miércoles, 17 de febrero de 2016

(178) - Buenas noches, rey del Parnaso. Se te cae la boba por el maravilloso y extenso comentario que ha hecho sobre el libro de mi biografía un verdadero entendido en la materia. Pídele que te deje poner en Facebook un extracto de esa delicia, ocultando al autor.
     - Hello, daddy: estoy emocionado y agradecido hasta las lágrimas; lo haré. Me siento casi un pequeño Sarmiento, que, aunque siempre estaba con la cruz a cuestas, tuvo también enormes alegrías. Sigamos con él. Ya vimos que durante más de dos meses tuvo que hacerse cargo de todo para rehacer la casi desbaratada flota, mientras Flores Valdés  y los otros oficiales “se holgaban por que la armada se deshiciese”. El rey le escribió a Flores animándole a seguir al mando de la flota, porque “estaba falto de voluntad, pero, temiendo que iban a nombrar a otro general, aceptó por miedo lo que  le negaba (al rey) por halagos. Y esto lo hizo con tanta tibieza que todos juzgaron que nunca había deseado llevar a efecto la jornada (expedición)”. Cuando por fin  partieron (9/12/1581), la impresionante armada se componía de 16 naves y 3.000 pasajeros, entre ellos el gobernador de Chile Alonso de Sotomayor con 600 soldados (hablaremos de él). Flores tuvo la infantil mezquindad de soltar amarras sin esperar a Sarmiento,  que se vio obligado a seguirle en una barca alquilada, “y le fue  a alcanzar muy metido en la mar, y viéndole pagar al barquero, se rio”. Llegan a Cabo Verde en enero de 1582, y Pedro nos enseña algo de historia: “Hallamos a los portugueses (Felipe era su rey desde 12/09/1580) a devoción de V. M., porque el gobernador Gaspar de Andrade, como letrado y buen cristiano, los había convencido de ser V. M. su señor natural y legítimo heredero de Portugal”. Y aprovecha la circunstancia para apuntarse méritos: “Como Pedro Sarmiento lo había hecho cuando, viniendo del Estrecho, defendió esas islas de los corsarios franceses, peleando con ellos dos veces, y la una a ruego de este gobernador, y los echó de aquel contorno, aunque el obispo de allí estaba de otra intención”. El hiperactivo Pedro hizo una memoria de la situación de la isla y sus posibles mejoras. Se la envió al rey, pero Flores la interceptó para ocultar sus merecimientos, “barruntando V. M. ser malicia que recibiera cartas de Diego Flores y no de Pedro Sarmiento, como lo dio a entender. Y en el camino hacia Río de Janeiro, enfermaron muchos y murieron más de 150 (la muerte, eterna compañera en Indias). Pedro Sarmiento hizo lo que pudo, enviando a los otros navíos, de su despensa, lo necesario a los pobladores, pesándole tanto a Diego Flores que casi se lo quería impedir. Y era tanta su sequedad e incaridad que, al saber que un poblador de otro navío había muerto, dijo allí luego que ojalá se muriesen todos. Lo que fue notable escándalo a los que lo oyeron”. Ciao, viajero cósmico.
     - Celebremos, antes de que yo parta, esa  oportuna crítica con buenos puros y ríos de champán.



      Esa belleza es lo que Sarmiento, al descubrirlo, denominó Volcán Nevado; en realidad era un monte. Casi tres siglos después, el almirante inglés Philip Parker King llegó por esa zona con una flota que hizo un gran trabajo cartográfico, y se hinchó a poner nombres sajones por todo el territorio, incluso llamando paso de Drake unas aguas por las que jamás navegó el ennoblecido pirata. Pero Philip conocía a los grandes marinos de la historia, y, como un gentleman, tuvo el noble gesto de bautizar el bello pico nevado como   Montaña Sarmiento. Poco después pasó por allá Darwin (ejemplo de hombre religioso torturado por las inapelables verdades científicas) y comentó que ese  monte era el más sublime espectáculo de la Tierra del Fuego. Pues, gloria a los tres, Sarmiento, Parker y Darwin.


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