miércoles, 14 de octubre de 2015

(24)- A tus órdenes, mio caro benefactore.
     - Helo, my dear Vicario en el Valle de Mena. Sigamos con lo que prometimos comentar ayer: las andanzas de mi amigo el canónigo Rodrigo Fernández de Santaella. Fue  extremadamente inteligente, ambicioso y, al mismo tiempo, generoso. Nació en Carmona (Sevilla) el año 1444. Como les gusta a los gringos, se trata de un hombre que se hizo a sí mismo, saliendo prácticamente de la nada, lo que era casi un milagro en aquellos tiempos. Yo tuve difícil el ascenso, pero  mi situación familiar era muy superior a la suya. Alcanzó un gran nivel intelectual estudiando en Bolonia, donde tuvo de rector, según parece, al eminente Antonio de Nebrija (el que puso orden en nuestra anarquía gramatical). Rodrigo era el “mero, mero” entre los canónigos de Sevilla, destacando su categoría intelectual. Estuvo al frente del arzobispado  durante la vacante que precedió a la llegada del titular, fray Diego de Deza.  Hizo una traducción de la narración que publicó Marco Polo sobre sus viajes, y escribió numerosos libros, entre ellos, para mancha de su memoria, uno en el que justificaba que los Reyes Católicos hubiesen establecido una ley que castigaba a los sodomitas con la confiscación de sus bienes y la hoguera. Su testamento, meritoriamente escrito en latín, es un reflejo fiel de cómo éramos muchos de los canónigos: potentados llenos de propiedades, sospechosos de favoritismos hacia posibles amantes o hijos, poseedores de  esclavos negros, y llenos de otras miserias que el pueblo conocía bien (“Los canónigos, madre, no tienen hijos; los que tienen en casa son sobrinicos”). Pero no te falta razón al encabezar mi biografía diciendo que todos íbamos arrastrados por  el “Río de las Circunstancias”. Y luego estaba la parte positiva: Maese Rodrigo (ese nombre tiene la calle que le dedicaron en la ciudad andaluza) fue extremadamente  generoso. Así como yo fundé el convento de Villasana, él puso en marcha un magnífico colegio de alto nivel que sirvió de base para lo que luego fue la Universidad de Sevilla. Quiero que coloques la foto del retrato que le encargó al mismo gran artista que pintó también el mío, Alejo Fernández.
     -Pondré además, reverendo, la de la lápida bajo la que está enterrado, en la catedral de Sevilla, Hernando Colón, el hijo bastardo del descubridor, porque le dedicó esta airada frase a Maese en su “Historia del Almirante”, escrita en 1537 (Rodrigo había muerto en 1509): “Y se ve cuán desvariadamente Maese Rodrigo y algunos secuaces suyos reprendían al Almirante diciendo que no debía llamar Indias a aquellas tierras”.
     -Buenas noches, mío caro Félix López de Matienzo
     - No te regodees retocándome el apellido, travieso y querido ectoplasma;  A domani.



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