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Hola, pequeño luchador. Ya sé que tienes la impresión de que no pintamos nada
dos viejos en las redes, pero también sé que no vas a tirar la toalla.
- Hola, querido ectoplasma menés. No me
queda otra. Los jóvenes viven en la vorágine del instante, medio epilépticos.
Pero quizá les quede la duda de que, a lo mejor, merece la pena conocer el
pasado. Así que yo seguiré a lo nuestro:
tengo que navegar emocionado por las páginas de tu biografía. De vez en cuando,
alguien comprará otro ejemplar y hasta volveré a tener agradables tertulias con
los lectores, café por medio.
- Tú, tranquilo. No puedo adivinar el
futuro, pero algo me dice que vas a vender libros como panecillos calientes. Y mientras tanto, nos seguiremos
viendo y me harás el inmenso favor de que, al menos los de mi pueblo, mantengan
vivo mi recuerdo. De no ser así, volveré a las andadas, y con el hisopo en la
mano, cantando el “Dies irae, dies
illa”, excomulgaré al Valle de Mena entero, salvo a los pocos justos que hayan comprado el libro. Íbamos hoy a hablar
de los clérigos de la catedral de Sevilla. Pero tengo que hacer mención antes a
otras dos mercedes que me consiguió mi padrino Fonseca-Corleone. Primero le dio
la vara al rey Fernando, y éste al Papa León X, para que me hicieran Abad de
Jamaica, sin tener que pisar la isla y disfrutando de los diezmos. Después, con
las mismas influencias, me dieron el
cargo de tesorero de la catedral de Burgos (ese descubrimiento tuyo tuvo mucho
mérito), cuyas cuentas revisaba cuando iba a descansar en mi casa-palacio de
Villasana. Pero no sólo le imité en lo censurable: también traté siempre de ser
tan trabajador, tan eficiente y tan responsable como lo fue él en todas las
tareas que los reyes le confiaron, e incluso en su sincera preocupación por
defender a la Iglesia (contradictio humana est). Ya lo comentaremos mejor más
adelante. Hiciste una bonita foto de varias estatuas del exterior de la
catedral. Que se vea esa belleza. Sayonara, baby.
- Te estás volviendo muy guasón. Bye, bye,
dear daddy.
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