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A tus órdenes, mio caro benefactore.
- Helo, my dear Vicario en el Valle de Mena.
Sigamos con lo que prometimos comentar ayer: las andanzas de mi amigo el
canónigo Rodrigo Fernández de Santaella. Fue
extremadamente inteligente, ambicioso y, al mismo tiempo, generoso.
Nació en Carmona (Sevilla) el año 1444. Como les gusta a los gringos, se trata
de un hombre que se hizo a sí mismo, saliendo prácticamente de la nada, lo que
era casi un milagro en aquellos tiempos. Yo tuve difícil el ascenso, pero mi situación familiar era muy superior a la
suya. Alcanzó un gran nivel intelectual estudiando en Bolonia, donde tuvo de
rector, según parece, al eminente Antonio de Nebrija (el que puso orden en
nuestra anarquía gramatical). Rodrigo era el “mero, mero” entre los canónigos
de Sevilla, destacando su categoría intelectual. Estuvo al frente del
arzobispado durante la vacante que
precedió a la llegada del titular, fray Diego de Deza. Hizo una traducción de la narración que
publicó Marco Polo sobre sus viajes, y escribió numerosos libros, entre ellos,
para mancha de su memoria, uno en el que justificaba que los Reyes Católicos
hubiesen establecido una ley que castigaba a los sodomitas con la confiscación
de sus bienes y la hoguera. Su testamento, meritoriamente escrito en latín, es
un reflejo fiel de cómo éramos muchos de los canónigos: potentados llenos de
propiedades, sospechosos de favoritismos hacia posibles amantes o hijos,
poseedores de esclavos negros, y llenos
de otras miserias que el pueblo conocía bien (“Los canónigos, madre, no tienen
hijos; los que tienen en casa son sobrinicos”). Pero no te falta razón al encabezar
mi biografía diciendo que todos íbamos arrastrados por el “Río de las Circunstancias”. Y luego
estaba la parte positiva: Maese Rodrigo (ese nombre tiene la calle que le
dedicaron en la ciudad andaluza) fue extremadamente generoso. Así como yo fundé el convento de
Villasana, él puso en marcha un magnífico colegio de alto nivel que sirvió de
base para lo que luego fue la Universidad de Sevilla. Quiero que coloques la foto
del retrato que le encargó al mismo gran artista que pintó también el mío,
Alejo Fernández.
-Pondré además, reverendo, la de la lápida
bajo la que está enterrado, en la catedral de Sevilla, Hernando Colón, el hijo
bastardo del descubridor, porque le dedicó esta airada frase a Maese en su
“Historia del Almirante”, escrita en 1537 (Rodrigo había muerto en 1509): “Y se
ve cuán desvariadamente Maese Rodrigo y algunos secuaces suyos reprendían al
Almirante diciendo que no debía llamar Indias a aquellas tierras”.
-Buenas noches, mío caro Félix López de
Matienzo
- No te regodees retocándome el apellido,
travieso y querido ectoplasma; A domani.
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