sábado, 13 de febrero de 2016

(174) - No te rindas jamás, sensible jubileta: mírate en el espejo de Sarmiento, que no tuvo descanso en esta vida. Tras su fantasmal salida por el solitario estrecho de Magallanes, puso rumbo a España, sin que los piratas le dejaran en paz.
     - Okay. También su sentido del humor me viene al pelo. Después de liarse a cañonazos con corsarios franceses, les hizo huir, y llegó a Cabo Verde, donde no se creían que vinieran del estrecho.  Y comenta  socarrón: “Fue todo el pueblo a vernos, y en decirnos malencarados no exageraban, porque, además de no ser muy adamados de rostro, no nos habían dejado muy afeitados (maquillados) la pólvora y el sudor de los arcabuzazos de poco antes, y veníamos más codiciosos de agua que de parecer lindos”. Llegado después  a la Corte, empezó a organizar su gran ilusión: volver y poblar sólidamente en la ribera del paso de Magallanes.
     - Alto ahí, petimetre: un momento de publicidad para otro personaje; que nadie ose cambiar de sintonía: volvemos en un minuto. Si no me desahogo hablando de un ilustre casi desconocido (vaya pago histórico que les habéis dado a aquellos campeones), el cartagenero Juan Fernández, puedo liarme a excomuniones. Gracias a él, por ejemplo, Sarmiento pudo descender por la costa chilena como un bólido. Anteriormente se navegaba hacia el sur con una desesperante parsimonia por la rémora de lo que ahora se llama la corriente de Humboldt (otro insigne), uno de esos “ríos” que circulan dentro de los mares. Juan sospechaba que, más al oeste, cesaba su influencia, y acertó, con tanto beneficio que el trayecto, que requería tres meses, se redujo a uno. Para mayor fortuna, descubrió varias islas frente a Chile, primero las que bautizó como Desafortunadas, y al ladito otras conocidas hoy como Archipiélago Juan Fernández (menos mal). A las mayores  de estas últimas las llamó “Más Afuera” y “Más a Tierra”, sin romperse mucho la cabeza, y así se conocieron hasta 1960, triste momento en el que las autoridades chilenas (sin duda con la mente nublada por la resaca de una noche de desenfreno) cometieron la frivolité de ponerles la denominación de “Alexander Selkirk” y “Robinsón Crusoe” respectivamente. El “crimen” se debe a que les parecía un buen reclamo turístico. El escocés Selkirk fue uno de de esos marinos (en su caso, pirata) que, cuando se ponían insoportables, eran abandonados en una isla desierta (“ahí te pudras”). Vivió solo en “Más a Tierra” hasta que lo recogieron tras 4 años (1709) otros corsarios,  ya medio trastornado. Daniel Defoe noveló su drama en 1719 inventándose a Robinsón Crusoe; “et voilà”: ¡viva la cultura!
     -  Solo añadir, reverendo, que corrió el rumor de que la rapidez con que viajaba Juan Fernández era brujería, y le rondó la Inquisición, pero sin consecuencias (qué brutos erais). Mañana más. Ciao, caro.



     Juan Fernández tuvo doble fortuna: no solo comprobó que la corriente Humboldt era como un río pegado a la costa en dirección norte, sino que, cuando atravesó ese cauce, se encontró con que los vientos alisios soplaban hacia el sur, dando gran velocidad a las naves. La segunda isla en tamaño es la que han llamado  Alexander Selkirk (mamma mía), aunque este pobre diablo vivió en la otra, la Robinson Crusoe (santo Dios).  Si bien Defoe se basó en esa historia, situó al náufrago de su famosa novela en una zona próxima al Orinoco (que ya es desviarse). Pero vean vuesas mersedes qué fermosura acuática.



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