miércoles, 10 de febrero de 2016

(171) - Hola, caminante: sigamos nuestro viaje virtual por el Pacífico.
     - Tú y yo, querido ectoplasma, en santa concordia; no como Sarmiento y Mendaña. Los dos dieron sus versiones al rey, aunque se hizo desaparecer la del veterano cascarrabias. Tengo que inclinarme del lado de Sarmiento porque resulta creíble, y no olvidemos que fue un hombre tan valioso que, llevado más tarde preso por los piratas a Inglaterra (ya lo veremos), la temible reina Isabel, tras jugosas y cultas  tertulias en latín con Pedro, lo dejó libre y le encargó llevarle un mensaje personal a Felipe II. Mendaña le hizo otras dos faenas gordas. Sarmiento quería seguir explorando y ocupando territorios, porque no era hombre que se cansara pronto, y llevaba en la sangre lo de “siempre plus ultra”; pero el bisoño almirante enfiló hacia el tornaviaje, para volver a Perú cuanto antes. Por si fuera poco, navegó a toda vela en su ligera nao, dejando atrás en apuros la de Sarmiento, mucho más lenta. Se sintió tan dolido por el abandono de Mendaña que llegó a pensar que lo hizo con la esperanza de que naufragara. Como después, ya en tierra, le quitaron toda su documentación para evitar que trascendieran sus comentarios, se lo explicó dramáticamente al rey en una carta: “Padecimos grandes tormentas y fue milagro escapar y poderle contar a V. M. su vileza (la de Mendaña): y fue que, como se vio perdido por las negligencias que había tenido en este descubrimiento, y  sabiendo que yo había de dar razón de todo a V. M., acordó acabarme si pudiera, aunque murieran también los que venían conmigo; y, en medio del mayor golfo del mundo, se adelantó con su nao, grande y muy ligera, abandonando la nuestra, que era tarda y mal velera. Cuando ellos llegaron hicieron información de que nos habríamos perdido en una tormenta que tuvimos,  siendo razón creer que, si fuéramos juntos, nos ayudaríamos unos a otros como teníamos obligación, y más él, que iba por cabeza. Y fue Dios servido de que, con gran trabajo y peligro, le seguí más de 1.200 leguas, y vinimos a toparlo en Colima, puerto de Nueva España, lo que causó admiración de todos y se tuvo por milagro, como en efecto lo fue, de lo que él quedó corrido y aun temeroso de lo que había hecho; y porque iba a hacer información a vuestra real justicia, me prendió y tomó todos los papeles, relaciones y cartas, y los rompió”. Sarmiento era un tipo incómodo para sus jefes, y creo que es algo que le honra. Nos despedimos ya de Mendaña, al que volveremos a encontrar ¡26 años después! Sayonara, cósmico e ilustre abad.
     - Gracias, docto pupilo mío. Pero déjate de pendejadas y métete “a fondo”, caiga quien caiga, en las aventuras posteriores de Sarmiento. Pensaba ir a España para hablar directamente con el rey, pero se fue directo a Lima porque cesó el tío de Mendaña (juez y parte) y llegó para ocupar su cargo un virrey que sería una bendición para él, nuestro querido don Francisco de Toledo. Y así empezó después la gran hazaña del más glorioso fracaso del buen Pedro. Trátamelo bien, baby. Arrivederci.


     Gloria a Sarmiento, querido pendolista, pero no seamos cicateros con Álvaro de Mendaña. Este rótulo es una muestra de que en la Casa de la Contratación se registraba a todo el que iba a Indias, aunque  con menos detalle  que con el  linajudo Mendaña; como era habitual, solo sabía su edad “a ojo”. Y en las Islas Salomón lo han recordado agradecidos acuñando moneda con su imagen, bien acompañada by the queen Elizabeth II. También en esto le superó Sarmiento: tuvo el excepcional mérito de caerle bien en persona a “la otra” Isabel de Inglaterra, la temible reina virgen. Fíxense vuesas mersedes en el “retoque” de la moneda: el mansebo Mendaña no tenía ni por el forro ese rostro tan maduro e solemne.



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