(167) - Bonne
nuit, mon petit enfant. Siguiendo
el rastro del tornaviaje tenemos que dar nombres ilustrísimos, de peliculeras
vidas, pero, quien esto lea, busque sus biografías y se quedará pasmado, e,
si no lo fisiere, que Dios se lo
demande. Habla, insigne escribano.
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D’accord, vieux patron. El primer virrey de Indias (y uno de los mejores),
Antonio de Mendoza, que lo fue de México
y de Perú, también quiso enviar una expedición al tentador Pacífico. Le
confió la misión a Pedro de Alvarado, brillantísimo personaje lleno de gloria
por sus hazañas, y de miseria por su crueldad. Su falta de tacto provocó la
rebelión de los aztecas estando Cortés fuera de México, que volvió a uña de
caballo para salvar la situación, pero sin éxito: aquella “noche triste”
tuvieron que escapar de Tenoctitlán, sufriendo una escabechina en la que los
dos se salvaron de milagro. Cortés ocupó
nuevamente la ciudad con una estrategia “a lo grande”: construyó varias naves y
las metió en las lagunas mejicanas.
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No te me desvíes, pequeño saltarín (que lean, dita sea). Alvarado murió en una
escaramuza militar, aplastado por el caballo de un jinete torpe, y Mendoza nombró para el viaje del Pacífico a Ruy López
de Villalobos. La flota (6 barcos y 370 hombres) salió en 1542. Tres meses
después llegó a Mindanao, pero fracasó en sus objetivos por un sinfín de
dificultades, incluida la deserción de bastantes desesperados. Ruy murió en 1546,
pero mucho antes (en 1543) había encargado a un grupo, dirigido por Bernardo de
la Torre, la azarosa tarea de buscar en
el inmenso pajar del Pacífico la aguja del tornaviaje. Se le atribuye a
Bernardo cambiarle el nombre a lo que se conocía como Islas del Poniente
llamándolas per in secula Filipinas, en honor del Príncipe de Asturias, el
luego rey Felipe II. Como bautizador no tuvo precio, pero no encontró ni rastro
de un acuático camino directo por el
este hasta las Indias. Tras su regreso con las orejas gachas, el todavía vivo
Ruy López de Villalobos, sabiendo que descubrir el tornaviaje salvaría el
desastroso balance de su empresa, volvió a la carga, escogió a otros
“voluntarios” y les mandó con la misma misión el año 1545, poniendo al frente a
un “casi” menés (que no se mosqueen los
alaveses), Íñigo Ortiz de Retes, nacido en Retes de Llanteno. Otro fiasco: en
1546, llegaron a España los únicos 143 supervivientes. Encontrar esa ruta ‘imposible’era
vital para las relaciones directas entre Asia y las Indias, por lo que los
españoles seguirían en su empeño. Sayonara, baby.
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Así avanza la historia, mon cher ectoplasme. No solamente se acortarían
extraordinariamente las distancias, sino que, además, la ruta quedaba al margen
de las zonas del dominio portugués. Mañana nos dará la solución al gran enigma
del tornaviaje el ilustrísimo Andrés de Urdaneta, aunque veremos un detalle que
desluce algo su gloria. Bye, bye.
Alguien
debería estudiar el porcentaje de españoles que morían violentamente, o por
extenuación y enfermedades en Indias: sería espeluznante. Eran muy previsores
haciendo testamento, y yo fui albacea de muchos de ellos (como Magallanes y la
mala bestia de Pedrarias Dávila), de lo que me siento orgulloso. Este plano
marca la ruta de la flota de Álvaro de Saavedra, partiendo de Acapulco, y sus
dos intentos de descubrir el tornaviaje. Como se ve, llegó hasta mitad de
camino; la línea acaba en el punto en que él murió, pero, no pudiendo seguir,
solamente lograron volver a las Molucas una veintena de supervivientes.
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