(207) Cuando llegaron a aquellas tierras,
los indios les recibieron con mucha cordialidad. Alonso cuidó de que sus
hombres no les hicieran daño alguno, y les explicó a los nativos lo que era la
religión cristiana: “Lo oyeron con ganas, diciendo que se alegrarían de ser
cristianos. Juntáronse con sus mujeres en la plaza e hicieron un baile
concertado a su usanza; venían enjaezados con piezas de oro y plata, con las
que hicieron un montón y se lo dieron a Alvarado; el cual, al ver cómo en ellos
había tan buena voluntad, habló con sus hombres de que convenía poblar, y se
alegraron de ello”. Alonso partió rápidamente para presentarse ante Pizarro,
que estaba en la Ciudad de los Reyes: “El Gobernador se alegró de que pudiese
poblar en aquella comarca una ciudad de cristianos y tuvo a bien que se quedase
con el oro y la plata que le habían dado pues sería buena ayuda para aquella
empresa”. Los poblados de los chachapoyas estaban en un territorio amazónico
que va a tener en el futuro mucha importancia en relación con la búsqueda del
mítico El Dorado.
Alonso de Alvarado era uno de los
personajes que más agradaron a Cieza. Fue un hombre muy valioso, y aquí le
vemos ya montando el vuelo con bastante autonomía gracias al aprecio que
también Pizarro le tuvo. Cieza va a seguir ahora sus andanzas y, cosa poco
frecuente en él, comienza a narrarlo dedicándole unos elogios: “Este Alonso de
Alvarado es natural de Burgos (no lo
precisa bien: era de Secadura, provincia de Cantabria), de gentil presencia
y gran autoridad; ha sido muy señalado en este reino porque se ha hallado en
todos los negocios importantes, siempre en servicio del emperador, quien,
pasado un tiempo, concluida la guerra de Chupas (en la que fue derrotado y ejecutado el hijo de Almagro; año 1542),
le hizo merced del título de Mariscal y de un hábito de Santiago”. Seguro que
Cieza apreció mucho en él que, en las guerras civiles, fuera fiel a la Corona.
Así que de la manita de Cieza, nos vamos
de campaña con su admirado capitán: “Alonso de Alvarado, teniendo grandes
esperanzas de hacer buena hacienda en la provincia de los Chachapoyas, se despidió de Pizarro y volvió a Trujillo
para hacer gentes y caballos destinados a la empresa”. Con los que pudo reunir,
inició la marcha, pero surgió pronto un
problema: “Llegaron a Levanto y los indios le dijeron a Alvarado que los
moradores de las provincias lejanas se habían indignado con ellos porque les habían dado favor a los
españoles. Estos de Levanto le pidieron a Alvarado que los ayudase para salir
contra unos de estos, pues los tenían por enemigos. Se alegró Alvarado de ello,
y mandó a Ruy Barba de Coronado que fuese con algunos en auxilio de estos
indios confederados (palabra poco
empleada para definir a los muchos indios casi anónimos que fueron
colaboradores de los españoles)”. Ruy Barba (Cabeza de Vaca) de Coronado estuvo
siempre bajo el mando de Alonso de Alvarado. Juntos fueron derrotados en la
batalla de Abancay por Almagro, quien
les perdonó la vida generosamente. Fue regidor en la ciudad de Lima y,
cosa rara entre los conquistadores, falleció en 1589 de muerte natural y a una
edad muy avanzada.
(Imagen) Como lo hicieron los quiteños
cañaris, también los chachapoyas van a luchar al lado de los españoles
(‘confederados’ los llama Cieza). Qué misterioso pueblo el de los chachapoyas,
asentados en zona amazónica. Eran de piel más blanca que los incas. Lo anotó
Cieza: “Vemos hoy día que las indias que han quedado de este linaje son blancas
y en extremo hermosas”. A diferencia de los pueblos andinos, que enterraban a
sus difuntos, ellos los depositaban en lo más alto de las montañas dentro de
sarcófagos de madera con forma humana que, curiosamente, se parecen a las
estatuas de la isla de Pascua. Su original cultura era milenaria, y entre sus
restos, destaca la impresionante fortaleza de Kuélap, conocida también como ‘el
segundo Machu Picchu’. Fueron conquistados por los incas pocos años antes de la
llegada de los españoles, sometiéndolos a sus costumbres y al pago de
impuestos, pero un grupo desobedeció el mandato del emperador inca y se estableció
en la selva amazónica. También lo anota Cieza: “Tiénese por cierto que tierra adentro
hay poblados de los descendientes del famoso capitán Ancoallo, el cual se fue
con los que le quisieron seguir”. El odio de los chachapoyas a los incas y la
amabilidad del sensato ALONSO DE ALVARADO lograron el milagro de una alianza
perpetua.
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