martes, 20 de octubre de 2015

(34) - Buona notte, mío caro piccolino.
     - Benvenuto, ténero Sancheski: creo que has patinado, o, más bien, te han malinterpretado. Me da la impresión de que te han censurado un comentario de ayer.
     - Eso parece, y no me lo esperaba porque ya sabes que, siempre que hablo, está presente la Comisión Cuántica de Censura de Pendejadas Cósmicas (la CCCPC). Si crees que también nos pueden criticar esto, cambia pendejadas por paridas. Los cuánticos nos adaptamos a todo. Pero no volverá a ocurrir: acepto la reprimenda, y hasta estoy dispuesto a ir a galeras, aunque tendrás que tirar tú del remo, porque mi fuerza ectoplásmica solo es mental.
     - Contigo, querido Sancho, al fin del mundo.
     - Gracias, pequeñuelo. Sigo con la lista de los canónigos más notables que estuvieron conmigo en Sevilla, a pesar de que, como sabes, bastantes de ellos se me amotinaron cuando suplí al arzobispo Diego Hurtado de Mendoza (nos tomábamos demasiado en serio, y éramos, nosotros sí, censores de primera división). De Diego Ramírez, diré poco, pero sustancioso. Aprovechó el magnífico trampolín que era la catedral de Sevilla para alcanzar las máximas alturas (no las celestiales). Llegó a la catedral en 1493, con 34 años. Había estudiado en Salamanca, y tras sanear su economía, tuvo el humanista y generoso detalle de fundar allá un colegio. Incluso fue anteriormente deán de la catedral de Granada, justo cuando la tomaron los Reyes Católicos, que le confiaron después la delicada misión de ser embajador en Flandes, lo que demuestra que el tío valía (no arrugues el morro, meticuloso). Después no paró de ascender: fue sucesivamente obispo de Astorga, Málaga y Cuenca, donde murió en 1537. Me alegro por él. Solo le envidio su longevidad (para aquel tiempo), porque colmé todas mis ambiciones siendo Abad de Jamaica y teniendo el apasionante cargo de tesorero de la Casa de la Contratación de Indias y de la Mar Océana, aquel maravilloso desfiladero por el que pasaron todos los superhombres de la extraordinaria aventura americana. Pon alguna foto de las que tomaste en el magnífico lugar donde quedó establecida, los Alcázares de Sevilla. A Pedro I el Cruel habría que perdonarle todo por convertirse en protector de tanta belleza. Ío te benedico, mío caro biógrafo.
     - A domani, amábile Sancio.

     Los Alcázares de Sevilla son un extraordinario monumento, donde todavía alojan a los poderosos de la política. Pedro I el Cruel fue una bestia, pero de gusto refinado, y gracias a él se conserva esa joya. 




     






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