidad (para aquel tiempo), porque colmé
todas mis ambiciones siendo Abad de Jamaica y teniendo el apasionante cargo de
tesorero de la Casa de la Contratación de Indias y de la Mar Océana, aquel
maravilloso desfiladero por el que pasaron todos los superhombres de la
extraordinaria aventura americana. Pon alguna foto de las que tomaste en el
magnífico lugar donde quedó establecida, los Alcázares de Sevilla. A Pedro I el
Cruel habría que perdonarle todo por convertirse en protector de tanta belleza.
Ío te benedico, mío caro biógrafo.
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A domani, amábile Sancio.
Los Alcázares de Sevilla son un extraordinario monumento, donde todavía alojan a los poderosos de la política. Pedro I el Cruel fue una bestia, pero de gusto refinado, y gracias a él se conserva esa joya.
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